Los 190 bancos de la Rambla Nova tienen dueño

Paisaje humano. De jubilados fieles a los sitios de siempre, a chicos que no levantan ojo del móvil; así es la vida en los asientos más concurridos de la ciudad

11 agosto 2019 15:20 | Actualizado a 11 agosto 2019 17:16
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Si es de los que camina con prisa jamás lo descubrirá, pero lo cierto es que los 190 bancos que ocupan la Rambla Nova, desde el Balcó del Mediterrani hasta la Torre dels Vents, están llenos de vida, una vida que, según el tramo, suele tener sus variaciones demográficas y sociológicas.

Se entiende mejor si uno se sienta a hablar, por ejemplo, con Joaquim Porqueres y Ramón Seró. El primero tiene 96 años; el segundo, unos cuantos menos. Conversan en un banco en el tramo entre Sant Francesc y el Carrer de l’Assalt. No se han puesto de acuerdo para encontrarse; los de su estirpe nunca lo hacen, pero saben que, si se sientan aquí, siempre llega algún coetáneo con quien conversar.

«Somos de otra generación, necesitamos comunicarnos», reconoce Ramón. A él los bancos que más le gustan son los de piedra, porque están más frescos y le parecen más auténticos. Y añade con humor: «Ya estoy jubilado, pero me gusta sentarme aquí porque así puedo decir que trabajo en un banco de la Rambla».

Unos pasos más allá, otro trío de amigos, también jubilados, cuenta, no sin cierta contrariedad, que tienen un banco favorito más arriba, pero les han puesto delante una terraza. Igual que Joaquim y Ramón, tampoco se ponen de acuerdo para encontrarse, pero llegan a juntarse desde cinco hasta doce, «menos los que se van quedando por el camino o ya no pueden salir de casa».

Uno de ellos vive en el tramo más nuevo de la Rambla, cerca de la Torre dels Vents, pero nunca se sienta por allá. «Allí nadie se sienta ni te da conversación y tampoco ves la vida pasar, como aquí».

Está claro, no todos los bancos son igual de concurridos. Pero, ¿por qué? Ellos lo tienen clarísimo: tiene que ver con las costumbres de cada grupo, pero también con la sombra. La mayoría se agrupa en la parte central porque los árboles son más frondosos. Aseguran que llevan la cuenta y tienen cinco años sin podarse.

También hay quien aprovecha la sombra para leer el periódico, como Antonio Román, uno de los pocos nacidos en Tarragona que encontramos en el paseo. Justo por ello atesora algunos de los recuerdos más antiguos, como cuando hace más de 60 años en la Rambla se alquilaban sillas metálicas y la diversión de los chiquillos era sentarse mientras no les veía el hombre que se ocupaba de cobrar.

Lo de sentarse a conversar en la Rambla es, sin duda, actividad de jubilados, así, en masculino. Por las mañanas apenas se ven señoras. Los pocos grupos de mujeres que encontramos están descansando un momento o haciendo tiempo para llegar a una cita.

Más abajo, más jóvenes

Entre unos y otros se mezclan, de vez en cuando, familias de turistas esperando a que los niños se terminen el helado.

En general, la población de los bancos se hace más joven según bajamos hacia la Plaça Imperial Tàrraco, y eso también tienen sus consecuencias. Observamos con atención y no hay ninguna de las personas que están sentadas y que aparentan menos de 30 años que no esté viendo la pantalla del móvil. Da igual si están solas o acompañadas.

El último tramo, justo antes de la plaza, es el de los indigentes. Es casi mediodía y encontramos a dos ocupando cada uno un banco.

En los tramos que siguen, el de President Companys y el de Francesc Macià, ya cuesta más encontrarse con bancos que tengan ‘dueño’. Lo cierto es que aquí hay menos sombra en verano y la costumbre sigue empujando a los que buscan conversación y compañía a ir más arriba.

Eso sí, imposible terminar el recorrido sin atender el ruego de los ‘banqueros’ de la Rambla cuando ven a un periodista: «¡Que limpien los bancos!», porque muchos días pueden más los excrementos de los pájaros que las ganas de disfrutar de la Rambla un rato.

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