Las tres vidas del Teatre Tarragona

Historia. El teatro ubicado en la Rambla Nova ha pasado por tres épocas y otros tantos edificios en sus casi cien años de vida

13 junio 2021 14:30 | Actualizado a 13 junio 2021 14:50
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Una inauguración por todo lo alto en 1924, un bombardeo, una reinauguración en pleno franquismo, proyecciones en exclusiva para la censura, una piedra voladora que destrozó parte del techo, críticas descarnadas del propietario a su propio público... El Teatre Tarragona, de nuevo en el candelero al haber sido cerrado recientemente por peligro de desprendimiento en el vestíbulo, ha protagonizado un verdadero culebrón. Si se filmase una serie tendría tres temporadas, correspondientes a sus tres vidas y otros tantos edificios.

Primera vida

«La fachada del Teatro Tarragona es elegante y dignamente puede figurar en la rambla de San Juan, donde tantos adefesios se han consentido y tolerado en el orden de la edificación. El interior es magnífico y a su relativa grandiosidad, que más no puede desearse para nuestra capital, se une el buen gusto, la comodidad y la higiene». Es un fragmento de una crónica publicada en el Diario de Tarragona del sábado 25 de octubre de 1924, día de la inauguración oficial del Teatre Tarragona, la primera de las tres que se han vivido en el espacio ubicado en la Rambla Nova, 11.

Sigue la crónica: «Estucadas las blancas paredes, desde el espacioso patio y al levantar la vista obsérvase el hermoso cielo raso, del que pende grandiosa y artística araña; vese luego el conjunto agradable que forman el primer y segundo piso encuadrados en barandillas de correctas y armoniosas líneas; la boca del escenario, pintada con exquisito gusto y todo el conjunto bello, sin refinamientos, pero que causa una impresión agradabilísima». El untuoso texto refleja que el Tarragona fue entonces de lo mejorcito. Aquel sábado de 1924, la crème de la crème pelacanyes fue convocada a la inauguración: «Duch ha invitado galantemente a todas las autoridades, entidades oficiales y particulares, asociaciones patronales y obreras, a todo cuanto en la ciudad representa algo, sin distinción de clases». El periodista se refiere a Julià Duch, el empresario natural de Els Garidells y promotor del Tarragona.

Aunque fue inaugurado en 1924, el Teatre ya se había estrenado en la Navidad de 1923. El 29 de mayo habían comenzado las obras. Hubo que retirar unas enormes rocas (en la foto de la izquierda se observan las que aún quedaban al lado del teatro).

El Tarragona sobrevivió, película tras película, espectáculo tras espectáculo, y con diversas reformas por medio. Uno de los asiduos en la cartelera era Ernesto Vilches, un actor tarraconense que triunfaba en Hollywood por aquella época.

El primer Tarragona ‘murió’ el 27 y 28 de julio de 1938, en plena Guerra Civil. Los bombardeos aéreos destrozaron la cubierta y las galerías lateral y la parte central y provocaron grandes desperfectos en los muros, tejados interiores, puertas, ventanas, escaleras, escenario, telón... según se describe en el libro Història del Cinema a Tarrgona, de Bernabé Bernabé y Joan Manel Mallol.

Segunda vida

Ya en manos de dos nuevos empresarios, los hermanos Joan y Vicens Brotons, la actividad volvió tras unas primeras obras de reconstrucción. Era el 10 de marzo de 1939. Las obras, sin embargo, seguían. Finalmente el nuevo Teatre Tarragona fue inaugurado oficialmente el domingo 6 de diciembre de 1942, una vez completados los trabajos. Durante meses se habían convertido en un espectáculo en plena Rambla.

