La ‘pinya’ más compacta

Urnas que llegan de forma clandestina, Mossos benévolos e incluso una petición de mano fueron algunas de las anécdotas en el local de la Colla Jove.

02 octubre 2017 08:57 | Actualizado a 02 octubre 2017 09:30
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Uno de los grandes puntos de interés de la jornada fue en el local de la Colla Jove de Tarragona, el único centro de votación propiedad del Ayuntamiento que abrió sus puertas como colegio electoral. Pese a los problemas informáticos y la amenaza constante de que llegase la policía, cientos de personas se mantuvieron en las puertas del edificio todo el día. Una coordinación que fue el broche de oro de una convocatoria en el que la planificación y la improvisación jugaron por igual. 

La jornada empezó pronto. Había quien se habían quedado a dormir en el local. Otros empezaron a asomarse a partir de las cinco, y ya a las seis  había alrededor de ochenta personas que aguardaban expectantes lo que vendría en las siguientes horas. Sobre las 6.30 horas quedó resuelta una de las grandes incógnitas: cómo llegarían las urnas. Un turismo negro paró delante del local, las personas que estaban allí rodearon el vehículo como escudo de protección y en cuestión de segundos habían bajado. Una clandestinidad que resolvía uno de los quebraderos de cabeza de las últimas semanas.

Era un primer certificado de que la cosa iba en serio. Pero a las 7.45 horas se asomaba lo que podría ser el primer problema. Dos agentes de los Mossos venían caminando hacia la sede de los de la camisa lila. Y tras una mirada de desconfianza, los asistentes iniciaron un cálido aplauso ante los dos agentes de la autoridad que se retiraron de forma discreta hacia un segundo plano. Así permanecieron desapercibidos hasta las 8.50 horas, cuando ya se habían constituido las mesas y  estaba a punto de abrir el colegio. En ese momento se acercaron para preguntar si les dejaban entrar y, ante la negativa, los dos agentes decidieron retirarse de nuevo ‘intimidados’ por los cientos de personas que ya había delante del colegio.

Entre los que estaban esperando, Josep-Lluís Carod-Rovira, exvicepresidente del Govern, tarraconense y de la Jove, quien explicó que «hemos desayunado las tres personas que en 1973 hicimos las primeras pintadas independentistas en la ciudad».

 
Carod-Rovira fue breve, a las 9.00 horas en punto abrían las puertas. Y, tras unos instantes de vacilación del sistema, Montserrat Pallejà depositaba la primera papeleta en este centro. Con los ojos húmedos se acordaba de «todos los que nos han precedido y ya no están». Un sentimiento de felicidad que sobre todo entre la gente mayor era muy común. La ilusión duró poco. Cuando tan solo habían votado cinco personas –cuatro en una mesa y una en la otra– caía por primera vez el sistema y no se pudo votar durante tres horas. No tardaron en llegar las primeras noticias de disturbios en los centros de Ponent y posteriormente también de Sant Pere i Sant Pau. El escenario no era prometedor. La fiesta se estaba acabando cuando apenas había comenzado. Pero la Jove demostró que sabe afrontar los grandes acontecimientos y enseguida sacaron los bancos, las garrafas de agua e incluso pusieron a disposición algunos bocadillos, para que la espera fuera más llevadera. Una situación que es la que presenciaron los observadores internacionales. Apenas estos se habían ido cuando surgieron los primeros rumores de que venía la policía nacional.

Eran las once y media de la mañana y la primera ocasión en la que delante del local se formaba una compacta pinya para proteger la entrada del local. Y en medio de este tumulto que aparece un vehículo con matrícula danesa, que sus propietarios dejaron atravesado en medio de la calle y que no era una barricada,  sino un joven que iba a pedirle en matrimonio a su pareja delante de la Catedral. Al quedar bloqueados por la gente dejó el coche como escudo y se fueron. Hubo piedra y habrá boda.

Tras la espera, los primeros en pasar fueron la gente mayor. Marta Rufí acompañaba a sus padres de 93 y 84 años de edad. «Estoy enferma de cáncer y esto es lo que me da vida. Lo hago pensando en mis padres», decía.

A las dos de la tarde las noticias que llegaban del resto de la ciudad eran espeluznantes. Los agentes estaban cargando en el instituto Tarragona y se dirigían al Pons d’Icart y, según una ruta que nadie conocía, pero que se extendió como la pólvora, el siguiente paso era la Jove. Por lo que los responsables del local pedían a la gente que no se marchara y se quedase la sede electoral desprotegida. «Tan importante es votar como llegar con las urnas hasta el final», les decían.
Las horas críticas del mediodía constataron de nuevo que esto no era una jornada cualquiera. Ya que eran pasadas las tres y la cola aún seguían enfilándose por la Baixada de la Peixateria. «He salido de casa y he pensado que estábamos de fiesta mayor de la gente que había. Este año hemos alargado la Tecla», decía uno entre el público.

A las seis volvían los rumores y los ensayos de ‘pinyes’ delante de un local que permanecían cerradas. Se agotaba la jornada y el miedo era de que en el último suspiro pudiera irse todo al traste. Con cientos de personas delante de las puertas y algunos que se dirigían hacia Cultura para poder votar, a las ocho se daba oficialmente por concluida una votación en la que participaron 1.390 personas de las cuales 1.313 se decantaron por el sí y 52 por el no.

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