'Espero no acordarme mucho del Rey cuando pague la multa'

La estancia de Felipe VI no trastornó demasiado la cotidianidad de Tarragona, más allá de algunas restricciones de tráfico y una limpieza pocas veces vista

19 mayo 2017 23:17 | Actualizado a 22 mayo 2017 21:34
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8.50 de la mañana, calle Mallorca. José, un señor mayor que por la mañana no encuentra su coche donde lo aparcó, está convencido que los trabajadores de la ferretería le están gastando una broma. «Que sí, que hoy viene el Rey, que la grúa se ha llevado los coches que quedaban», le cuentan. No da crédito, hasta que comienza a percatarse de que, en la calle, efectivamente, no hay coches aparcados. En su lugar se percibe un inusual movimiento de policías.

Finalmente se da por enterado y, claro está, en lo primero que piensa es en la multa que tendrá que pagar cuando acuda a buscar el vehículo al depósito municipal. «Espero no acordarme mucho del Rey cuando pague la multa», dice resignado.

A medida que nos acercamos a la Tarraco Arena Plaça aumenta la presencia policial. Llama la atención Brutus, un perro policía de cuatro años y medio que forma parte del operativo.

Pero lo que de verdad comentan comerciantes y vecinos es la limpieza a fondo, «con agua y todo», a la que han sido sometidos los alrededores de la plaza. «Jamás había visto esto así de limpio», cuenta la trabajadora de una frutería.

Algo parecido pasa puertas adentro de la plaza. Una trabajadora se afanaba en pasar la aspiradora por enésima vez sobre la moqueta. Todo recuerda a una frase muy usada en Latinoamérica que habla de «limpiar por donde pasa la reina» (en este caso, el Rey) para definir estas limpiezas urgentes.

Más tarde, hacia mediodía, Leticia, no la reina, sino una mujer que atiende en una panadería en la misma zona, se queja de que hay «mucha expectación, pero poca caja».

Como no han dejado aparcar, buena parte de las pastas se le han quedado frías y está resignada a que los clientes que están en la terraza se queden dando vueltas al café helado hasta que llegue Su Majestad.

Escasas expectativas

Mejor pintaba la cosa para el propio bar de la TAP, porque a primera hora ya había servido unos cuantos cafés a los miembros del operativo de seguridad. No obstante, cerca de la hora de la visita la terraza se quedó desierta, no dejaban pasar.

Igual que en la calle Mallorca, en el primer tramo de la Rambla Nova tampoco se podía aparcar y los cortes de tráfico causaban más o menos inconvenientes según la hora. Mientras una conductora, momentáneamente atrapada, se lo tomaba con filosofía: «Tampoco viene el Rey todos los días», otra comentaba que la situación le parecía «directamente una mierda».

El acceso al párking de la Rambla permaneció abierto buena parte de la mañana, aunque estaba prohibido aparcar en la primera planta.

Justamente esa ausencia de coches fue la que notaron muchos establecimientos. En una zapatería se afanaban a limpiar los cristales; «otra cosa no se puede hacer, porque si no se puede aparcar no vendrá mucha gente... Aunque si realmente se celebran los Juegos habrá valido la pena perder un día».

Tampoco se hacía muchas ilusiones de vender más Sefa Mohedano, de la floristería que se encuentra en plena Rambla. Eso sí, aunque ella no es muy monárquica, ayer era un día para recordar que su hija, cuando era pequeña, le entregó el ramo a la Reina Sofía en su visita a Tarragona. «La casa Real dijo que nos haría llegar la foto, y cumplieron», cuenta.

También su hermana entregó un ramo al rey Juan Carlos cuando era Príncipe y su abuela hizo lo propio con un ramo para Alfonso XIII.

Terrazas en primera fila

Las terrazas que salieron mejor paradas fueron las del café Capuccino, justo al lado, que vio pasar gente trajeada durante toda la mañana. La dueña, Regina, explicaba que ya previó que trabajaran dos personas más, «e hicieron falta» para atender a los clientes de la visita real.

En el otro lado al dueño de la cafetería también le permitieron dejar la terraza. Un alivio, ya que ayer era el día de descanso y decidieron abrir. Eso sí, le pidieron quitar los ceniceros por miedo a que se convirtieran en armas arrojadizas.

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