Jóvenes hospitalizados por la Covid: «Nunca pensé que a mi edad podría ir a la UCI»

Tienen menos de 30 y a pesar de tan corta edad han ingresado, incluso en intensivos, para vencer a la Covid-19. La quinta ola ha demostrado que también ellos son vulnerables al virus

08 agosto 2021 10:40 | Actualizado a 08 agosto 2021 14:55
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Nerys Nataly Méndez, de 28 años, está al fin en su casa, en El Vendrell. Esta semana ha recibido el alta después de haber estado ingresada 15 días, siete de ellos en la UCI, en el Hospital de Santa Tecla por coronavirus. Ella es uno de esos jóvenes que han engrosado las listas de pacientes en esta quinta ola. Uno de cada tres hospitalizados en este nuevo envite del virus tenía menos de 40 años.

«No pensé que podía llegar a esto con esta edad», sostiene ella, que incluso ha llegado a precisar de ese paso breve de una semana en intensivos, aunque siempre estuvo consciente, para salir adelante. Los médicos han tenido que seguir muy de cerca la evolución del SARS-CoV-2 en su organismo. «Soy diabética y siempre me he cuidado bastante a la hora de salir y en todo momento he tomado muchas precauciones», cuenta esta joven, cocinera de profesión, que no sabe a ciencia cierta cómo se infectó aunque «quizás fue con el contacto con algún cliente».

«Me costaba respirar»

Nerys Nataly había estado buscando cita para la vacuna una vez se abrió su franja, aunque el contagio le sorprendió antes de que pudiera pincharse. Todo comenzó con unos primeros síntomas que ella asoció con un resfriado –la variante Delta desencadena ese tipo de efectos, más similares a un constipado de verano–. «Empecé a sentir dolor en el cuerpo aunque por la noche me ponía bastante peor, con fiebre de hasta 39 o 40 grados. Sufría temblores, me costaba respirar y me sentía fatal. Así estuve tres días», recuerda.

Se mantuvo incluso trabajando durante varias jornadas, hasta que la situación se complicó de un momento a otro. «Empecé a perder el sabor y el olfato, no sentía los olores», explica ella. «Por el día estaba bastante bien pero llegaba la noche y empeoraba, no dormía, sentía presión en el pecho, cada vez me costaba más respirar», cuenta.

Un test de antígenos realizado en el trabajo acabó con resultado negativo de su jefa y también el de ella. Sin embargo, Nataly se seguía encontrando mal. Se tomó dos días de descanso y no fueron suficientes porque la enfermedad avanzaba y los síntomas se agravaban. «Me pasé el día entero con fiebre, con temblores, yo sentía que me moría, hasta que llamé a urgencias y me enviaron una ambulancia. Sentía como que tenía el pecho oprimido». Fue trasladada al hospital del Vendrell, donde le suministaron oxígeno. «Por entonces el azúcar se me descontroló. Allí me realizaron la prueba y salió positiva, así que hicieron las diligencias para enviarme a Santa Tecla», recuerda ella.

Siete días en intensivos

En esos momentos su situación se había agravado tanto que precisó de pasar a intensivos. «Estuve siete días en la UCI pero no me llegaron a intubar, aunque tuve miles de aparatos puestos. Recuerdo que las enfermeras entraban y salían todo el rato. Les agradezco mucho lo que hicieron por mí… es para darles el Premio Nobel», relata, siempre agradecida al trato recibido. Ella, a pesar de su juventud, era un paciente de cierto riesgo en el que su estado podía empeorar de un instante a otro. «El problema era que la medicación que me daban me subía el azúcar, que no conseguía bajar de 300. Estuve siempre despierta y en contacto con la familia –tiene un hijo de ocho años–, que durante ese tiempo lo pasa muy mal», explicaba esta semana desde la planta, donde llegó tras pasar por críticos y donde tuve que estar aislada. Finalmente, unos días después ha sido dada de ala.

«Desde el minuto 1 he estado sola, pero las enfermeras te hacen la estancia mucho más llevadera, son muy acogedoras y realmente nunca te sientes sola», narra. Las videollamadas hicieron el resto para sobrellevar un aislamiento emocionalmente duro para ella y para todos los enfermos de Covid-19.

Recuperarse en casa

Poco a poco fue mejorando. Abandonó la UCI. Volvió a planta. Esta semana le quitaron el oxígeno para que pudiera respirar por sí sola, una prueba de fuego para su recuperación definitiva y el alta. Nerys Nataly, aún lastrada por el cansancio y la fatiga habitual en muchos de los afectados, vuelve a estar feliz, tranquila, una vez dejado atrás lo que ha sido un gran susto. Ahora queda otro desafío: recuperarse en casa de las secuelas. «A esta edad nunca piensas que te puede pasar esto», remarca ella, veinteañera y contagiada a pesar de que ha sido cauta en todo momento. Ahora aprovecha para concienciar, como lo hace Salut con su campaña #1decada3, avisando de esa proporción de ingresados que tienen menos de 40.

