«La yaya, desde el cielo, nos protege»

De abuelos a nietos. Ayer era de los pocos días en que los niños pueden acercarse a ver la muerte como parte de la vida... Y no era Halloween

02 noviembre 2018 09:24 | Actualizado a 09 noviembre 2018 12:46
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Paradojas de estos tiempos, muchos niños celebran Halloween esta semana. Hay disfraces, chucherías, consumo y, cómo no, un miedo bien escenificado a esa muerte enlatada que nos venden las series y películas americanas.  

Pero lo cierto es que la otra muerte, la de verdad, la inevitable, se les esconde cada vez con más cuidado, igual que cualquier cosa que pueda causarles dolor. Tal vez por eso ver a familias con niños en el cementerio de Tarragona consigue causar un punto de sorpresa, como cuando se sabe que se está ante una costumbre con fecha de caducidad.

Berta, de 10 años, tiene aquí a sus bisabuelos. No los conoció, aunque viene cada año con sus padres, especialmente a acompañar a sus abuelos, que la miran enternecidos. La niña se fija en el tipo de piedras de las lápidas, las flores, las fotos... Su madre comenta que: «es una manera de enseñarles que la muerte es parte de la vida».

Muy cerca, Soumia, de seis años, mueve coqueta su melena rubia mientras enseña orgullosa el ramo de flores artificiales que le han traído a su abuela, «que está durmiendo». El ramo, impactante, tiene tiras de lentejuelas y otros elementos brillantes. Le preparan un modelo distinto cada año, inspirado siempre en lo que a la abuela le gustaba. «La yaya, desde le cielo, nos protege», dice la niña, mientras cuenta que tienen una foto suya en el salón. Su madre, Susana, la trae al cementerio desde que era bebé. Para ella es la manera de garantizar que no se perderá la memoria familiar.

La familia al completo

Algunas familias, muchas de etnia gitana, se juntan casi al completo. Los Mendoza reúnen a casi una treintena. Este día acuden al cementerio no sólo los que viven en Tarragona, sino de otras partes de España. Hay gente de todas las edades, desde niños con chupete, pasando por algunos adolescentes, hasta los abuelos. «Hay que arropar a los mayores», dice una de las mujeres afanada en ver dónde están todos.

En un grupo más pequeño Paula y Julia, de 8 y 10 años, esperaban a que acabaran de limpiar el nicho de los bisabuelos para ponerle las florecillas que tenían preparadas. El año pasado fueron piedras decoradas; el otro, una carta... Nunca les falta un detalle.

Sí, Todos los Santos es de esos días enriquecedores para niños y abuelos. Un momento para la memoria, para recordar la historia que nos trajo hasta aquí. Una servidora nunca conoció ni entendió tanto de su historia familiar como cuando iba de la mano de su abuela al cementerio de su pueblo. Era el único día en que aquella mujer grande que parecía un prodigio de la naturaleza se permitía soltar unas lágrimas en público mientras hablaba de los suyos. Cada uno asume su dolor como puede. Otra abuela, Consuelo Pubil, florista, contaba que a mediodía ya llevaba tres horas armando un ramo enorme frente a la tumba familiar con ¡18 docenas de flores! (216 en total).

La memoria necesaria

Ayer, inevitablemente, también era un día para constatar que no todos tienen una tumba para llorar a los suyos. José Maria Moreno Cañagueral se detenía, junto a su mujer, en el memorial a las víctimas del franquismo. Buscaban, aunque ya sabían dónde estaba, el nombre de su abuelo, Francesc Cañagueral, de La Ametlla de Mar, a quien fusilaron en La Muntanyeta de l’Oliva en el 39. Lo condenaron «por escribir en el diario, como usted», decía mientras señalaba con el dedo la libreta de la reportera. A su abuelo lo trajo la familia y lo incineraron y enterraron aquí. Su nieto siempre piensa lo mismo cuando va al cementerio: «No hay que olvidar».

Lo dicho, cada uno decide si quiere o no quiere Halloween, pero nadie debería quitar a los niños la opción de estar el día de Todos los Santos; y si es con abuelos, mejor.

 

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