Els Guiamets, el pueblo que tiene la inmunidad más cerca: «Estamos más tranquilos»

Mayores, profesores y bomberos hacen de Els Guiamets el municipio más vacunado de Tarragona, con un 66%. Hay alivio y aún cierto temor

07 junio 2021 14:33 | Actualizado a 08 junio 2021 15:55
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Aquí, en este corazón idílico del Priorat, con vistas embriagadoras, la excepción a la norma es Maricel Mas. «Tengo 49 años y estoy a punto de vacunarme, pero aún no. Ya seré de los pocos que quedan», dice tras la barra del Cafè Ateneu, que regenta. Lo raro es encontrar a alguien que no disponga de la dosis, pero incluso Maricel tiene una carta escondida. «Yo ya me contagié. Lo pasé levemente. Fue en noviembre. Tuvimos que aislarnos en casa y vivimos ocho, suerte que es grande y pudimos estar separados», recuerda.

Coincidió justo cuando tuvo que cerrar el bar por las restricciones de la segunda ola. En casa se infectaron cuatro, Maricel, su hija y sus padres, ninguno gravemente, y en aquel enloquecido tetris de la convivencia al que muchas familias se ven abocadas se salvó del contagio la abuela, de 93 años. Maricel, vecina de la cercana La Torre de Fontaubella, asegura que allí todos están ya vacunados, aunque el municipio, por tener menos de 200 habitantes, no aparezca en las estadísticas oficiales de Salut. 

Sí lo hace Els Guiamets, el lugar que oficialmente está más cerca de la inmunidad de rebaño en toda la provincia. El 66,7% de la población ha recibido una dosis y el 42,2% la segunda. Solo Sant Boi de Lluçanés le supera en Catalunya (69,1%), según los datos recopilados por el Grup de Biologia Computacional i Sistemes Complexos de la UPC (Biocom SC) y Toni Sanclement (@argenbi) en un exhaustivo trabajo. 

Envejecimiento, una clave

El camino es largo aún pero el semblante es de esperanza. Con los pinchazos en los brazos de casi siete de cada diez vecinos (un 27,6% más que la media catalana), se respira algo más de alivio. «Hay mucha gente ya vacunada y notamos que hay más vida en la calle», cuenta la vecina Mercè Giné, de 68 años y protegida con la primera dosis en Móra La Nova. 

La vida es apacible en esta localidad al sur del Priorat, en el límite con la Ribera d’Ebre. Los mayores de 80 años han pasado, en general, por el consultorio del pueblo, mientras que los más jóvenes han ido a poblaciones cercanas. Hay dos factores que han puesto a Els Guiamets en lo alto de la lista de núcleos vacunados. «Viendo la demografía habitual, no nos tiene que extrañar. Como todas las zonas rurales, tenemos una población mayor, envejecida», explica el alcalde, Miquel Perelló, testigo de cómo la vida se empieza a recuperar. «Nunca hemos dejado de hacer cosas, siguiendo las normas siempre y mascarilla. Hemos intentando mantener actos en la medida de lo posible», cuenta el edil. 

El núcleo del Priorat supera en un 27,6% la media catalana de vacunación 

Otro de los logros más emocionantes es haber mantenido el geriátrico, de 35 plazas, limpio del SARS-CoV-2 «No hemos sufrido situaciones graves. Ha habido algunos casos de vecinos que se han tenido que confinar y no ha ido a más. Después de lo que sucedió en la residencia de Falset, muy cerca de aquí, con un brote muy grave, aquí hemos podido controlar la situación», expone Perelló.

Actualmente los datos de Salut indican que no hay casos activos y el histórico detecta 11 acumulados.

La pirámide demográfica de Els Guiamets es como la de cualquier otro pueblo de la Tarragona rural y de interior. El 41% de los 278 habitantes tiene más de 60 años, según el Idescat. Solo constan 23 menores de edad, pese a que varios vecinos sostienen que en los últimos tiempos han ido familias jóvenes a vivir. Pero no solo en ese envejecimiento está la clave para que la inmunización cunda por estos lares.

El alcalde arroja más luz: «Hay mucha gente que trabaja en la educación y también hay bomberos. Por lo tanto se trata de personal esencial que está vacunado también». Es el caso del propio edil, que trabaja de profesor de Ciencias Sociales en Tarragona y que, como menor de 60 años, es uno de los vacunados con AstraZeneca que deberá decidir ahora si repetir con la marca de Oxford o inocularse Pfizer como segunda dosis. «Hay muchos bomberos y profesores», incide Maricel desde el Ateneu. Otros vecinos confirman esa especial sociología del lugar. 

