El perfil del contagiado se rejuvenece en Tarragona

La media de edad de afectados por la Covid-19 baja en la provincia de los 80 años a los 40, con la juventud en el punto de mira, acusada de imprudencia y de ser la causa de los rebrotes

11 julio 2020 16:49 | Actualizado a 12 julio 2020 09:25
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23 de junio, previa de Sant Joan. Ese día, según datos del Departament de Salut, la franja de edad en la que se registraron más casos de Covid-19 en la provincia fue la de los 30 a los 39 años. La dinámica se repite en otros días de junio y julio, e incluso atañe en ocasiones a los que tienen entre 20 y 29. Son solo análisis de días sueltos, pero ilustrativos: si bien Tarragona se mantiene por el momento libre de rebrotes preocupantes que inviten a más restricciones y con una baja incidencia del virus, es verdad que, como ha sucedido en otros lugares, el perfil del enfermo tipo se ha rejuvenecido ostensiblemente. 

De hecho, si se analizan los rasgos del contagiado en la provincia en lo que va de julio la edad media es entre 40 y 49 años, rebajando en una década la franja de los 50 y 59, que es la que sigue mandando en el global, siempre sumando todas las tipologías de casos, desde los positivos por PCR a los test rápidos o a los sospechosos. 

En las mujeres, el tipo de contagio responde a las que tienen de 30 a 39 años y en hombres, se eleva algo más, para abarcar a los de 40 a 49. El contraste es todavía mas marcado si se comparan estos balances con los del inicio de la pandemia, a partir de principios de marzo. Hasta finales de abril, si bien las diferencias entre grupos de edad no resultaban muy notorias, la franja con más casos en el Camp de Tarragona y en las Terres de l’Ebre era la de 80 a 89 años, un enfermo tipo hasta 40 años más mayor, básicamente por la elevada vulnerabilidad de los mayores ante el virus, incluidos los estragos que provocó en las residencias en aquellas primeras semanas. 

Asintomáticos, un problema
Ahora, en pleno verano de nueva normalidad, este perfil cambiado arroja varias derivadas, algunas positivas y otras negativas: tienen menos patologías previas y son más sanos, por lo que los cuadros médicos no son tan complicados, pero al no tener síntomas, la detección resulta mucho más difícil. 

Pero más allá de eso, los adolescentes, que en aquellos lugares donde hay rebrotes son el colectivo más afectado, llevan días en el foco, acusados de imprudencia y de falta se sensibilidad por convertirse, en cierto punto, en transmisores y foco de contagio durante el verano. ¿Es este colectivo irresponsable? Opinan los expertos: «No puedes generalizar. Hay juventud muy buena y no hay que criminalizar», explica Enriqueta López, psicóloga tarraconense infantil y juvenil.

López arroja algunas claves: «Los jóvenes se encontraron con que, de repente, no podían salir, y eso fue una ruptura completa. Una vez se ha podido salir, ellos, desde su inocencia de recuperar esa vida, no se han dado cuenta de que han bajado la guardia». 

No es difícil observar por Tarragona a grupos de chavales que son los más reacios a llevar la mascarilla –desde esta semana ya obligatoria incluso aunque exista distancia de seguridad–. «Veo a jóvenes en el parque, todos juntos, bebiendo Coca-Cola, sin mascarilla y hablando. Es una realidad que les ha cambiado de la noche a la mañana. Creo que no dan tanta importancia a las medidas, en esa recuperación de la vida social. Sin querer, han descuidado más esas protecciones».  

«Estamos ante un descenso muy importante y ahora tenemos a muchos más jóvenes, los cuales reducen la media. Además, sabemos que en estas personas la gravedad de la enfermedad es por sí menor», detallaba la semana pasada el director del Centro de Alertas Sanitarias, Fernando Simón. Menos consecuencias patológicas pero igual o más capacidad de transmisión, todo un desafío para las autoridades sanitarias a la hora de controlar la situación. 

Jaume Descarrega, de la junta del Col·legi de Psicologia de Catalunya en Tarragona, ubica algunas de las circunstancias que rodean a estos perfiles: «Entre los 12 y los 20 años, se reciben cambios a nivel corporal, de sexualidad, pero también cognitivos desde el punto de vista emocional y conductual». De ahí que, como afirma Descarrega, ellos «busquen la sensación de cohesión en el grupo», se hacen «ciertas ilusiones de un saber para comprender el mundo» y «crean sus propias verdades». 

El buen tiempo, las fiestas veraniegas, el ocio nocturno o, simplemente, las vacaciones son el caldo de cultivo para que germinen estos comportamientos en algunos colectivos. «La irresponsabilidad de algunos jóvenes nos está afectando a todos: nuevos confinamientos y consecuencias económicas», cuenta el psicólogo y defensor del menor Javier Urra. 

«Tienen una sensación de omnipotencia, de pensar ‘nosotros podemos con todo’, y se refugian en eso, como si su condición de estado de juventud hiciera que no les pueda afectar», explica Descarrega. Hay también un cierto componente de transgresión.

«Ellos se reafirman en su manera de ver las cosas. Transgreden la norma, en el sentido de jugar con ella. También hay que tener en cuenta la importancia de las redes e internet, que transmiten a veces ciertos enfoques y discursos que le quitan importancia al virus». 

Descarrega considera que el reto es conseguir que los adolescentes formen parte de esta «responsabilidad compartida». Cree que «transgredir es una forma de reafirmarse» y que hay, en el fondo, una intención de exhibir cierta rebeldía: «Se tiene que desmontar esa idea de que los adolescentes son todos terribles. Es una época de cambio. Crecer supone dejar una parte de lo que uno querría, es sufrir un traspaso. De hecho, la palabra adolescente ya quiere decir eso, dolor, en su etimología». 

«Luchar contra el adulto»

De ahí que «el adulto sea contra quien luchar» en esa «búsqueda de espacio». De forma inconsciente, «el adolescente querría mantenerse en ese espacio de poderlo hacer todo, pero está en una fase de crear su propia identidad, sobre todo basándose en el grupo».

¿Qué se puede hacer, pues, ante este conflicto? «Hay que recordarles que no pueden bajar la guardia, que el uso de la mascarilla se puede compatibilizar con divertirse, sin perder la relación social. Hay que insistir en que es básico cumplir estas reglas para llevar una vida más o menos normalizada, pedirles paciencia y tolerancia, hacerles ver que esto no está reñido con sus proyectos», cuenta Enriqueta López, que ve decisivo el papel de los padres, en sentido didáctico, y también para evitar la sobreprotección. «La clave no es el miedo, sino el respeto, y ser conscientes de ello», añade López. 

Descarrega incide en «apelar a la importancia de ser todos responsables» en base «a la información que se les da, que sigue siendo muy importante». Urra cree que «no funcionará asustarles sino hablar de las consecuencias de su comportamiento». De esas actitudes dependerá, en buena parte, la evolución de la pandemia y no tener que regresar a un confinamiento total de la población. 
 

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