La Tarragona en ruinas

Media docena de masos con torres de vigilancia yacen ahora olvidados

23 octubre 2021 18:00 | Actualizado a 24 octubre 2021 14:13
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Hierbajos. Pintadas. Paredes derruidas. Hierros retorcidos. Escaleras hundidas. Sótanos sin techo que son un peligro. Chimeneas derrumbadas. Restos de cuerdas. Plásticos. Latas. Trapos ennegrecidos. Colchones agujereados. Neumáticos. Botellas de cristal.... Son los nuevos ‘señores’ de lo que antaño fueron espectaculares masías con torres de vigilancia que alertaban a los tarraconenses de las incursiones marítimas de normandos, corsarios, piratas, franceses, genoveses, musulmanes, castellanos... entre los siglos XIV y XVII.

Los masos de la Creu, d’en Pastoret, de l’Hereuet, de Grimau, d’en Sorder, Cusidó y dels Canonges poblaban el término municipal. Ahora gozan de protección legal, pero yacen en ruinas. Otras masías fortificadas, por contra, sí que han sobrevivido.

Las torres de vigilancia, que apenas resisten en pie, son vestigio de una sociedad que vivía la violencia como algo cotidiano. Como apunta el arqueólogo municipal de Tarragona Joan J. Menchón en Masos fortificats al terme de Tarragona. Una aproximació, «debemos tener en cuenta que estamos en un país que vive mucho más de espaldas al mar de lo que parece, pero esta realidad era bien distinta en otros tiempos. No solo la pesca, sino el comercio y la piratería o el corso eran una realidad. La violencia, la fuerza, el robo y el secuestro eran mucho más normales de lo que podemos imaginar en la sociedad actual».

Ante esa violencia, «la iniciativa pública, real, municipal o eclesiástica, promocionó la construcción de defensas y fortificaciones, o el refuerzo de las ya existentes. Dos casos son los de la Torre del Port en Tarragona (1527) y la Torre Vella de Salou (1530) promovidas por el arzobispo Pere de Cardona. Otro es la Torre de la Móra, que los jurados de Tamarit mandan construir en 1562. Junto a estas construcciones, los particulares se procuraron sus propias defensas especialmente en los caseríos dispersos y cercanos a la costa», explica Menchón.

El arqueólogo enumera una docena de masías. Una de las más espectaculares es el Mas de la Creu, del siglo XV. Parte del mismo está habitado. La zona más próxima a su torre permanece en abandono total. La entrada está protegida por dos furiosos perros sin bozal. Dos coches, uno de ellos sin ruedas, han sido aparcados frente a la puerta.

No se puede acceder al interior de la torre ya que los perros lo impiden, pero desde el exterior se observan vigas caídas, cascotes en el suelo, maderas podridas, suciedad por doquier...

En una estancia anexa un Renault 16 TS yace destrozado entre montañas de polvo. Barriles de vino se mezclan con cuerdas rotas, restos del techo derrumbado, plásticos, trapos... Una cisterna enorme recorre el subsuelo.

La torre, de planta cuadrada, tiene una base de 4,20 por 4,70 metros y una altura de 14 metros. El muro es de 0,90 cm de grosor. No cuenta con puerta exterior ya que se accedía desde el interior de la masía, de tres pisos. Sobre la puerta de la masía está grabada una Tau, símbolo de que fue propiedad eclesiástica. En su día se cultivaban avellanos, algarrobos y viña. Hoy todo es bosque.

La torre aún conserva unas almenas, matacanes y gárgolas y el mas unas aspilleras que demuestran su utilidad defensiva. Tiene una doble protección legal. Por un lado estatal, Bien de Interés Cultural (BIC), y por otro lado, autonómica, Bé Cultural d’Interès Nacional (BCIN).

Muy cerca, hay una cruz (de ahí el nombre del mas) y un tenebroso túnel de decenas de metros de largo. Se accede por unos resbaladizos escalones. Podría parecer un camino subterráneo para huir en caso de necesidad o una mina, pero, según las fuentes consultada, es un antiguo calabozo, cerrado por unos barrotes ahora oxidados. Recorrerlo agachado porque apenas supera el metro y medio de altura, es claustrofóbico.

En dirección a Barcelona, hay otras dos masías también fortificadas, las de Cusidó y Sorder, que analizaremos en una segunda entrega pelacanyes. También cerca, aunque más al interior, se sitúa el Mas d’en Pastoret. Data de 1612, como consta en una inscripción en el dintel de la puerta, junto a una cruz y el anagrama IHS (Iesus Hominum Salvator, Jesús salvador de los hombres, en latín).

Está perdido en medio del bosque, en los contrafuertes orientales del Gurugú. Tiene una espectacular vista de la costa. De ahí que la torre sirviese perfectamente de vigilancia. La tranquilidad, absoluta, solo se rompe por el rumor de los coches que circulan por la cercana autopista.

La torre es circular con un diámetro de 4,3 metros, una altura de 12 y un grosor de un metro. La torre es inaccesible porque se entraba desde el primer piso del mas, cuyo suelo está derrumbado. En su día alguien pintarrajeó un ininteligible grafiti en uno de los cuatro matacanes de la torre.

Sí que se puede entrar en la base de la torre, una bóveda oscura. Hace tiempo que nadie pasa por allí porque en el suelo, inundado de polvo, no hay huella alguna. Ahora ya las hay.

En el patio de acceso a la masía las hierbas casi impiden el paso. Un antiguo arado oxidado está oculto por unas ramas. En la planta baja, se mezclan los cascotes, las vigas (algunas de ellas ennegrecidas por el fuego) y los restos del techo. En un rincón, un agujero da a un sótano de una oscuridad impenetrable. No falta una pintada con autoría: «Bruno i Papa 27-3-16». Una escalera sube a un segundo piso, con el suelo hundido, y una pequeña hornacina en una pared con lo que parece la concha de los peregrinos. Unas anchas grietas recorren las paredes que aún siguen en pie. La torre es BCIN y la masía, un BCIL (Bé Cultural d’Interès Local).

Si el acceso al Mas de la Creu o el Pastoret es un poco complicado (hay que andar o recorrer senderos en un 4x4), al Mas de l’Hereuet se llega fácilmente. Está a poco más de cinco minutos de la calle Joan Lamote de Grignon, en la urbanización Llevantina.

Según Menchón, habría que fecharlo entre los siglos XVI y XVII. Cuenta con dos torres. Una solo conserva la fachada. La otra, de once metros de altura y una base de 4,50x3 m., aún resiste, pero la escalera que unía la planta baja con los tres pisos se ha hundido.

En su interior, comparten espacios un somier retorcido, vigas quemadas, grafitis, cascotes, las estanterías quebradas de una alacena, un bote de spray... En la masía apenas perviven las ruinas de una cocina y una capilla. Restos de lo que fue un gran pasado, ahora convertido en pura ruina.

El conseller de Patrimoni, Hermán Pinedo, apunta que «cada masía tiene una casuística diferente y todas pertenecen a particulares. Nos preocupa la conservación y salvaguarda del patrimonio y, desde el área de Patrimonio, estamos detrás de cada uno de estos monumentos históricos y en contra de cualquier proyecto que los ponga en peligro, pero la conservación corresponde a los propietarios».

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