El relojero que ama al Nàstic

Juanjo López lleva 45 años de relojero. Admira el reloj vintage y el carrillón. Paciencia y calma son las claves del oficio para este insigne hincha grana

19 mayo 2017 16:20 | Actualizado a 24 diciembre 2019 23:11
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Antes Juanjo volvía a montar el reloj y le sobraban piezas. Algo no cuadraba. «Desarmar era fácil, pero volver a ensamblarlo y que quedara bien, no», dice ahora, tras toda una vida desde que empezara, a los 15 años, de aprendiz. Este domingo cumple 60. Se acerca la jubilación con la satisfacción de una trayectoria dedicada a la joyería pero sobre todo al reloj, ese artilugio al que le une, como a todo artesano, una ligazón sentimental y emotiva. «Aquí tengo mi tesoro», dice, y enseña un armario con más de 120 relojes antiguos que ha reparado para él en sus ratos libres.

También luce un reloj automático, acreditado, «de los que funcionan a base de movimiento». «Soy antipilas», confiesa él. A pesar de esa militancia, los inicios fueron casuales. «En verano buscaban gente en la joyería Santa Gemma, en Tarragona, y entré, como podría haberme metido en una peluquería o un taller. Empecé como aprendiz, y me quedé 18 años. En ese tiempo fui a la mili, me casé, tuve a mis hijos. Al final me establecí por mi cuenta».

En 1990 montó su propia tienda y taller, ya alcanzada de sobras una formación solvente. «Al principio empiezas con despertadores, con cosas que no tienen mucho valor, para que si te equivocas el problema no sea muy grande», cuenta en la parte de atrás de su negocio de Torreforta, todo un museo, aunque sea improvisado.

Una especie de noria da vueltas con relojes automáticos, para comprobar dónde tienen el problema. Hay una pulidora, una máquina con agua para constatar si un reloj sufre fugas, un tester para los campos magnéticos, una punzonera y hasta un complejo artefacto para limpiar relojes a fondo. Luego están los objetos para mantener la precisión de la vista y combatir los inevitables achaques de la edad. «Ahora esto es mi vida», y enseña el monóculo con el que trabaja.

¿Dónde está la clave de cumplir casi tres décadas al frente del negocio y 45 en la profesión? «Lo fundamental es que te guste, pero también tienes que tener mucha paciencia y estar centrado siempre, tener mucha concentración».

Hay reparaciones que son retos mayúsculos y para las que Juanjo se pone en plan casi ermitaño. «Cuando tengo que reparar cosas difíciles o delicadas necesito tranquilidad. Lo hago el sábado por la tarde o el domingo por la mañana, cuando la tienda está cerrada. Necesito que no haya ruidos y que no esté nadie», admite.

Ni siquiera se pone en la radio los partidos de fuera de ese Nàstic de sus amores que ahora le provoca quebraderos de cabeza. Él es uno de los aficionados granas más insignes de Torreforta.

Juanjo es un romántico que admira lo vintage, la magia de las piezas antiguas. Muestra un reloj de carrillón, casi como una reliquia. En la pared cuelgan algunos propios y otros de clientes. «Hay gente que te trae el reloj de su bisabuelo, o uno viejo que tenían por casa y que querían arreglar. Hay un interés por recuperar lo antiguo». Él da los últimos retoques a un reloj que fue de su padre y que ahora herederá su hijo.

López no tendrá, sin embargo, relevo. «El oficio se muere. Aquí acabará conmigo. Apenas quedan relojeros en Tarragona. Mis hijos tampoco están por la labor de continuar». El digital, esa pila que tanto rechaza, lo impregna todo. Él, que vivió en los 80 la revolución del cuarzo que le llevó a reciclarse y a aprender de magnetismos, prefiere el sabor puro de los engranajes mecánicos.

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