El tetris de la conciliación se desmorona con la pandemia

El teletrabajo con niños en casa ha mostrado ser una fórmula agotadora y difícil de mantener. Ahora la gran preocupación es qué pasará cuando se regrese al trabajo presencial

15 mayo 2020 07:20 | Actualizado a 15 mayo 2020 09:11
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Pere es padre de dos gemelos de seis años. Él y su mujer están teletrabajando en casa desde que comenzó la pandemia. Habla con nosotros cuando su mujer sale por la puerta, con los dos niños, para el paseo diario. Es un momento preciadísimo de concentración de esos que ya no tiene durante el día.

Ambos padres se van alternado para irse al despacho con el ordenador. Al despertarse arranca ella, a media mañana sigue él, después de la comida vuelve ella... Y, en medio, toca atender llamadas de teléfono, mensajes de WhatsApp a cualquier hora y, cómo no, los deberes de los niños que, a su edad, no son capaces de hacer sin supervisión. Además, los pequeños, confinados, no todos los días tienen la misma disposición. A veces, para poder salir adelante, optan por dedicarse, cada padre, a un niño: «Ella se dedica a la tarea ‘a’ y yo a la ‘b’ y luego nos los intercambiamos», explica.

Así pues, a la hora en que de normal estarían en la oficina, al menos uno de los dos está con los niños metiéndose en la videoconferencia de la clase o preparando una receta que luego hay que registrar en vídeo y mandar por duplicado a la escuela.

Después de que los niños cenan vuelven los dos, ahora sí, simultáneamente, al trabajo. «Como vas trabajando a tramos nunca desconectas», reconoce Pere. Le preguntamos cómo se organizarán en septiembre en el caso más que probable de que los niños no tengan clases presenciales como hasta ahora y nos dice que esa preocupación les pilla lejos. Primero tendrán que resolver el verano si a él y a su mujer les toca volver a trabajar presencialmente.

Sin escuela y sin abuelos

De casos como el de Pere están llenas las casas estos días. Marta trabaja en una gran superficie que se está preparando para la reapertura y su marido, que ha estado haciendo teletrabajo, comenzará presencialmente la semana que viene. Tienen dos niños de ocho y cuatro años que, como todos, están sin escuela ni actividades extraescolares. Los abuelos viven en otra comunidad autónoma. La angustia no les abandona estos días y cuenta que su amiga Laura, que lleva meses en el paro, directamente ha rechazado un empleo que le ha salido en plena crisis, porque no tiene con quién dejar al niño.

Del teletrabajo a la telelocura

Mientras, el teletrabajo, que siempre se vendió como una buena herramienta para conciliar la vida laboral y familiar, nos ha pillado por sorpresa, trabajando en sitios inadecuados (‘afortunadamente’ hoy quien escribe lo hace desde el salón de casa y no desde la habitación, usando como soporte la mesa de planchar).

Las jornadas, además, se han ampliado. Según un análisis de NordVPN recogido en la revista Forbes, con el teletrabajo trabajamos como mínimo dos horas más que cuando íbamos a la oficina.

El problema, explica Mar Vázquez, trabajadora, sindicalista (es secretaria de igualdad de UGT) y madre separada de una niña de diez años, es que «el teletrabajo, que parecía una medida de conciliación, nos está volviendo locas, porque seguimos siendo, a la vez, cocineras, limpiadoras, profesoras... Parece que mientras estás removiendo con la cuchara puedes seguir trabajando con la otra mano», ejemplifica.

Maite Egoscozabal, socióloga y experta en conciliación del Club de Malasmadres, defiende que el teletrabajo es una buena medida pero siempre que sea flexible y se pueda adaptar la jornada «respetando y comprendiendo las realidades de cada entorno familiar».

«Si en condiciones normales no llegas a todo ahora es peor», dice una madre

Cree, además, que el teletrabajo debe estar siempre planteado con perspectiva de género, es decir, «que no solo esté enfocado para que sean las mujeres las que cuidan, sino para que los hombres también puedan gestionar de otra manera su tiempo».

Enorme carga emocional

La carga emocional comienza a hacerse más difícil de soportar con el paso de los días. Así nos lo describe Laia en un correo que escribe cuando ya casi es medianoche y ha terminado su jornada como madre y como teletrabajadora y que le obliga a quitarse horas de sueño. Su marido y ella, ambos con cargos muy demandantes, se turnan como pueden para encerrarse a trabajar. Tienen un niño de tres años.

