Historias funerarias que molan más que Halloween en Tarragona

Visita al ‘fossar’ de la Catedral. El templo mayor de la ciudad guarda historias y huesos que recuerdan como se enterraba en la Edad Media

27 octubre 2019 09:40 | Actualizado a 29 octubre 2019 13:35
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Habría que estar muy ciego para no darse cuenta de que Halloween y toda su parafernalia de disfraces, calabazas y chucherías, ha llegado para quedarse. No obstante, de vez en cuando, algunas iniciativas culturales sirven para recordarnos que la muerte, la de verdad, y su historia, son mucho más fascinantes que unos esqueletos de plástico.

Eso fue justo lo que pasó ayer durante la visita que la empresa Argos, en colaboración con el Patronat Municipal de Turisme de Tarragona, organizó a la Catedral de Tarragona y su fossar (cementerio, osario). Lo hicieron en el marco del programa Tarrorífic que han confeccionado, por tercer año consecutivo, aprovechando la proximidad de la festividad de Tots Sants.

El viernes comenzaron explicando cómo se vivía la muerte en la época romana con una visita a la Necrópolis; ayer le tocó el turno a la Catedral, para hablar de la Edad Media, y hoy la visita será al Cementerio para hablar de la Guerra del Francès hasta nuestros días (a las 11 en castellano y a las 12 en catalán).

La cotidianidad de la muerte

La propia fachada de la Catedral ya servía al guía, Julio Villar, para esbozar la idea que se tenía de la muerte en la época medieval: coronando la puerta central una serie de figuras en bajorrelieve muestra una escena del juicio final, aquel que sustenta la idea de que hay que sufrir en esta vida para conseguir una mejor después de la muerte.

Y he aquí la primera aclaración: en la Edad Media la muerte no era cosa extraordinaria como hoy, sino el pan nuestro de cada día. Entre malas condiciones higiénicas y epidemias, era fácil que cualquiera pudiera ver un cadáver o a alguien agonizando en la calle.

Pero, como siempre, en la muerte también hay clases y comenzamos por la primera (clase): los curas y nobles que estaban enterrados en el corazón de la Catedral. Y sí, hablamos en pasado porque aunque el verbo exhumar se ha puesto de moda esta semana, es una práctica antigua y en los años sesenta sirvió para trasladar los sepulcros de estas personalidades desde la nave central hasta otra zona, más cerca del Altar Mayor.

Los asistentes, una treintena, (las dos sesiones de la tarde se llenaron) se removían con cierta inquietud mirando al suelo.

Un trastero lleno de sorpresas

Pero eso no era ni el aperitivo de lo que se encontrarían llegados al meollo de la ruta: el fossar del templo, un sitio que rara vez se puede visitar.

Actualmente, lo único que queda es un pequeño jardín que, a primera vista, no parece más que un descuidado trastero, tal como haría notar una de las visitantes. Allí igual puede verse la base de una columna romana, que el sepulcro en el que estuvieron provisionalmente los restos del Rey Jaume I cuando llegaron a Tarragona a mediados del siglo XIX. (En 1952 volvieron a Poblet).

Aunque Villar se esmeró en ofrecer todo tipo de datos históricos (hay constancia de que aquí hubo enterramientos en época visigoda), resultó difícil concentrarse cuando hizo notar el extremo de un hueso que sobresalía de la tierra. Más allá un hombre recogía del suelo una muela que se confundía con las piedras.

Y es que, en la Edad Media, al pueblo llano solo se la enterraba en los camposantos aledaños a las iglesias en unas fosas comunes a las que llegaban con un simple sudario.

Es apenas una muestra de un camposanto que se extendía casi hasta el Seminari. La actual calle de Les Coques, de hecho, comenzó a llamarse así a finales del XIX, porque antes se la conocía como el Carrer del Fossar. Ahora, cada vez que se hacen obras, como las que se realizaron en los 90 en el entorno del Col·legi L’Estonnac, aparecen restos. Lo dicho: ¿para qué esqueletos de plástico?

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