La familia que ya vendía bicis durante la guerra

La tienda de Roman, que alberga reliquias y vanguardia, abrió en 1962. Su abuelo ya comerciaba con bicicletas en la Guerra Civil en Gandesa

19 mayo 2017 15:54 | Actualizado a 21 mayo 2017 14:19
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Antonio vendía bicis durante la Guerra Civil. Empezó en 1935 en Gandesa y allí estuvo hasta 1961. Antes se había formado y curtido en fábricas y comercios de Barcelona. Él estaba poniendo la semilla de una saga clásica de la bicicleta que aún dura. «Me acuerdo de ayudar a mi abuelo, mirando cómo trabajaba. El primer recuerdo es reparar alguna cámara, alguna cubierta», explica ahora su nieto, Roman Fernández (51 años), propietario de Ciclos Roman.

Esta tienda junto a la iglesia de Torreforta heredó aquel impulso empresarial de su abuelo, que en 1962 dejó Gandesa y se estableció en el barrio. Roman, el nieto, convivió desde pequeño entre ciclos en reparación y artilugios que ahora tienen mucho de reliquia: la BH plegable o aquella Panther de Rabassa Derbi con el cambio de marchas en mitad del cuadro. «Yo tendría 10 años y aquello fue una revolución», recuerda Roman. Ahora intenta encontrar una para reformarla.

Su padre, del mismo nombre, no se dedicó al sector pero también echaba una mano si era preciso. «Siempre me gustó la mecánica, esa satisfacción de ir montando las piezas». Y recuerda algunos extremos: «La bici más cara que ha salido de la tienda costaba 14.000 euros. El cliente fue eligiendo las piezas. Sólo las ruedas valían 2.000 euros». En 1994, con su abuelo ya jubilado, Roman se quedó al frente del negocio, en pleno auge de la ‘mountain bike’, una especie de popularización máxima del deporte. «Lo mejor del ciclismo es que junta a gente de todos los estamentos. Pueden entrenar juntos un parado y el director general de una empresa con un sueldo de 4.000 euros», explica desde su tienda.

La bicicleta de carrera también fue un producto reclamado, aunque sin tanto ‘boom’. «Es muy regular, hasta que aparece un corredor español que despunta en al Vuelta y el Tour y repuntan las ventas. Lo notamos», dice Roman, custodio de sus pequeñas joyitas. En el escaparate enseña una ‘máquina’ con mandos electrónicos para cambiar de marcha, otra de esas revoluciones que pretenden conquistar el futuro. «Tiene ruedas de carbono y los cambios son como un mando a distancia de la tele», dice Roman.

Otro producto en auge es la bici eléctrica. «También tienes que pedalear con ella y hacer esfuerzo pero permite ir más rápido y llegar a los sitios antes. Para una buena tienes que irte a los 4.000 euros. A veces se la dejamos probar al cliente unos días, un fin de semana», habla Roman apasionado, acompañado de su hijo, del mismo nombre. Tiene 19 años y, aunque ayuda en el local, no seguirá los pasos del padre.

«Es una satisfacción estar tanto tiempo, ayudando al cliente en todo lo que podemos, y aguantando la crisis, contra la gran superficie y contra internet», dice Roman, que se mueve entre la vanguardia y el pasado, porque ahí está la historia en la que mirarse: «Recuerdo que un cliente me trajo una bici muy antigua que era de su padre. No la quería usar, pero me dijo que la reparara para tenerla en casa, casi de decoración. Al desmontar las ruedas nos encontramos diez billetes de mil pesetas que su padre había guardado allí. ¡Me dijo que me daba dos!».

Entre otros vestigios, guarda unas llantas de madera, casi del inicio del siglo pasado, antes de que su abuelo, en plena Guerra Civil, le diera por comerciar con bicis. Con él, con Antonio, empezó la historia de los Roman, un nombre ligado a las dos ruedas.

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