Laia reconoce que «los sentimientos contradictorios relacionados con la conciliación se han agravado con la pandemia. Si en condiciones normales, muy a menudo no sabes cómo llegar a todo y te parece que no haces nada bien, ahora es peor. Siempre tienes la sensación de que podrías hacer más y que antes de ser madre hubieras estado trabajando más horas que un reloj. Y entonces tienes sentimiento de culpabilidad por los compañeros... Y lo mismo en casa. Que eres mala madre porque cuando estás con el peque estás pendiente del WhatsApp y el teléfono. Que cuando le riñes es porque estás nerviosa o porque quiere tocar el móvil o el ordenador cuando tú intentas responder un mensaje, mirar el correo o coger una llamada y él requiere tu atención o quiere ponerse contigo. O porque estás deseando que se vaya a dormir pronto, no para que descanse, sino para acabar la jornada laboral porque ya no quieres abrir el ordenador con él delante. O porque le regañas cuando alguien te llama del trabajo y no te deja hablar porque quiere que cuando estés en casa estés por él. O porque tienes la casa que mejor ni mirarla. O porque hay días que tienes la nevera sin apenas comida porque no tienes tiempo de ir a comprar».

Las madres, de nuevo las madres

Lo que sí está claro para la socióloga Maite Egoscozabal es que las mujeres siguen soportando el mayor peso. En la encuesta ‘Esto no es conciliar’, que hizo el Club de Malasmadres y en la que participaron 12.600 mujeres, se encontró que los padres han tenido que implicarse más que antes, pero «en el 66% de los hogares la desigualdad en el reparto de tareas sigue igual y muchas de las mujeres que nos escriben declaran sentirse desbordadas por tener que cumplir con todos los nuevos roles y estar ‘protegiendo’ el trabajo de sus parejas».

Todo apunta a que los problemas de conciliación harán que, de nuevo, las mujeres sean las que más renuncien. «Nos escriben cada día mujeres con la intención de renunciar a sus empleos por no encontrar otra salida, por no poder delegar el cuidado de los hijos e hijas a otras personas. Sin embargo, la renuncia no es ni siquiera una opción para muchas que se ven obligadas a saltarse las recomendaciones sanitarias y a poner en riesgo a los mayores, dejando el cuidado en manos de los abuelos y abuelas. Y en el peor de los casos, hemos recibido mensajes de mujeres que se han visto obligadas a dejar a los niños o niñas solos en casa por no poner en riesgo la pérdida del empleo».

Pese a todo, Egoscozabal celebra que la crisis obligue a hablar de los cuidados, y no como algo a resolver exclusivamente por las familias. «La corresponsabilidad social, la implicación de los agentes: las empresas, la comunidad educativa y, por supuesto, el Estado, son claves», señala.

Crecen las consultas sobre las medidas que se pueden pedir en el trabajo 

Mar Vázquez, secretaria de Políticas de Igualdad y Políticas Sociales de la UGT, reconoce que si al principio de la crisis sanitaria la mayoría de las consultas al sindicato eran de trabajadores preocupados por los ERTE, más recientemente son de trabajadoras para saber qué derechos amparan a quienes tienen que comenzar a trabajar fuera de casa y no tienen quien cuide a sus hijos. 

En este sentido, explica, la impresión es que quienes trabajan en la administración pública lo van a tener más fácil que quienes trabajan en la empresa privada para conseguir medidas de conciliación familiar.
Ana Pacheco, abogada y presidenta de la Asociación Do de Pit de lactancia materna, coincide: «Los funcionarios de la administración tienen mejores expectativas a la hora de pedir una reducción de jornada sin miedo a perder por ello su empleo».

Ambas recuerdan, no obstante, que además de las medidas específicas que se dictaron tras el estado de alarma para proteger el empleo de las personas que deben cuidar de familiares, existe el Real Decreto-ley 6/2019  que permite pedir a la empresa una adaptación de la jornada. «La empresa tiene 30 días para responder y justificar su decisión. En los juzgados ya tenemos algunas sentencias a favor», explica Vázquez.

Lo cierto, reconoce, es que la casuística de las empresas es variadísima y hay puestos en los que recurrir al teletrabajo resulta prácticamente imposible.  En algunas de ellas, por ejemplo, han optado por hacer turnos alternando cuatro días de trabajo y tres de fiesta.

Lo que tienen muy claro ambas es que, como hasta ahora, esta crisis penalizará especialmente a las mujeres. Por un lado son ellas las que tienen los trabajos más precarios y, además, son quienes llevan el peso de la casa y de los cuidados, por lo que son las primeras en pedir los permisos y renunciar a sus carreras. «Esto nos va a regresar a las cavernas en materia de roles», sentencia Pacheco.

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