Las caras de Vandellòs-II

Más allá de las habituales imágenes del cofre que envuelve el núcleo, la piscina en que se almacena el combustible usado o la potente red eléctrica, la central nuclear Vandellòs-II tiene unos engranajes humanos que la mantienen viva. 

28 mayo 2017 15:32 | Actualizado a 15 noviembre 2017 11:23
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Desde el técnico que verifica todo objeto que sale de la zona radiológica hasta el personal de lavandería pasando por médicos, enfermeras, vigilantes de seguridad, bomberos, técnicos de calibración, mecánicos, administración, ingenieros, limpiador@s, relaciones externas... Son las caras de la central.
Isidoro del Barco, Asta Davainiene y Maite Sarria se encargan de lavar los buzos del personal que se adentra en la zona radiológica. Quitan las manchas y, sobre todo, cualquier rastro de contaminación radioactiva. Lavan  ‘en frío’ y ‘en caliente’. La denominación no se refiere a la temperatura que programan en cada una de las cinco gigantescas lavadoras sino a si la ropa tiene trazas o no de contaminación. 
 

Vandellòs-II, propiedad en un 72% de Endesa Generación y en un 28% de Iberdrola Generación,  cuenta con plantilla fija, pero se nutre sobre todo de las empresas contratadas que se encargan, por ejemplo, del mantenimiento industrial y eléctrico, la ingeniería, la limpieza... 


La treintena de empresas auxiliares dan trabajo a 1.300 personas entre Vandellòs-II y las dos plantas de Ascó. La plantilla fija de Anav (la asociación que reúne las tres centrales) es de un millar de personas.

 
Las movilizaciones de los trabajadores subcontratados han puesto en el candelero a las tres centrales. Los sindicatos critican la «precarización» de los puestos de trabajo temporales. El pasado martes, sus representantes se reunieron con la dirección de Anav. El 1 de junio se celebrará una asamblea en la que se decidirá si se vuelven a movilizar. De momento han dejado en suspenso la huelga de trabajadores contratistas prevista para la semana del 5 al 11 de junio.

 

 

Los pasillos inferiores del edificio auxiliar son un mar de tuberías, válvulas, engranajes... Albert Borràs y Lluís Arbós se encargan de dejarlo como una patena. Por limpieza y por seguridad. Como garantía de que no haya filtraciones de agua. Fregar y aspirar, fregar y aspirar... El edificio auxiliar está junto al que alberga el núcleo (‘edificio de contención’, en el argot).

El 1 de junio será una fecha clave en el conflicto laboral de las tres centrales. También lo será el día anterior. El Consejo de Seguridad Nuclear debe aprobar la revisión de la actual guía de seguridad para definir qué documentación y procedimiento debe seguir la central si quiere seguir operando. Actualmente Vandellòs-II tiene licencia hasta 2020. Aunque no está confirmado, todo apunta a que pedirá continuar funcionando hasta 2030.


Ecologistas y grupos de izquierda se oponen con rotundidad a que Vandellòs-IIcontinúe en marcha después de que caduque su licencia. No quieren ni oír hablar de que llegue a 60 años de vida. Recuerdan el suceso de Vandellòs-I, que obligó a su cierre, y la tragedia de Fukushima.

 

Ecologistas y grupos de izquierda se oponen con rotundidad a que la central siga operando más allá del año 2020

 


Entre los partidarios de que Vandellòs-II–que acabó de construirse en 1987, es decir, cumple treinta años de vida– siga en marcha, están los trabajadores y municipios ‘nucleares’, que se nutren de los impuestos de las centrales.


Los responsables de la central presumen de seguridad. Explican que tienen sistemas redundantes –en paralelo– de  modo que si falla uno, se pone en marcha el otro. Como refrigeración, el agua del mar, una piscina exterior y un sistema de aspersores conectados con el exterior. 


