Las Terres de l’Ebre: un polvorín para los incendios

Su particular orografía montañosa y el viento que habitualmente sufre, unido a la sequía que padece la vegetación, convierten a estas comarcas en una zona fácilmente combustible

28 junio 2019 20:40 | Actualizado a 29 junio 2019 07:27
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Las comarcas de las Terres de l’Ebre han sido las víctimas, en las últimas décadas, de grandes incendios forestales, algunos incluso de tantas hectáreas como el de esta semana en la Ribera d’Ebre. Por su singularidad, esta zona situada al sur de Catalunya tiene unas características que la hacen vulnerable ante cualquier incendio. Una situación que se ha agravado con la sequía que está sufriendo la zona, recalca el inspector responsable del Cos d’Agents Rurals de las Terres de l’Ebre, Miquel Àngel Garcia, un gran conocedor de la idiosincracia del paisaje rural de las cuatro comarcas del Ebre.

«Llevamos cuatro años de sequía», recalca en primer lugar. Y pone encima de la mesa cifras que explican esta situación: en el Baix Ebre y en el Montsià en los últimos seis meses ha llovido sólo el 30 por ciento de la media, mientras que en la Terra Alta y la Ribera d’Ebre el porcentaje se sitúa en el 50 por ciento. «La única zona que se salvaría de estas cifras es la parte alta de los Ports de Tortosa, donde ha llovido lo que le corresponde». Ello ha provocado que la vegetación esté completamente seca, con una importante necesidad hídrica, «una situación que nunca se ha dado».

Con estas premisas, el mapa que refleja el Codi de Sequera Forestal destaca como espacios especialmente vulnerables Riba-roja d’Ebre, La Fatarella, las sierras del Montsià, Godall y Tivissa, además de la parte baja de los Ports de Tortosa.

Vegetación seca

Pero si a un incendio que avanza a través de una vegetación seca se le añade que tiene el empuje del viento, el fuego es ya entonces imposible de controlar. Este factor del viento se considera clave a la hora de hacer frente al fuego.

El primer día del incendio de la Ribera, la velocidad era de 40 kilómetros por hora, con ráfagas que llegaron a los 70. Si se le añaden temperaturas cercanas a los 40 grados y una humedad por debajo del 30 por ciento, hace imparable el avance del frente del incendio. Y es que en solo seis horas recorrió ocho kilómetros, llegando a tener una longitud máxima de 14 kilómetros, señala García.

Junto con la sequía y el viento, un tercer factor muy importante es la orografía de la zona. Las Terres de l’Ebre es un espacio muy montañoso, con roca calcárea, que provoca que haya muchos riscos y la zona sea muy abrupta. Los puntos que lo son más son los Ports de Tortosa, y las sierras de Cardó-Boix, Tivissa y Montsià, y en menor medida las zonas de Riba-roja d’Ebre, El Perelló y L’Ametlla de Mar.

En el caso de la superficie quemada en la Ribera d’Ebre, no hay riscos, pero sí es una zona muy ondulada, con barrancos muy profundos y con accesos complicados, lo que ha dificultado enormemente las labores de extinción.

El responsable de los agentes rurales reconoce que en esta situación en la que se encuentra las comarcas de las Terres de l’Ebre también ha influido la despoblación, que ha provocado que muchos campos se hayan abandonado, lo que ha favorecido la propagación del siniestro.

¿Y la prevención?

¿Y qué se puede hacer de cara al futuro? La prevención, como siempre, es importante, a pesar de no garantizar totalmente que no se vuelva de reproducir una situación como la vivida esta semana en la comarca de la Ribera d’Ebre.

Hay dos tipos de prevención, según Miquel Àngel Garcia. Por un lado está la pasiva, de control de las infraestructuras, del tratamiento de la vegetación, no dejar tierras abandonadas donde crezca el matorral, etc.

Por otro lado está la pasiva. Pasa por hacer llegar la información útil a la ciudadanía, la vigilancia de las carreteras, de las áreas recreativas para que las cunetas estén limpias de vegetación.

Pero Garcia reconoce que hay una asignatura pendiente: las franjas de protección. Las construcciones aisladas no disponen de un perímetro limpio de vegetación, que tiene que ser de 25 metros, «no se cumple en general». Lo mismo pasa en las pequeñas urbanizaciones, donde hay parcelas sucias y tampoco está la franja de seguridad, etc.

La asignatura pendiente

Cuando se le pregunta cuál es la zona más problemática, no se lo piensa dos veces: el Coll de l’Alba, en Tortosa. «Cuenta con mucha población y con una alta actividad de riesgo, con muchas viviendas y una complicada orografía, con numerosos barrancos». Si a todo ello le unimos una alta carga forestal lo convierte en un polvorín. Además, sólo hay una carretera de acceso, lo que le convierte en una ratonera en caso de fuego. Asimismo, es una sierra orientada al viento dominante (mestral), lo que favorece la expansión del incendio. Y es que en los últimos años ha habido numerosos, como uno ocurrido el pasado 17 de marzo, que quemó media hectárea de cultivos. O el del 5 de diciembre de 2017 cerca de esta zona, donde ardieron 8.000 metros cuadrados de matorral. Y el Lunes de Pascua de este mismo año un fuego destruyó media hectárea de bosque entre las ermitas de Mig Camí y Coll de l’Alba.

Pero uno de los más importantes de los últimos años en esta zona es el ocurrido en julio de 1986. Un incendio iniciado en domingo arrasó mil hectáreas. La falta de caminos para llegar al frente de llamas y el viento –que obligó a la retirada de los medios aéreos– dificultó la extinción. El fuego se inició en el término de Tortosa y se extendió al de Tivenys.

En el Camp de Tarragona

En el último tercio del siglo pasado, los grandes incendios forestales no fueron exclusivos de las Terres de l’Ebre. En el Camp de Tarragona también se dieron de importantes. El más grave se produjo a mediados de diciembre de 1987 en el término de Pratdip y que posteriormente se extendió a los de Mont-roig del Camp, Vilanova d’Escornalbou y Colldejou (Baix Camp). La superficie quemada llegó a las 10.000 hectáreas en una zona que ha sido muy castigada por los incendios.

Otro de los grandes fuegos del siglo pasado tuvo lugar a mediados de agosto de 1979 entre El Pont d’Armentera y Cabra del Camp (Alt Camp), arrasando más de 5.000 hectáreas. Y 3.000 ardieron a mediados de agosto de 1974 entre los términos de Querol y Pontils, entre el Alt Camp y la Conca de Barberà.

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