Lecciones de una fiesta de Santa Tecla insólita 

Análisis. Experimento La Santa Tecla de laCovid-19 estuvo lejos de llegar a todos, pero dejó experiencias dignas de valorar

25 septiembre 2020 18:40 | Actualizado a 26 septiembre 2020 08:11
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Bruno tiene cuatro años y, como tantos tarraconenses, este año se quedó con una sensación rara. Era Santa Tecla, pero para él, que es un fanático del Seguici Popular, esta vez la celebración fue en casa; cantando en bucle el Amparito Roca y poniendo a bailar a sus elementos de goma en el salón. Y es que estas fiestas fueron así, contenidas, hacia adentro.

Una amiga enfermera, forofa de Santa Tecla y que siempre coge vacaciones por estas fechas, decidió irse fuera de Tarragona. Ante la imposibilidad (y la inconveniencia) de hacer actos masivos, se pregunta si estas fiestas pueden considerarse realmente como populares. A su juicio no merecía la pena el riesgo.

Pero lo cierto es que suspender las fiestas habría sido más sencillo que buscar las fórmulas para montar una programación segura. La experiencia de años anteriores apenas servía. Y si no, que se lo digan a los técnicos de cultura del Ayuntamiento, que han debido de echarle ingenio y muchas horas.

La primera barrera a superar fue la de las reservas previas. No había otra forma de controlar los aforos, pero lo cierto es que el hecho de que hubiera múltiples páginas web para reservar actividades y espectáculos no ayudaba. También es fácil suponer que muchas personas, especialmente de más edad, no están suficientemente familiarizadas con esto de las reservas por internet.

Para los más despistados y menos previsores tampoco había lugar. Algunas entradas se acabaron rápidamente, como las del Pregón, pero al final ese día había sillas vacías.

Aunque en el capítulo de aprendizajes positivos hay que reconocer que conocer el aforo permitió disfrutar con la tranquilidad de tener un sitio reservado. Lo de los sitios fue otro de los hallazgos. Estas fiestas, aunque no todos pudimos disfrutarlo, nos permitieron contar con escenarios desconocidos o poco aprovechados al aire libre, comenzando por el espacio en el Passeig Arqueològic, junto a las Murallas, donde se celebró la Crida.

Se le sacó provecho como nunca al Camp de Mart y se redescubrieron escenarios como los jardines del Metropol o el propio Fòrum de la Colonia. Mención aparte merece La Terrasseta que dio vida al Parc Saavedra.

También se agotaron todas las visitas guiadas a la Casa de la Festa, lo que hace pensar que merece la pena tenerla a punto y sacarle más provecho.

En resumen, las fiestas, con reserva previa y con cada alma sentada en un sitio, dejaron poco sitio a la espontaneidad y el desenfreno y no se parecieron a nada de lo previo, pero sí que fueron, para quienes las disfrutaron, un bálsamo más necesario que nunca. Una alegría para el alma después de tanto confinamiento y malas noticias.

Pero si alguna enseñanza deja la experiencia es el tesoro que son las entidades que participan. No solo se pusieron al frente de los llamamientos a no salir a las calles (ellas, que eran las que más ganas tenían de hacerlo) sino que muchas buscaron, con gran esfuerzo, la manera de plantear actividades alternativas. Lo dicho, estas fiestas han dejado muchas lecciones. Ojalá el año que viene no haga falta ponerlas todas en práctica.

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