Lograr un escaño cuesta 8.000 votos más en Tarragona que en Girona

En la provincia un diputado ‘vale’ 95.000 sufragios, 35.000 menos que en Barcelona. El sistema prima a la ‘España vacía’

25 abril 2019 08:16 | Actualizado a 25 abril 2019 08:22
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No todos los votos valen lo mismo. En la provincia, el sufragio que se emita este 28-A tendrá mucho más valor que en Madrid, Valencia, Barcelona o Sevilla. En Tarragona, conseguir un diputado vale 95.297 papeletas mientras que en Asturias cuesta 139.211, casi 44.000 votos más. Ese principio democrático de «un ciudadano, un voto» se cumple en el sistema electoral español, aunque, eso sí, al final no todos los votos terminan valiendo lo mismo.

Un escaño en Madrid cuesta alrededor de 130.000 papeletas mientras que en Teruel o Soria, ese mismo diputado se obtiene con menos de 40.000 sufragios, o lo que es lo mismo, el reparto de escaños prima a las zonas menos pobladas. La propia comparación cercana también es elocuente. En Tarragona lograr un escaño cuesta 35.000 votos menos que en Barcelona, pero aún es más barato en Girona –ahí cuesta 8.000 votos menos que aquí– o en Lleida. 

Partidos con más de 200.000 votos en el total nacional pueden quedarse fuera del Congreso, mientras que otros, con los mismos apoyos concentrados en pocas provincias, obtienen incluso hasta grupo parlamentario.

El poder de la despoblación
La creencia popular echa la culpa de esta desproporción al famoso sistema D’Hondt, pero la verdad es que el responsable de esta distorsión electoral es el reparto de escaños por circunscripciones.

«No veo que el sistema electoral español sea tan anómalo», asegura Ángel Rivero, profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid, que subraya que hay sistemas electorales, como el portugués, que priman las zonas pobladas y dejan «prácticamente inéditas» en escaños las regiones del interior.

Prácticamente justo lo contrario de lo que sucede aquí, donde algo más de 100 diputados se juegan en la llamada España vaciada, algo menos de un tercio de todo el Congreso. Una España vaciada en la que el PP ha sido hegemónico durante décadas y que le ha permitido ampliar sus mayorías, pero que ahora se tambalea por la dispersión del voto de entre el propio PP, Ciudadanos y Vox.

Existe una sobrerrepresentación de las provincias con menos habitantes

Con prácticamente los mismos votos, unos 285.000, el PNV consiguió en las pasadas generales cinco diputados y dispuso de grupo parlamentario propio, mientras que el Partido Animalista se quedó fuera del Congreso.

En provincias con menos de seis escaños en juego, que son muchas, las posibilidades de que millones de votos no obtengan escaño y vayan, entre comillas, a la papelera, es muy alta, especialmente si hay muchos partidos en liza, como ocurre ahora.

Durante décadas, Izquierda Unida se ha quejado de que sus apoyos en las urnas no tenían reflejo en el hemiciclo. Ahora es el PP el que apela al «voto útil» ante el temor de que los «votos perdidos» a Vox en ciertas provincias acaben favoreciendo al PSOE. Y es que la fortaleza histórica del PP, que le hacía defender a capa y espada el sistema, es ahora su talón de Aquiles y por eso su llamada a agrupar los votos de derechas.

«Cuando llega el momento de hacer las reformas en el sistema electoral, los partidos, sin embargo, no se ponen de acuerdo», recuerda el profesor Ángel Rivero.

Reformas hay muchas, pero las que interesan a unos, desagradan a otros. Se podría optar por una circunscripción única como en las elecciones europeas que favorecen un reparto más proporcional de los escaños o, si se quiere favorecer la gobernabilidad, aplicar, como en Grecia, una prima adicional de un sexto de los diputados del Parlamento al partido ganador en los comicios.

Rivero rechaza esa reforma «a la griega» y destaca el relativo buen funcionamiento del sistema  tras 40 años de democracia. Es de la misma opinión Manuel Herrera, de la Universidad Internacional de La Rioja, que defiende el actual modelo electoral y el sistema D’Hondt porque busca garantizar mayorías suficientes en contraposición con el sistema de la II República, que dificultaba esas mayorías. «Si nos vamos a la actualidad, comprobamos que han aflorado nuevos partidos y que se ha roto el bipartidismo imperfecto que había antes. Esta norma ha permitido que entren en el Congreso de los Diputados con fuerza y, si bien es cierto que ha posibilitado una presencia abultada de los nacionalismos, el modelo ha funcionado», recalca.

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