«Yo no salía, no bebía alcohol. Iba de casa al trabajo y del trabajo a casa. Me he cuidado bastante durante toda la pandemia y aun así me ha tocado. Si me toca a mí, que me he cuidado, imagínate los que van por ahí sin hacerlo», indica Nataly, mientras lanza un mensaje de sensibilización: «Hay que tomar un poco de conciencia de que el virus es una realidad, hay que cuidarse y también hay que vacunarse. Uno generaliza pero quizás sí que hace falta un poco de cordura, hay que tener en cuenta que la vida se puede acabar de un momento a otro. La peor parte es del que cae enfermo pero también es de ese personal sanitario que está ahí luchando».

«Pasas miedo y te preocupas por si vas a empeorar»

«La gente que yo conocía y que se había contagiado lo pasó en casa, con síntomas y ya está, así que cuando te ves en urgencias y te tienen que ingresar te asustas, impacta un poco», se sincera John Bugarin, de 23 años y sin patologías previas, que pasó tres días en Joan XXIII. Ya ha podido recuperarse de un sobresalto que trastocó sus planes y del que no conoce, en verdad, el origen. «Fui a la Rambla a tomar un helado con mi pareja. Ese día su hermana le dijo a mi novia que había sido contacto estrecho de un positivo, así que me confiné ya de entrada, sin tener síntomas ni nada», recuerda. Finalmente, la hermana dio negativo pero tanto su novia como el propio John fueron positivos.

Una vez aislado comenzó el malestar. «Empecé a encontrarme mal. Me subió la fiebre a 39 y tenía tos pero sobre todo recuerdo mucho dolor muscular y fatiga. Nadie de mi familia se contagió pero mi novia estuvo igual unos días», admite John, que no se había hecho ninguna prueba pero ya sabía que estaba infectado del SARS-CoV-2. Finalmente, se sometió a un test de antígenos que dio positivo. Le recetaron diez días con paracetamol: «La primera semana estuve relativamente normal, con los típicos síntomas de fiebre. En la segunda todo empeoró. Sentía mareos y ganas de vomitar. Estuve dos días sin comer».

Llamó otra vez a su CAP, fue con su padre («ahí ya no me aguantaba de pie», cuenta) y le enviaron a urgencias de Joan XXIII. «Allí vieron que tenía un poco de neumonía, no muy grave, pero me tenían que ingresar», recuerda. Solo entonces le empezó a bajar la fiebre después de 10 días, con puntas próximas a los 40 grados. «Me pusieron el paracetamol en vena y me empecé a encontrar mejor. Estuve tres días y me dieron el alta. Pero me costó recuperarme. Sentía mucho cansancio y me mareaba hasta casi desmayarme. Hasta que no pasaron tres semanas no me encontré del todo bien», dice John, ya aliviado: «Cuando te ingresan lo peor es que te sientes mal y no sabes si vas a empeorar, no sabes si la neumonía puede ir a más».

«Lo peor fue una noche a casi 40 de fiebre. Ahí me asusté»

«Nunca imaginas que te pueda tocar, siempre he tomado precauciones y tenía más miedo al contagio por mi familia que por mí», admite Ignacio M., un tarraconense de 27 años que se acaba de reincorporar al trabajo, ya recuperado de las secuelas físicas que le ha dejado la Covid y su hospitalización. «Me había vacunado de la primera dosis y ese mismo día fui a una cena al aire libre, con mi novia y algunos compañeros de clase. No parecía que hubiera un gran riesgo, pero a los tres días mi novia dio positivo y me tuve que confinar», recuerda Ignacio. Solo un día después de aislarse empezó a tener síntomas que se fueron agravando. «Tenía fiebre, mareo y dolor de cabeza. Mi madre es médico y consideró que teníamos que ir al hospital porque me seguía sintiendo débil», relata él. En una primera visita no detectaron ninguna afectación pulmonar y volvió a casa, pero no mejoró. La tos y la fiebre fueron en aumento.

«Volví al hospital y allí me hicieron radiografías y detectaron que tenía una neumonía bilateral que por suerte cogieron pronto. Si hubiera esperado dos días hubiera sido bastante peor», cuenta este joven, al que la dosis no había dado tiempo en generar inmunidad. Se tuvo que quedar ingresado para estar bajo control: «Empecé el tratamiento y, dentro de la gravedad porque estaba hospitalizado, estaba relativamente bien y no necesité oxígeno». Antibióticos, corticoides, antiinflamatorios y un inhalador fueron parte de un tratamiento que le permitió mejorar, pese al mal trago.

«Nunca había estado ingresado y no es agradable, aunque nunca tuve una gran preocupación porque vivo con dos médicos en casa. Sí que hubo una noche que estaba a casi 40 de fiebre y me encontraba fatal. Eso fue lo peor y ahí sí me asusté». Ignacio se recuperó rápido y en cinco días obtuvo el alta pero no se libró de las secuelas: «Estaba en cama, hecho polvo y muy cansado. Intentaba hacer deporte, muy leve, y al acabar me dolía mucho la cabeza y me tenía que tomar paracetamol».

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