«Fuimos a revestir una fachada y la gente aplaudió»

Los imprescindibles. Los días en el parque son tristes. Ya no hay rutina de grupo. Bajan los efectivos porque hay compañeros en cuarentena. También los bomberos sienten la solidaridad 

07 abril 2020 18:30 | Actualizado a 08 abril 2020 08:40
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El café se hace en soledad. La comida viene de casa en un tupper. Ya no hay conversaciones, ni profundas ni banales –esas también reconfortaban–, ya no existen los ritos colectivos, superficiales solo en apariencia. «Esa vida en comunidad cohesiona el día a día en un parque de bomberos. Eso se nota. Intentamos no estar en la misma habitación, no coincidir. Hay un sentimiento general de tristeza», reconoce Carles Pumar, cabo en el Parc de Bombers de Tarragona. Ni en el cambio de turno, un momento común de compadreo y confianza, se confraterniza ya. Todo son hábitos asépticos y desapegados.

Viven los bomberos, acostumbrados a situaciones delicadas y complejas, unos días extraños, porque todo es mucho más frío y por estar algo apartados del frenesí de la batalla: «Hay muchas ganas de ayudar, de estar en primera línea. Nos gustaría estarlo más, a disposición de los servicios sanitarios».

Emociones a flor de piel

La genética de servicio público, casi una devoción, les une, y de ahí la naturaleza que se esconde detrás de una escena reciente e inesperada en un servicio en Sant Pere i Sant Pau, que habla mucho de la sensibilidad a flor de piel del ciudadano en cuarentena. «Una tarde nos llamaron y fuimos a hacer un revestimiento de fachada, que estaba en mal estado, para evitar que se cayera. Era un servicio sin mayor importancia. Todo el mundo estaba en sus balcones y, cuando acabamos y nos fuimos, empezaron a aplaudir. Es una muestra de cómo la solidaridad se puede sentir en esos momentos». Carles y otros compañeros no dejan de conmoverse cuando toda la función pública se ve reivindicada, en el aplauso de las ocho pero también en el agradecimiento de la urbana delante de un hospital.

Ese apagón letárgico y global de la sociedad ha supuesto un respiro para ellos. «Los servicios han bajado, yo diría que incluso al 50%. Se nota mucho que no hay tantos accidentes. Hacemos aperturas de domicilio, de ascensores. Tampoco hay rescates en el medio natural», cuenta Pumar. Algunos días han pasado de 15 salidas a hacer solo dos, otra señal inequívoca de que la gente, en su mayoría, cumple.

Eso sí, la casa, esa fortaleza en la que refugiarse, sigue siendo una trampa para algunos. «Tuvimos que ir porque una señora se había caído, pero no presentaba síntomas de coronavirus. Hay que tener en cuenta que mucha gente mayor vive sola», narra Pumar, alumbrando una arista más de esa sociedad envejecida que es también la más vulnerable frente al coronavirus.

Pumar, vecino de Reus, cuenta cómo también los bomberos han tenido que extremar las precauciones. Las salidas sobredimensionadas, también para que aprendieran los que estaban en prácticas, han quedado atrás. Ahora se va con el personal justo, adaptado al trabajo que hay que hacer. «Como mucho podemos subir cuatro al camión. En el servicio puede haber dos escenarios. Atender a una persona con síntomas o una que no tiene. En este segundo caso, nos anticipamos, y nos protegemos mejor, con un traje especial, con mascarilla FFP2 y con gafas».

Limpiar linternas y cascos

No ha sido fácil encontrar el material en tiempos de enorme escasez. Mascarillas de cirujano sirven en el día a día del parque, mientras que se refuerza la protección cuando hay que salir. La rutina también les obliga a llevar una higiene completa, cuidada hasta el último detalle para evitar cualquier posibilidad de contagio. «Limpiamos el volante del camión, los teléfonos, las linternas, los cascos. Todo queda desinfectado después de cada uso y servicio», cuenta Pumar, que se deshace en elogios hacia el personal de emergencias pero también celebra la disciplina ciudadana. «Ahora, por quedarse en casa, todo el mundo es héroe. La gente tiene que tener eso en cuenta», cuenta el cabo sobre esa etiqueta tantas veces adjudicada a los bomberos.

La meteorología benévola también ha ayudado en el descenso de trabajo y ha evitado sustos en un momento, como este, sensible. Pese a eso, los bomberos del parque de Tarragona afrontan una situación anómala, golpeados indirectamente por la Covid-19: «Estamos bajo mínimos. Normalmente tiene que haber un mínimo de nueve personas por turno, para cubrir una población aproximada de unas 125.000 personas, pero en mi turno estos días éramos siete porque hay dos compañeros que están en aislamiento durante 15 días. Tenemos menos trabajo pero también hay menos efectivos».

Carles admite que, en esencia, los trabajos en el parque no han cambiado en exceso. El cuerpo podría intervenir en cualquier momento si fuera preciso. «Tenemos la formación adecuada para actuar en situaciones de riesgo biológico y químico». De momento, les toca seguir protegiendo a una ciudadanía en ‘standby’, que aún requiere ser rescatada cuando hay un accidente o se incendia un contenedor. Con esa intención Carles va cada día a trabajar y a reponer el ánimo en ese parque de bomberos ahora más desangelado, sin deportes de equipo ni tertulia en el café ni comunión a la hora de la cena. Son días raros y tristes en el Parc.

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