«Mejor que en otros sitios»

En el bar del pueblo dos personas pasan la mañana. Por supuesto, las dos están vacunadas. Xisco Martí, de 63 años, ya tiene una dosis, y su cuidadora, Ester González, lleva meses inmunizada, ya que fue de las primeras en pincharse, debido a su trabajo. «Hay más movimiento y en general se nota que hay mucha gente vacunada. Paseo más tranquila por aquí que cuando voy a otros sitios más grandes, que sé que tienen a menos vacunados», explica Ester.

Aun así, el impacto de la pandemia es hondo, incluido el emocional. «Todavía hay gente mayor con miedo, que sale muy poco de su casa», cuenta Maricel. Los escasos negocios ejercen, claro está, de termómetro social, y le toman el pulso a la vida del pueblo. «Los cuatro hermanos estamos ya todos vacunados, y gran parte de la familia», explica Ramon Benet (58 años), pinchado con AstraZeneca. Es el panadero del pueblo, junto a su hermano, Jaume (62).  Su hija, que es Mosso, también recibió el antídoto en tanto que esencial. Siempre estuvieron abiertos y ahora trabajan con más seguridad.

«Como todas las zonas rurales, tenemos una población mayor, envejecida»

En el goteo del horno y la panadería asisten a esos altos porcentajes de inmunización de los que goza el pueblo. También se da fe de ello en otro meollo de la vida social: la peluquería. «Yo entro mucho a la residencia a trabajar y  por eso también estoy vacunada», cuenta Glòria Barceló, la peluquera, de 52 años, ya en su organismo con los anticuerpos de la doble ración de Pfizer. «Estoy más tranquila. No hemos cambiado mucho el modo de vida, seguimos con las precauciones, pero el ambiente ya es distinto», dice ella. Le corta el pelo a Jordi Carreño, claro está, también vacunado, como conductor de ambulancia. 

«He evitado riesgos»

Lourdes Castellví, de apellido común en la zona, viene del tros y va a por el pan a Forn Benet. La delata un descuido inocente: se baja del coche sin la mascarilla y vuelve a por ella rápidamente. Tiene 69 años y el antígeno inicial de AstraZeneca en su deltoides. «Hay mucha gente vacunada. Yo, personalmente, siempre he estado tranquila, porque como no trabajo y estoy jubilada he evitado riesgos. No he cogido transporte público y no he ido a sitios con aglomeraciones», dice Lourdes. 

Manel Sales es concejal y propietario del restaurante Mestral: «Influye la cantidad de esenciales que tenemos en el pueblo». Sales comenta que «aún hay quien tiene miedo», aunque la movilidad ha insuflado energía a la localidad. «Desde principios de mayo vienen bastantes turistas, aunque este es un pueblo muy pequeño y  en realidad hemos sido siempre como una gran burbuja durante toda la pandemia», cuenta Sales.  

«Somos cuatro hermanos y estamos ya todos vacunados. Trabajamos con más seguridad»

El final del túnel pandémico se ve mejor en estos núcleos pequeños que fueron los que se salvaron, en buena medida, de los envites más duros del virus. No lejos de aquí, en La Fatarella (Terra Alta) y La Palma d’Ebre (Ribera d’Ebre), también se ha sobrepasado la mitad de la población vacunada, pese a que la anhelada inmunidad de rebaño, cifrada en el 70% –con dos dosis–, queda todavía remota. 

En esos sitios la población empieza a sentir cierto consuelo. Los ancianos, refugiados en sus casas, aún salen con timidez, dando algo de vida a unos lugares que ya estaban amenazados por la despoblación. «Hay que imaginarse lo que fueron estas calles durante el confinamiento. Si ya de por sí hay poca gente, aquello fue indescriptible…», relata Lourdes Castellví.

Detrás de todo esto se esconde el enésimo desafío de la pandemia: llevar esta nueva generación de antídotos a confines montañosos como este (la sierra de Tivissa se impone al fondo), a lomos del reto inmenso de la vacunación rural. «El consultorio local ha sido clave. Es una demostración de que la sanidad pública ha hecho muy bien su trabajo y hay que reivindicarlo», cuenta Miquel Perelló, el alcalde. Hace unos días se vacunó su madre, de 74 años. Otra pequeña victoria al virus. La lucha sigue. 

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