El objetivo es que las barras de uranio sigan ‘frías’ en su piscina interior, que alberga todo el combustible que la central ha gastados en sus 29 años de funcionamiento. Actualmente la piscina lleva unos 1.200 «elementos». Tiene una capacidad de almacenaje para cuatro años más e incluso se podrían redistribuir las barras de uranio para albergar más. «Para entonces esperamos que ya esté en funcionamiento el ATC», aseguran en la central. 


El Almacén Temporal Centralizado (ATC) debe ubicarse en  Villar de Cañas (Cuenca), pero la Junta de Castilla-La Mancha se opone. En 2015, amplió un espacio protegido para impedir su ubicación. Sin embargo, el Tribunal Supremo anuló la decisión.


La sala de control es la ‘estrella’ de la central. Salvador Solé, jefe de turno, comparte espacio con otras tres personas. Además hay seis auxiliares que se mueven por toda la planta. Son los ojos y las manos de los responsables de la sala de control. Éstos tienen en la cabeza el esquema de toda la planta. 
Los controladores sólo tienen licencia para operar en una nuclear determinada. Si quieren cambiar de central, deben aprobar una formación específica para dicha planta.

Un paseo por Vandellòs-II se convierte en una interminable serie de fichajes. También hay siete arcos de seguridad en que la persona se coloca de frente y espalda para comprobar que no ha recibido contaminación. 

Durante el funcionamiento normal de la planta, nadie –a menos que sea imprescindible– accede al ‘edificio de contención’.  En su entorno, como en toda la zona radiológica, «hay que evitar tocarse las partes no protegidas, rozarse la cara... Es cuestión de cultura de autoprotección. Cuanto más asumida la tengas, mejor», dice el supervisor del departamento de Protección Radiológica, Jordi Carrera.


Josep Maria Farré, técnico de laboratorio, bromea con que el departamento de metrología en el que trabaja «es la parte más importante de la central». Se encarga de calibrar los aparatos de medida. «Ponemos los relojes en hora», ejemplifica. Hay 2.300 equipos de medida que se tienen que calibrar y 30.000 tareas de mantenimiento. Álvaro Jumilla y Ramón Céspedes son dos de sus compañeros de calibración.

Cerca de metrología, se encuentra el taller de mantenimiento. Son 2.000 metros de superficie. Realiza «tareas preventivas, correctivas, modificaciones de diseño de equipos mecánicos...», enumera el jefe de mantenimiento mecánico, Guifré Serra.


Wilmar Corrales, Gabino Ramos y Torcuato Hernando se afanan en torno a un motor eléctrico mientras Josep Maria Cros y Jaume Munné se encargan de un torno. En el almacén, Jaume Pena distribuye las piezas. El taller cuenta con 25 trabajadores de Anav y 35 personas de apoyo de empresas auxiliares.

El taller está cerca del mar. De allí se capta el agua de refrigeración. Según el mantra repetido por Vandellòs-II en cada visita externa, la planta «no sólo no contamina sino que, como hay una zona protegida en la que no se puede pescar, las aguas de la central albergan una de las mejores reservas de posidonia».
Mario Ortiz es el jefe del servicio de protección contraincendios. Dirige un equipo de 30 personas. Hay cinco bomberos en cada turno, 365 días al año. Desarrollan tres tipos de tareas: preventivas (formación del personal en función de su tarea específica, control de los materiales que entran en la planta, rondas de vigilancia para comprobar que no hay material inflamable sin permiso...), de mantenimiento de las instalaciones y de emergencia, es decir, actuar en caso de que haya un incendio. 

Al frente del equipo médico están Joan Manuel Castellà y Maria Àngels Amigó. Además hay tres enfermeros. Entre las instalaciones, la preceptiva área de sanidad nuclear. Si algún trabajador ha sufrido una pequeña contaminación radiológica es atendido en la central. Si fuese más grave, se le debería trasladar al hospital Gregorio Marañón de Madrid. Pero esto no ha sucedido nunca en los 30 años de vida de Vandellòs-II, asegura Amigó. Que siga siendo así.

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