Los conductores se quejan de que el 'exceso de semáforos' provoca colas

Rambla Nova representa una de las zonas peatonales más concurridas de la ciudad y 'necesita un tráfico más fluido'

19 mayo 2017 22:16 | Actualizado a 22 mayo 2017 14:42
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Con prisa o sin ella, encontrarse inmerso en una cola de coches esperando a que el dichoso semáforo se ponga verde no es plato de buen gusto para nadie. Por lo general, Tarragona no es una ciudad en la que exista un excesiva y molesta red semafórica ni tampoco sufre en gran parte de sus vías acumulaciones de retenciones o colas. Aun así, no faltan los conductores que se quejan, y se pueden encontrar ciertos puntos en la vía urbana en los que conducir se puede convertir en una tortura.

Hablando con algunos taxistas, veteranos del asfalto, se extrae en claro una idea: la red vial tiene tramos en los que aunque se concentran varios semáforos, el tráfico fluye más que en zonas menos reguladas por cabezas semafóricas. Entre ellos, Jesús Expósito y Ramón Miró aseguran que se puede tardar unos 15 minutos en llegar hasta el Balcó desde la Plaza Imperial, y que algunos tramos los semáforos no suponen un contratiempo. La realidad es que cuesta entender que cueste tanto trasladarse de un sitio a otro entre los que apenas hay un kilómetro de distancia.

 

La opinión del técnico

Juan Benítez, técnico responsable en la explotación y el mantenimiento de la red semafórica en Tarragona, advierte que a partir del Real Decreto 1428/2003, el concepto ha cambiado y que hoy en día apenas existen los privilegios para los vehículos, cambiados en privilegios para los peatones. Asegura que Tarragona es una ciudad peatonal. La ciudad tiene, básicamente, dos formas de controlar los aparatos: los de toda la vida, que cambian de color atendiendo solo a las variable del tiempo que le han asignado los técnicos (así los conductores son capaces de aprenderse la rutina de cada trayecto); y también existen los semáforos controlados mediante cámaras. Detrás de estos últimos están personas especializadas que velan por la fluidez de la circulación en zonas más caóticas o que son necesarias de un control más humano, sin necesidad de que haya presencia policial para controlar el tráfico.

Para Benítez, los semáforos son como árbitros de fútbol, vigilan y funcionan mejor cuando no se habla de ellos.

 

El trayecto, por dentro

Estos días moverse con soltura por la ciudad si se lleva un coche no es tarea fácil, por eso decidimos realizar una pequeña prueba, vivir en nuestras propias carnes la pérdida de tiempo y el desgaste que supone conducir desde la Plaza Imperial Tarraco hasta el Balcó del Mediterrani.

No hay ningún problema hasta que uno se topa con el semáforo que precede a la Font del Centenari. Como se suelen formar largas colas en este tramo de la Rambla Nova, el aparato que regula la circulación apenas permite pasar a tres o cuatro coches por carril antes de cambiar de color a rojo otra vez, menos si se tiene delante un autobús, por eso apenas se avanzan unos metros en este cruce. Si se sigue adelante, se comprueba que, una vez se pasa el cruce con Els Despullats, la presencia peatonal crece.

En el punto donde se cruzan el Carrer de Sant Francesc, Rambla Nova y Carrer Unió, un semáforo que apenas dura unos segundos vuelve a encontrarse en el camino. Y se forma alguna que otra cola. El estacionamiento de varios coches en doble fila, conductores con poca maña a la hora de aparcar y semáforos que en cuanto pestañeas olvídate de cruzarlo a tiempo dificultan la circulación por una calle que apenas allana la tarea de seguir adelante.

Por otro lado, y por comparar, el trayecto que conduce desde el inicio de Rambla Vella hasta la rotonda de la Arrabassada, con 15 cruces regulados en más de dos kilómetros de distancia (frente a los cinco cruces regulados en apenas un kilómetro y mediocon los que cuenta Rambla Nova), no necesita ni siete minutos para completarse. O sea, que a lo mejor no es cuestión de la cantidad de semáforos, sino del tiempo que permiten el paso.

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