El taxi de la madrugada

Un café a las 22 horas para arrancar. Un cliente que se va sin pagar y deja al perro. Incordios etílicos. Así es la noche de un chófer enamorado de la conducción "La noche me gusta más. Hay otra complicidad entre los compañeros", dice este taxista de Tarragona. Tiene 28 años y lleva cinco trabajando de 22 horas a 10 de la mañana

19 mayo 2017 17:22 | Actualizado a 21 mayo 2017 15:46
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A las diez de la noche el cortado veloz en el bar puede parecer intempestivo, a deshoras. Quizá para muchos, pero no para él, que empieza entonces su jornada laboral y debe entonarse el cuerpo para casi 12 horas de trabajo al volante. «Me gusta la noche. De día me agobio más, hay más tráfico. Por la noche vas más a tu aire, es otra manera de trabajar», admite en la parada de Pere Martell.

Mientras la ciudad baja de revoluciones, en esta acera germina una complicidad especial. Aquí venía él, de niño, acompañando a su padre, de quien heredó el taxi y la licencia cuando se jubiló. «Me conocen desde pequeñito Siempre estamos aquí los mismos, es como más familiar, es otro tipo de trato entre nosotros», concede. Ese gusanillo del taxi servicial y ameno le picó de pequeño. Ya son cinco años trabajando de noche, viviendo al revés y desplegando rutinas un poco al margen del mundo. «Hay gente que dice que trabajar de noche le afecta a la salud pero a mí no. Prefiero esto. Luego descanso un poco por el día y tengo tiempo libre para ir al gimnasio, quedar con mi pareja y hacer mis cosas», cuenta.

La precariedad y la falta de trabajo le han hecho experto precisamente en eso: aprovechar el tiempo libre entre servicios. Se arma de ingentes dosis de paciencia y luego lee, prepara oposiciones para guardia urbano, ve películas de acción y documentales, toma otro café, camina y charla con los compañeros. «Me encanta mi trabajo y este ritmo de vida. Lo más triste es que estamos muchas horas parados. Trabajas 12 horas para hacer dos o tres servicios e irte a casa con 20 o 30 euros, si hay suerte. Para las horas que haces, no te ganas bien la vida. A fuerza de trabajar mucho te queda un sueldo».

Lejos quedan los tiempos boyantes, tejidos a veces a base de servicios estrambóticos. Su padre recogió a un cliente en la parada de Torreforta y le tuvo que llevar hasta Francia. Las historias del taxímetro dan para mucho. Otros compañeros hablan de transportar un San Bernardo de 100 kilos, de una madre que se bajó del taxi y se olvidó a uno de sus hijos en el asiento trasero, de una mujer que no paraba de probarse zapatos, de un hombre con una cabra, de un jubilado que se creía que la carrera era gratis o hasta de un padre y un hijo en busca de una playa nudista. El chófer es a veces confesor y psicólogo, pero también dj. Cuentan que hay quien se monta pidiendo que ‘pinche’ una canción en concreto en la radio.

Él también tiene sus anécdotas, siempre nocturnas: «Fui a llevar a un cliente con su perro a Sant Pere i Sant Pau. Me dijo que subía a casa a coger dinero, bajaba y me pagaba. Pero no volvió, no me pagó… ¡y me quedé con el perro ahí!». Más allá de eso, lidia con la cara más áspera de la noche. En este servicio, más que nunca, se transparentan las grandezas y las miserias de la vida. «Hay cosas que no te gustan, como personas que no te pagan o gente que te quiere robar. Te encuentras de todo, como alguien que ha bebido más de la cuenta. Por otro lado, piensas que esa gente coge el taxi precisamente porque ha consumido alcohol y no puede conducir. Hay gente que incordia, pero en general la mayor parte de las experiencias son agradables. Yo disfruto. Conozco a mucha gente y sitios nuevos, y sobre todo, me gusta conducir», reconoce.

Este taxista es también discreción. La arista sórdida de la madrugada también se cuela aquí, pero el chófer, con media sonrisa, prefiere callar sobre las cuitas de algún pasajero crápula y noctívago. También aquí hay algo del mito de Las Vegas: ‘Lo que pasa en un taxi de noche se queda en el taxi’.

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