La esencia del Serrallo

Historia. Nueve serrallenses se sumergen en la nostalgia y describen cómo ha cambiado el barrio marinero

22 agosto 2021 06:10 | Actualizado a 22 agosto 2021 07:08
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El nuevo Serrallo luce bonito, pero ha perdido la esencia pescadora. Es el resumen del viaje al pasado que el Diari de Tarragona emprendió con nueve serrallenses de toda la vida: cuatro mujeres y cinco hombres. El benjamín, de 63 años, y las veteranas, de 88 años. 

Están orgullosos de su barrio pero al tiempo, añorantes. Se muestran agradecidos al Port y muy críticos con el anterior equipo de gobierno, el de Josep Fèlix Ballesteros. El argumento de ese doble sentimiento: la flagrante diferencia entre el estado de la fachada marítima (la calle Trafalgar) y las calles interiores (Gravina, Sant Pere, Espinach...). La primera, de competencia portuaria. El resto, municipal.

Los protagonistas fueron Agustina Blanca, Rita Ortiz, Angelina Pastò, Magdalena Vicenç, Domingo Rossell (Minguet de l’Eriçò), Joan Artells (Joan del Ciutat), Agustí Rillo (Agustinet de l’Avi Juanito), Rafel Lluís Rofes y Javier Vizcarro (Javier de l’Antares).
El Diari les enseñó fotos antiguas y un par de libros para que se explayasen. El resultado fue una conversación llena de ironía y, sobre todo, de nostalgia. Conversación compartida en dos tandas para cumplir con el límite de reuniones a diez personas establecido por la Generalitat como una medida antiCovid.

Los nueve observaron la foto de unos abuelos y abuelas del Serrallo, homenajeados en una fecha sin determinar por la Confraria de Pescadors. La única que conoció a alguien fue Rita, de 88 años. 

Señalando a la segunda mujer sentada desde la derecha, comenta que «tengo el retrato en casa. Mi padre me explicó que se hizo en los astilleros, donde ahora está el Posit. Era la ‘gran de las rubias’». Rita también reconoce una de las barcas que aparecen varadas a escasos metros de las casas en una instantánea que refleja, quizá más que ninguna, el cambio en la fachada marítima.
«El barrio es ahora muy bonito, pero antes también lo era. Todo esto de aquí (apunta con un dedo a lo que ahora son locales de restauración) eran tiendas», rememora Agustina, de 88 años.

Todos recuerdan, eso sí, la inundación plasmada en otra de las instantáneas, la del domingo 9 de julio de 1972. Angelina (84 años): «Vivíamos en la plaza, al lado de la iglesia. Quería salir a la calle y mi madre me dijo que no lo hiciera, que me resbalaría en el agua. No le hice caso. Salí y cogí gambitas. Fíjate si el agua estaba limpia entonces. Pero al cogerlas me resbalé y me mojé todo el culo. Volví a casa y le pedí a mi madre ‘no me pegues que traigo gambitas’».  

Magdalena, de 87 años, vuelve al presente: «Me gusta el barrio como está, aunque las calles interiores están abandonadas y sucias, con los cables colgando». Magdalena se limita a constatar una realidad sin criticar a nadie.

Quien sí es crítico, mucho, es Agustí, de 74 años. «El Serrallo se arregló gracias al Port. El Ayuntamiento de antes nos tenía olvidados. Solo los veías (al alcalde Josep Fèlix Ballesteros y sus concejales) cuando había una comida. Y nunca pagaban. Siempre venían como invitados. Se apuntaban a las inauguraciones de Josep Andreu (el anterior presidente de la Autoritat Portuària)». 

«Sí, sí. Es cierto que nos tenían olvidados», corrobora Joan, de 73 años. El consistorio socialista no despertaba demasiada simpatía en el barrio. Por cuestiones puramente locales y también por el acendrado sentimiento independentista del Serrallo.

«Mi mujer, Ana, es de Almería, pero no le hables mal de Catalunya. Defiende el idioma como el que más. Cuando habla con su familia se le escapan palabras en catalán», se enorgullece Agustí.Rafel, de 72 años, el único que no fue pescador entre los cinco hombres, bromea con la endogamia del barrio: las chicas del Serrallo se casaban con los chicos del barrio. «Si venía alguien de Tarragona, ya no volvía al día siguiente porque le habíamos tirado al mar», dice entre risas.

Javier, de 79 años, 55 de ellos en la mar, cree que «hemos perdido la identidad. Ahora el Serrallo es otro mundo, está hecho de otra manera. Antes lo hacíamos todo dentro del barrio».

Alude Javier a la desaparición prácticamente de todo el comercio, pero también a que el sector de la pesca está en decadencia, pese a la titánica lucha de los armadores y pescadores que aún resisten contra viento y marea.Aparte de media docena de tiendas, los locales del barrio están dedicados a la restauración. Y cada vez quedan menos embarcaciones. «Llegamos a tener un centenar de barcas de arrastre y 40 dedicadas a la pesca de la sardina», enumera Javier.
Domingo interviene en la conversación: «El paseo es muy bonito, pero creo que el barrio ha perdido vida. Ya no queda nada». «Es verdad. En su día conté hasta 17 tiendas. Había tres barberías. Ahora no tenemos ni farmacia», lamenta Rafel. 
«Antes todo el mundo dejaba las puertas abiertas. Nadie cerraba con llave», sigue Rafel, en alusión comparativa a los problemas de seguridad que vivió el Serrallo recientemente. «Ahora se ha solucionado el tema de los okupas gracias a los Mossos y al Ayuntamiento. El barrio está muy pacífico últimamente», sostiene Javier.

La idea reiterada es que el barrio era una familia. Lo sigue siendo. Como refleja la importante actividad asociativa y cultural: dos agrupaciones de Setmana Santa con tres pasos, los diables, la coral, los castellers...

Los serrallenses coinciden en su  amor por el barrio teñido de nostalgia. Y en otra cuestión: la admiración por mosén Xavier Fort, ahora sacerdote en el Hospital Joan XXIII, pero que anteriormente ejerció en el Serrallo. «Era un santo de verdad», dice Agustí. «El mejor cura que ha pasado por el barrio», sentencia Javier. 

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