La caja que nunca cumplió los setenta

CrónicaCaixa Tarragona celebraría hoy su septuagésimo aniversario, de no haber sido absorbida en 2011

14 septiembre 2019 19:30 | Actualizado a 16 septiembre 2019 17:42
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Corría el año 1949. Todavía se respiraban aires de posguerra, con cartillas de racionamiento y estraperlo. Tarragona, con apenas 40.000 habitantes, era la única capital catalana sin caja de ahorros propia. Con semejante panorama, el presidente de la Comisión de Hacienda de la Diputación, Joan Noguera, planteó la conveniencia de crear una institución financiera para capitalizar los ahorros de la provincia y reinvertir los beneficios en el territorio.

Para entonces, Tarragona ya contaba con sucursales de diversas entidades bancarias, como la Caja de Pensiones para la Vejez y los Ahorros (en la Rambla) o la Caja de Ahorros Provincial de la Diputación de Barcelona (en Apodaca). Sin embargo, como destacaba el propio impulsor de la entidad tarraconense, «en la actualidad, las sedes de las cajas de ahorros más importantes radican en Barcelona, con perjuicio para los imponentes de esta provincia y con el consiguiente beneficio para los de aquella». Fue así como el 15 de septiembre nació la Caja de Ahorros Provincial de la Diputación de Tarragona (rebautizada posteriormente como Caixa Tarragona), pese a los obstáculos legales interpuestos por su homóloga barcelonesa (la futura Caixa Catalunya), representada por Juan Antonio Samaranch.

Tres años después abrió la primera sucursal, en el número 27 de la Rambla Nova. El patrimonio fundacional ascendía a millón y medio de pesetas, aportados por la Diputación, y la plantilla se limitaba a cuatro personas, con el director Mateu Ruiz Oriol a la cabeza. El Diari de la época recoge el comunicado del director general de Previsión, informando sobre la firma de la autorización para abrir el establecimiento. El local fue arrendado por 1.750 pesetas al mes, y bendecido por el arzobispo Arriba y Castro. Una de las ventajas del inmueble es que ya contaba con caja fuerte, pues además del Borsí de Tarragona, había albergado tres entidades bancarias: el Banco Comercial de Tarragona, el Banco Comercial de Barcelona y el Banco Hispano Colonial. En 1956 la entidad abría nuevas oficinas en Reus y Tivissa, y ya había concedido veinticinco millones de pesetas en créditos. Dos años después se compró el edificio de la Rambla 68 para trasladar allí la sede, enriqueciendo el inmueble con relieves del escultor Lluís Maria Saumells.

La expansión

En los años setenta llegó la gran expansión. Fue la época de la batalla entre entidades para captar clientes mediante todo tipo de sorteos: tocadiscos (1973), televisores en color (1975), vehículos Ford Fiesta (1976), y el producto que se convirtió, con el tiempo, en el icono de las promociones bancarias: las cuberterías (1977). La implicación de la caja en el desarrollo económico de la provincia tuvo diversos reconocimientos, como la distinción de plata al Mérito Turístico de 1973, concedida por el Ministerio de Comercio y Trabajo. El 1975 se produjo el traslado a la sede definitiva de la Plaza Imperial Tarraco 6, a la que se dotó también de una imagen representativa gracias a una arquitectura corporativa y unos relieves en mármol blanco de Joan Rebull i Torroja. Ya en los ochenta, Caixa Tarragona atravesó la frontera provincial, abriendo oficinas en Barcelona, diversas poblaciones de Lleida, y en 1986, en la calle Alcalá de Madrid.

La década de los noventa fue más turbulenta. Una inspección del Banco de España obligó a la entidad tarraconense a aumentar sus dotaciones para cubrir posibles morosos, un toque de atención que supuso la dimisión de su director general, Francesc Montaña. Fue el propio supervisor español quien designó a su sucesor, Rafael Jené, hasta entonces director general adjunto de Caixa Catalunya.

El cambio de siglo sumergió a la caja en la montaña rusa financiera que terminó convulsionando el sector bancario. Durante la segunda mitad de la década, en el momento álgido de las cajas, la entidad tarraconense empleaba a más de 1.500 trabajadores repartidos en 300 oficinas. También había ampliado su sede hasta la calle Higini Anglès, añadiendo 5.000 metros cuadrados de oficinas, un nuevo espacio expositivo y un auditorio remodelado por todo lo alto. Pero entonces estalló la burbuja financiera, tras la quiebra de Lehman Brothers. Esta implosión bancaria, junto con la reconversión derivada de la implementación de las nuevas tecnologías, inició una espiral de fusiones y absorciones que todavía hoy no ha concluido.

Caixa Tarragona no pudo esquivar la tendencia a la concentración bancaria. Aunque no se explicitó públicamente, en su día se planteó una absorción por parte de IberCaja, una propuesta muy atractiva que apenas habría supuesto la reducción de sucursales y plantilla. Sin embargo, el proyecto que finalmente acabó triunfando en 2011 fue CX, un plan con enormes duplicidades entre las tres entidades implicadas. De hecho, tuvieron que desmantelarse 395 oficinas y se perdieron 1.300 puestos de trabajo, a causa de una decisión que para muchos no se rigió por criterios económicos sino políticos (alentados desde la Generalitat, entonces en manos del Tripartit).

Una fusión fallida

Según los expertos, las tres cajas fusionadas (Caixa Catalunya, Caixa Tarragona y Caixa Manresa) arrastraban diferentes desequilibrios previos, y la conjunción de todas ellas no hizo más que acrecentarlos. Fruto de estos problemas, la entidad fue nacionalizada por el FROB en 2012, al no ser capaz de cumplir con las exigencias de capital.

Aun así, la sede de CX permaneció en Barcelona, concretamente en la antigua central de Caixa Catalunya. Por su parte, desde la fusión, el gran edificio de la plaza Imperial Tarraco había quedado privado de su antigua función principal. Como consecuencia de este declive, en julio de 2013 la Diputación de Tarragona compró la ampliación edificada en los años noventa, por un precio de casi nueve millones de euros. Un año después se desmantelaba el gran cartel de Caixa Tarragona que todavía presidía la fachada principal de la sede.

La última absorción

Finalmente, el 24 de abril de 2015, el BBVA formalizó la compra del 98,4% del capital social de CX (Catalunya Banc), una participación adquirida un año antes mediante procedimiento de subasta. Previamente, el banco vasco ya se había hecho con la propiedad de Unnim, una integración previa que incluía Caixa Manlleu, Caixa Sabadell y Caixa Terrassa. La fusión de todas estas entidades significó un nuevo adelgazamiento de la estructura de oficinas en nuestro territorio. Como dato significativo, Caixa Tarragona llegó a tener 29 sucursales en la ciudad durante su época dorada, y diez años después, la red del BBVA (que incluye sus propias oficinas, más las de todas las cajas absorbidas) se ha reducido a 17. El signo de los tiempos.

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