'Esperamos que esta sea la última manifestación'

Los tarraconenses han llenado autocares hacia Barcelona con un deseo: que en esta Diada sea la última vez que haya que pedir votar y que Catalunya sea independiente

11 septiembre 2017 16:26 | Actualizado a 11 septiembre 2017 16:50
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Azota un sol que pica en la avenida Lluís Companys. El busto del expresident que proclamó el Estado catalán hace 83 años observa la hilera de buses dispuestos. Hay prisa por encontrar el autocar que toca. En las mochilas, lo de siempre: bocatas, agua bien fría, crema solar, el kit clásico del independentista en excursión. También se ve alguna nevera y muchos sombreros y gorras para guarecerse. Es la peregrinación de cada año, de cada 11 de septiembre. Son los rostros de siempre, y algunos nuevos que se añaden, que suspiran por una Catalunya independiente. «Venimos cada año porque queremos simplemente que se nos permita votar», reconoce Ricard Garriga, entre banderas al viento y todo tipo de camisetas independentistas. Alguien viene del Opencor con agua helada. 

Tras seis marchas históricas y masivas, el Procés ha dejado tras de sí un nutrido armario de merchandising y lemas: Ara és l’hora, Via Lliure, Via Catalana. Conceptos para un imaginario que marca época; aspiraciones e ilusión para este viaje a Barcelona de provincias que ya se ha convertido en ritual. Domina, eso sí, el amarillo fosforescente que coloreará la movilización entre Passeig de Gràcia y Aragó. «El ambiente es espectacular, muy bueno. Vamos con civismo, con alegría. Estás en Barcelona pero parece la Plaça de la Font, porque todos son conocidos»; dice Albert Villarroya, que acude con su padre, Lluís. «Vamos a pedir la independencia, como hemos hecho estos años», admite Cesca Bartolomé, junto a su marido, Marçal Virgili, ambos de Tarragona. 

Hay festividad, compadreo, guiños y discursos más o menos contundentes. «Vamos a hacer fuerza para que podamos votar», cuenta Julio, que se define como «charnego y más catalanista que nadie». A su lado, el tarraconense Josep Maria Gras carga energías: «Será otro día festivo y cívico». 

Las decenas de buses que salen de Lluís Companys sintetitzan la transversalidad. Iván David, un colombiano que lleva tres años en Tarragona, argumenta la independencia con un catalán perfecto. «Vivo en un entorno con familia independentista y me ha motivado mucho. Estoy comprometido», confiesa. A su lado, pasa una chica con una camiseta con el lema ‘Sóc catalana 100%’. También hay zamarras del Barça con la senyera y estelades que sirven de capa. Todos están esperanzados en votar el 1 de octubre. Si acaso, por esa convocatoria del referéndum, este peregrinaje resulta tan clave. «Venimos a hacer fuerza para que se deje votar. Si no lo hacemos estaremos en un país fascista. ¿A qué le tienen miedo?. Queremos que todo el mundo vote, los del sí y también los del no», se pregunta Begoña. 

«Esto es más que una cuestión política o de la independencia. Vamos a Barcelona por dignidad personal. Va a ser una fiesta», indica Pascual Alquézar, un aragonés independentista, que se siente catalán después de 58 años aquí. Hay niños, matrimonios, familias enteras que se acomodan en alguno de los autocares que les depositarán en pleno centro de Barcelona. 

«¿Qué pasará si no nos dejan votar? ¿Volveremos a 1975?», cuestiona Begoña. Todo el rato se repite un mantra, una paradoja. «Esperemos que este sea el último año que tenemos que reivindicar que se pueda votar», asumen varios. Barcelona es Ítaca y los centenares de autocares contratados son la furgoneta en el anuncio de la CUP, que se despeña porque el Procés se libera del lastre. 

Todos quieren que la de ayer haya sido la romería definitiva y que el año que viene Catalunya sea una república. La excursión anual hasta Barcelona es parte de la memoria sentimental del soberanismo. Si Quim Arrufat dice que el Procés era la furgo, aquí es el bus.

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