Los maestros pioneros

Crónicas pelacanyes. Hace 45 años un grupo de profesores impulsó las primeras elecciones sindicales tras la muerte de Franco

08 agosto 2021 06:10 | Actualizado a 08 agosto 2021 09:39
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Principios de 1976. El dictador Francisco Franco ha muerto hace apenas un par de meses, el 20 de noviembre de 1975. Aparte de su legado de represión, ha impuesto una educación basada en el nacionalcatolicismo y anclada en el pasado. Ideológicamente, pero también en los métodos educativos. Un grupo de profesores de toda España decide que ya es hora de dejar atrás décadas de oscurantismo.

Los maestros montan unas coordinadoras asamblearias para renovar el mundo de la enseñanza a la vez que defender sus derechos. Serán los STE (Sindicatos de Trabajadores de la Enseñanza). El ministro de Educación de la época, Carlos Robles Piquer, se da cuenta del ‘peligro’ que supone ese embrionario movimiento sindical de profesores.

Robles Piquer es cuñado de Manuel Fraga, fundador de AP (ahora PP. Ha acumulado cargos durante el franquismo. Entre 1962 y 1967 había sido director general de Información, por ejemplo. Es el elegido por el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, para que aquel «atado y bien atado» no se desate del todo.

El ministro decide convocar elecciones sindicales a representantes provinciales del Cuerpo de Profesores de la EGB. Serán las primeras democráticas del sector de la enseñanza. Cree que vencerán los maestros integrados en el SEM (Sindicato Español del Magisterio), el sindicato vertical del franquismo. Se equivoca.

En los comicios celebrados en junio de 1976, ahora hace 45 años, arrasan los profes ‘rebeldes’. En Tarragona Jesús Mateo obtiene 528 votos, seguido de Mariano Pena, con 283. Hubo 49 sufragios en blanco.

Según explica Mateo, se fundaron STE en las cuatro provincias catalanas y comenzó un proceso de unificación que culminó en 1978 con la creación de la USTEC (Unió de Sindicats de Treballadors de l’Ensenyament de Catalunya), el actual sindicato mayoritario en la escuela catalana.

Mateo recuerda que en los estertores del franquismo y en la Transición, la ratio (número de alumnos/as por profesor/a) oficial era de 40, pero que en ocasiones tenían que lidiar en las aulas hasta con 47 chavales.

«Los libros hablaban de las tropas nacionales y en cada aula había un crucifijo. No podías desviarte de lo que marcaban los libros porque te arriesgabas a tener problemas con los inspectores. Tenías que transmitir una consigna. Si no lo hacías te jugabas la carrera. El inspector te podía expedientar o suspender de empleo y sueldo», recuerda Jesús Mateo casi medio siglo después.

Una compañera, Maria Noguera, también maestra de EGB, se enorgullece de que «se logró que los profesores pudieran participar en la marcha de la escuela. Se consiguió la eliminación del Cuerpo de Directores y que al director lo escogieran los profesores».

Maria se emociona al borde de las lágrimas al asegurar que «ahora hemos tirado 30 años atrás. Hay una barbaridad de interinos. Es muy difícil que las plantillas de profesores sean estables. Hay menos plazas de las necesarias. Hemos vuelto al pasado».

Noguera ejerció sobre todo en escuelas unitarias, las de pueblos pequeños en que el maestro se encargaba de todos los cursos. Recuerda como si fuera hoy la visita por sorpresa de un inspector. Casualidades de la vida, unos días antes los propios alumnos le habían explicado que «a la señorita que había antes la riñeron por hablar demasiado en catalán».

Sigue Noguera: «Tenía ocho cursos. Pasaba un rato con cada uno. Estaba enfrascada con los alumnos cuando de repente levanto la cabeza y veo a un hombre de pie dentro del aula. Era el inspector. Menudo susto me llevé. No había llamado a la puerta. Le pidió a varios niños que le mostraran que estaban haciendo justo en ese momento».

La inspección se desarrollaba con normalidad hasta que el inspector le preguntó a una niña especialmente tímida. La chica le respondió que estaba resolviendo un problema de matemáticas, pero fue incapaz de levantarse de la silla cuando el hombre le ordenó que se acercase y se lo enseñase. El inspector insistió. La niña siguió quieta como una estatua. Hasta que intervino Noguera y le dijo a la chica: «Agafa la llibreta i porta-la-hi». El individuo, escandalizado, le preguntó a Maria: «¿les habla en catalán?».

Era duro enseñar en aquella época si no se comulgaba con los Principios del Movimiento. «Eran cosas sibilinas. No todos los inspectores eran tan duros, pero sí la mayoría», dice María. «Los inspectores de esa época eran como policías ante los que temblábamos», interviene Mateo. Ambos narran una huelga de brazos caídos de los profesores en 1973 para reclamar más sueldo. En el aula de María se presentó incluso la Guardia Civil para comprobar si impartía clase. Aquella triste época ha pasado. Por fortuna.

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