Hambre, pecado universitario

Malos hábitos. El ritmo de vida de los estudiantes les priva, en muchos casos, de llevar una dieta equilibrada

29 octubre 2018 08:19 | Actualizado a 29 octubre 2018 08:37
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La buena alimentación y la vida estudiantil son dos conceptos que parecen antagónicos. La mala rutina alimentaria de los universitarios es una leyenda urbana que por mucho que hablemos del hombre del saco si no se toman la sopa, en este caso sí se cumple. 

Lejos de ser dos aspectos independientes, la alimentación equilibrada va relacionada con un buen rendimiento en el aula y también puede darse el caso contrario. Así que si quieren una buena chuleta, no de las de cerdo sino de los exámenes, para ser mejor estudiante empiecen por cuidar su alimentación. 

Cuando llega la universidad es un momento de cambio. Muchas cosas son nuevas y por mucho que anteriormente se hayan desarrollados buenos hábitos alimenticios, se pueden echar a perder. Una nueva situación de convivencia, las rutinas alimentarias de los compañeros de residencia o de piso, la economía ajustada y las habilidades culinarias de cada uno, hace que cambien los buenos hábitos desaparezcan. 

Los universitarios en general no comen bien. Realizan dietas desequilibradas, algo mejor las mujeres, con alto contenido calórico procedente de azúcares, grasas de mala calidad, harinas refinadas y alcohol.

Además la práctica del ejercicio es muy baja, algo más alta los hombres, a pesar de que tienen el conocimiento que una buena alimentación y la realización de ejercicio tienen efectos beneficiosos sobre la salud. 

Planificación alimenticia

Rosa Baró, dietista y nutricionista de la clínica Alomar de Reus, explica que entre los malos hábitos alimenticios de los universitarios «hay un consumo bajo de legumbres, frutos secos, fruta y verdura, pero como en la gente joven en general». «También hay falta de pescado, como la mayoría de la población -prosigue Baró-, y un exceso de carne roja y embutidos. Además, del consumo elevado de alcohol que se concentra al final de la semana».

Respecto a los niveles de estrés, Rosa Baró expone que «la mala alimentación da pie a un aumento del estrés que repercute a las horas de descanso y a su vez a la alimentación. ‘‘No me siento bien, no como bien…’’ es un pez que se muerde la cola. Entonces se tiende a optar por alimentos que satisfacen al paladar con más grasas y azúcares». 

«Es muy importante una buena planificación –apunta la nutricionista-. Hacer una agenda, igual que con los horarios de estudio, pero con las comidas. Tener decidido qué comerás en la siguiente comida ya no lo tienes que pensar. Así se puede programar la frecuencia de las legumbres, verdura o pescado. Si no planificamos, la lechuga puede estar fofa y no apetece».

Mantener unos niveles adecuados de serotonina y dopamina ayuda a tener un mayor rendimiento mental

Acerca de cómo afecta la alimentación en el rendimiento entre los universitarios, Baró dice que «una buena alimentación ayuda a la concentración mental. Es importante potenciar el consumo de minerales, magnesio y vitaminas. Para ello son clave las frutas, verduras, arroces integrales, legumbres, frutos secos, o también mejorar el omega tres con el pescado azul».

«No hay que saltarse comidas. El número de veces que se come depende del hambre de cada uno pero si no tenemos hambre al levantarnos, hay que prepararse un bocadillo sano o frutos secos para luego. Todo depende de una buena planificación, sino cuando viene el hambre vamos a una máquina de vending o cafetería con productos con muchas grasas y azúcares», narra la nutricionista.

Rosa Baró subraya que «también me he encontrado con universitarios que hacen dietas veganas y vegetarianas que no están bien controladas o planificadas, ya sea por falta de proteínas o porque no toma el suplemento B12. En estos casos, hay que consultarlo antes con un profesional».

Finalmente, concluye: «No hace falta ser un cocinitas, incluso si se come fuera de casa. Encontramos alimentos casi preparados como las lechugas envasadas o las legumbres hervidas. Pero nos vamos a los platos precocinados, cuando tenemos herramientas para ayudarnos a llevar una buena alimentación».

Ejemplos contrapuestos

Bea y Carmen Almeida son dos hermanas que estudian Enfermería y Fisioterapia en la URV respectivamente. Su relación estrecha con estudios de la salud les ha llevado a tener una alimentación cuidada y planificada. 

«Comemos lácteos cada día, ensaladas casi a diario, cremas de verduras tres días a la semana, hidratos de carbono uno, legumbres otro, pescado dos o tres veces, carnes rojas dos y los otros carne blanca», explican ambas.

«El desayuno suele ser la comida más desequilibrada porque no comemos fruta por falta de tiempo», dicen y comentan que «quizá algún día pedimos sushi para cenar, pero tampoco todas las semanas». 

Aunque llevan una buena alimentación, admiten que no practican mucho deporte más allá de salir a caminar un par de veces por semana, también por falta de tiempo o pereza.

Suelen realizar dietas desequilibradas y también falta práctica de ejercicio físico 

Por otro lado, Luis Cortés, estudiante de Geografía en la URV, admite que no sigue ninguna planificación alimenticia. Como muchos universitarios, sus comidas suelen ser de un plato donde «el arroz, la pasta y la carne» suelen ser protagonistas. 

Algún día opta también por una ensalada, y su consumo de verduras se centra en tomates y lechuga. Eso sí, toma fruta casi a diario e intenta hacer cuatro comidas al día. 

«No como mucho pescado, atún sí con la pasta, y legumbres muy pocas, como mucho judías», explica Cortés. También se decanta algún que otro día por las máquinas de vending para desayunar o merendar, aunque no es amante de la comida rápida: «Una vez cada dos semanas».

En cambio, sí que realiza ejercicio físico tres o cuatro días a la semana, ya sea fútbol, caminar por la montaña o escalar en el rocódromo.

En cualquier caso, una buena alimentación facilita la concentración y controlar los niveles de estrés. Por lo que si estamos en edad de estudiar, la alimentación es una asignatura más. 

 

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