El propio Joan Brotons lanzaba tiempo antes una durísima crítica a parte de sus futuros espectadores. En una entrevista al Diario Español, publicada el 28 de abril, decía: «La cuestión del público es otro aspecto del negocio. Empieza a tener respeto hacia los locales y se educa poco a poco, pero hay que terminar con el ínfimo sector de ineducados que aun pueda restar de los tiempos liberales, y no somos nosotros los únicos llamados a orientarles bien. Son las autoridades, la prensa, la escuela y demás organismos afines los llamados a actuar con sus desvelos. Recuerdo a propósito la idea que tuvo el exgobernador señor Sanz, de hacernos proyectar en las pantallas algunos consejos de atención al público, que dieron buen resultado. Consejos modernizados podrían influir en gran escala a orillar la falta de sociabilidad, que pueda subsistir». Sin comentarios.

Seguía Brotons: «Persigo, para dicho teatro, el desfile de espectáculos de la más alta perfección artística, incluyendo gran comedia, ópera y ballets y ello será más posible cuando, resuelto el proyecto de reforma urbana que tiene estudiado el Ayuntamiento, sea abierta la nueva vía que, partiendo de la calle S. Agustín, desemboque en el Paseo de Calvo Sotelo, lo cual facilitaría la entrada y almacenaje de bultos y accesorios de las formaciones».

El «Paseo Calvo Sotelo» es ahora el Passeig de les Palmeres. Aquella reforma urbanística nunca se llevó a cabo.

Ocho años después de la inauguración, se produjo una de las numerosas anécdotas del segundo Tarragona, tal como cuentan Bernabé y Mallol en su libro.

En plena época franquista, los censores comprobaban que todas las películas se adecuasen a los Principios del Régimen. El film Los que vivimos se proyectó en exclusiva para los censores en el Tarragona. Se decía que en la película se cantaba ‘La Internacional’. Falso. Tras comprobar cada rollo proyectado en el Tarragona, se llevaba a otro cine, el Moderno, para que la viera el público.

La suerte, o las Musas del Teatro, han querido que dos graves incidentes no produjeron ni víctimas ni heridos. El 16 de diciembre de 2019, parte del techo del Tarragona se desprendió sobre el patio de butacas. Estaba vacío.

En 1942, una piedra salió despedida de unas obras de una casa próxima, atravesó el techo del Tarragona e impactó en el patio de butacas. También estaba vacío. Los constructores habían colocado explosivos para eliminar un enorme pedrusco en el solar.

Ramón Segú Chinchilla, uno de los mejores fotógrafos de la historia de Tarragona, recuerda que, en los años 60 y 70, «las películas no eran de grandes estrenos sino más bien de segunda categoría. Tenía dos taquillas para comprar las entradas y dos puertas de acceso. Los porteros, los acomodadores y las taquilleras eran entrañables. Es como si los viera ahora. Las butacas de platea eran de madera, igual que las del primer piso y el gallinero».

Una película, esta sí de estreno, que se pudo ver en el Tarragona fue ‘La gran familia’, una oda cinematográfica franquista a las familias numerosas. La película fue rodada en las playas de Tarragona, en la Ciutat Residencial y en el propio Teatre Tarragona.

Mas allá de películas, por el segundo Tarragona pasaron artistas como Antonio Machín, Conchita Piquer, Juanito Valderrama, Lola Flores, Tony Leblanc, Estrellita Castro, Manolo Escobar, Mary Santpere... Y Capri.

El tascaman Eduard Boada rememora que «Capri se sentó en la puerta de entrada del Tarragona. Cuando la gente le vio, empezó a pedirle autógrafos, pero él, con mal humor, se negó a firmarlos. Recuerdo a un mago, el profesor Alba, que llenaba el teatro él solo. Y a Luis Cuenca y Pedro Peña, estrellas de la revista»

Tras el fallecimiento de los hermanos Brotons, la empresa Panadès compró el Tarragona. Poco a poco fue languideciendo y cerró definitivamente en 1989.

Tercera vida

¿Y qué pasó desde aquel año hasta que fue derribado y posteriormente reinaugurado el 11 de diciembre de 2012, en su tercera vida? La explicación, parafraseando el lenguaje cinematográfico, próximamente en sus pantallas... Muy pronto se publicará un artículo sobre las andanzas más recientes del centenario espacio.

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