La generosidad en persona

Las trabajadoras familiares del SAD se convierten en las manos y los pies de los usuarios dependientes. Su tarea todavía es poco conocida

18 diciembre 2020 19:30 | Actualizado a 19 diciembre 2020 07:51
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Faltan quince minutos para las ocho de la mañana. Como cada viernes, Eugenia ya ha aparcado el coche en la calle Vint-i-tres Baix de Bonavista. Llega a casa de Víctor, un joven dependiente de 17 años. Le despierta con cariño y le ayuda a vestir. Le prepara el desayuno –leche con Eko– y le recuerda que tiene que asearse en el lavabo. «Manos, cara y dientes. No te olvides de nada», le dice. Víctor hace caso y sale impoluto. Van con tiempo. Así que aprovechan y juntos hacen la cama. Víctor coge el bocadillo que su madre le ha preparado, el Actimel y el móvil. Eugenia le pone prisas: «¡Venga, que perdemos el autobús!». Ambos salen de casa. Dos calles, diez minutos andando, y Víctor sube al bus que le llevará hasta el Centre d’Educació Especial Sant Rafael.

María Eugenia Rojas –le llaman Eugenia– es la trabajadora familiar que asiste a Víctor y a otras personas dependientes. Trabaja desde hace más de diez años en el SAD –Servei d’Ajuda a Domicili–, un servicio municipal que gestiona la Xarxa Santa Tecla. Se pasa la mañana de domicilio en domicilio con el único objetivo de ayudar, «y de llegar donde ellos no llegan», explica Eugenia. Despertar, asear, vestir, dar la medicación, comprar y conversar. Estas son algunas de las funciones que esta trabajadora familiar debe llevar a cabo con los usuarios.

Víctor, el joven de 17 años, es uno de ellos. Su madre trabaja desde muy pronto y Eugenia, desde hace siete años, es la encargada de ayudar a su hijo a prepararse para ir al cole. «Él se maneja bien pero necesita que alguien le eche una mano. Para eso estoy yo», dice Eugenia.

Los usuarios, lejos de lo que parece, no siempre son ancianos que viven en la soledad más absoluta. Es muy habitual encontrar personas dependientes jóvenes, ya sea por alguna discapacidad o por alguna enfermedad que les ha cambiado la vida. «Para hacer nuestro trabajo necesitamos una buena dosis de empatía y de amor al prójimo. Sino, no lo podríamos hacer», explica Eugenia, quien añade que «debemos pensar que cualquier día nos podemos encontrar nosotros en esta situación».

Eugenia recuerda el inicio de la pandemia como uno de los momentos más duros de su carrera profesional. «Todo el mundo estaba confinado, pero nosotras seguíamos al pie del cañón. Hemos demostrado ser indispensables. Con pandemia o sin pandemia, siempre estamos dispuestas para ayudar», comenta esta trabajadora familiar, quien añade que, desde la llegada de la Covid-19, «vamos con mucho cuidado porque no sabemos quién ha estado antes en esa casa. Ahora ya no, pero al principio pasé miedo». Eugenia reivindica que su puesto de trabajo sea mejor valorado desde todos los ámbitos posibles. «Quiero dejar de ser invisible», dice.

«Ahora ya es mi amiga»

Después del servicio del joven Víctor, toca visitar a Mamen. Es vecina de Bonavista y tiene 56 años. «Era una persona normal, hasta que empecé a enfermar. Acabé pesando 160 kilos, durmiendo en una silla durante siete años, con depresión crónica y fibromialgia», explica Mamen. Eugenia es su mano derecha. Pero no solamente para hacerle la higiene personal o para acompañarla a comprar.

«La parte emocional es muy importante. Eugenia me escucha, me da consejos y me anima. No es una trabajadora social, es mi amiga, mi cómplice», dice Mamen. Eugenia conoció a esta vecina de Bonavista hace también siete años. «Me ponía de pie a su lado y ni me miraba. Y así durante un año», dice Eugenia, quien añade que «después de mucho trabajármelo, conseguí que me hiciera caso». Mamen acabó operándose y perdiendo muchos kilos. Pero sigue necesitando ayuda. Son muchas las trabajadoras familiares que dedican su vida a hacer más llevadera la de otros. Generosidad en estado puro.

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