La cervecería tarraconense que servía vino romano

Duelo superado. Isabel Clausell cerró hace dos años ‘La Alhambra’, situada en Estanislau Figueres. Fue muy duro pero no se arrepiente porque ha mejorado su calidad de vida

05 enero 2019 10:13 | Actualizado a 21 febrero 2019 16:42
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De una infinita tristeza a una calma serena y una añoranza repleta de buen rollo y de agradecimientos para los clientes. En enero de 2017, Isabel Clausell tomó una de las decisiones más difíciles de su vida: cerrar ‘La Alhambra’, el local de la calle Estanislau Figueres de Tarragona que había regentado ella misma desde 1992, cuando asumió la gestión tras el fallecimiento de sus padres. Éstos lo habían abierto en los años 60 como casa de comidas.

Habían sido 25 años al pie del cañón y otros 30 de recuerdos de sus padres al frente de un local emblemático en la ciudad. Echar el cierre a más de medio siglo de restauración, de charlas con los clientes, de implicación en la ciudad, fue tan duro que Isabel recurrió a la ayuda profesional «por el miedo a hundirme».

Dos años después no se arrepiente de aquella decisión. «He ganado en salud, en vida personal... Entonces no sabía qué era disfrutar tranquilamente de una cena con los amigos», explica. Isabel aguantó nueve años de crisis entre 2008 y 2017. Fue reinventándose. Cuando sus padres aún llevaban el local, les convenció para que adquiriesen cervezas de importación. Luego la familia convirtió el bar en un pequeño centro cultural, con concursos de poesía y cine fórum.

La idea de la poesía surgió a raíz del éxito de una iniciativa de Encarnación, hermana de Isabel. A Encarna se le ocurrió colocar un papelito con una poesía bajo el cristal de una de las mesas camilla del bar. Fue un boom. Los clientes decidieron redactar sus propias poesías, mensajes, frases... Las mesas se llenaron. Isabel aún guarda cajas repletas de aquellos emotivos papelillos.

Los estudiantes de la Universitat Rovira i Virgili llenaban el local porque entonces las facultades de Lletres y Química estaban ubicadas en el macroedificio de la Plaça Imperial Tarraco. El objetivo de la familia era que ‘La Alhambra’ fuera un local vivo, en constante renovación. Al cabo del tiempo se implicó en Tarraco a Taula, el certamen gastronómico de Tarraco Viva. Isabel elaboraba, al más puro estilo romano, tapas y mulsum, el exquisito vino dulce y especiado.

Isabel luchaba contra viento y marea, pero una serie de factores se juntaron a lo largo del tiempo para crear la tormenta perfecta y convencerla de que, pese a todo, la mejor opción era cerrar. El traslado de la URV al Campus Catalunya que hizo reducir el número de sus clientes, la propia crisis que la perjudicó, su edad y que no se sentía con fuerzas para volver a reinventarse se añadieron a la presencia, puerta con puerta, de unos incómodos vecinos.

La Alhambra estaba en el número 51 de Estanislau Figueres. En el 53, se abrió un establecimiento de dudosa reputación, por emplear un eufemismo. «El 53 era una carcoma diaria. Llevamos el tema a todas partes pero no había voluntad política para hacer nada», recuerda Isabel.
Pese a aquellos agrios momentos, Isabel se siente ahora pletórica. Sólo guarda buenos recuerdos y explica que su último plan era darle más protagonismo a la cocina del bar y servir comida casera. Que amplió el negocio con cervezas artesanales. Y que sus padres decidieron bautizar ‘La Alhambra’ al local tras la sugerencia de unos amigos que estaban encandilados por la belleza del palacio granadino.

Isabel se resiste ahora a alquilar el local. Ha tenido ofertas, pero no le convencen. «Se lo alquilaría a una familia que tuviera ganas de innovar», dice. Isabel tiene en mente organizar un «encuentro cervecero» que sirva como fiesta de reencuentro con sus antiguos clientes. Que estén atentos al WhatsApp y el Facebook.

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