Los muertos del odio

Memoria histórica. En el cementerio de TGN yacen víctimas de la venganza y del sinsentido de asesinar por una ideología

05 junio 2021 21:00 | Actualizado a 06 junio 2021 06:28
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«Obriu-me el ventre/pel seu repòs,/dels meus jardins/porteu les millors flors./Per aquests homes/caveu-me fons,/i en el meu cos/hi graveu el seu nom./Que cap oratge/desvetlli el son/d’aquells que han mort/sense tenir el cap cot». Es un fragmento de la canción ‘Campanades a morts’, escrita y compuesta por Lluís Llach en 1976. Está inscrito a la entrada del espacio memorial que recuerda, en el cementerio de Tarragona, a las víctimas de la represión franquista entre 1939 y 1948.

En ese espacio, que eriza la piel al visitarlo y tratar de evocar el sufrimiento de aquellos años, se pueden leer los nombres de 771 personas. Es un lugar digno. Gélido por el dolor y maldad que evoca. Cálido por el homenaje que rinde. Pero en el mismo cementerio yacen a escasos metros otras víctimas del odio y la venganza.

Hay nombres conocidos como los del general Domingo Batet o del que fuera director del hospital de Santa Tecla, Rafael Battestini. Pero también otras personas cuyas tragedias no han sido tan estudiadas, como las de un padre, Luis Piquer i Jové, y dos de sus ocho hijos, José y Ángel Piquer Pellicer. Los tres fueron asesinados el 30 de julio de 1936 en Mollet del Vallès (Barcelona) por un comité revolucionario, pero están enterrados en un panteón en Tarragona por su vinculación profesional y familiar con la ciudad.

La familia Piquer Pellicer era ultracatólica y apoyó el golpe de Estado franquista de 1936. Al padre, profesor, se le acusó de que cuando ejerció en La Canonja manipulaba a sus alumnos para averiguar la tendencia política de sus padres y si eran o no «suficientemente» católicos. Ante el malestar de numerosos vecinos, Luis Piquer se trasladó con toda su familia a Parets del Vallès. En esa ciudad repitió su actitud de La Canonja, según sus acusadores.

Tras la derrota del «Alzamiento Nacional», la gente de Parets le dio la espalda. «Nunca me hubiera imaginado que podría pasarme lo que me pasa. Un apestado no lo pasa peor. Andando por las calles, al verme, se cerraban las ventanas. Padres de mis alumnos que parecía me estimaban se escondían. Nadie me ha saludado», escribió. Días después, 30 miembros del comité de Granollers le detuvieron junto a sus dos hijos. Fusilaron a los tres.

También fue víctima de la venganza el general Domingo Batet. Nacido en Tarragona el 30 de agosto de 1872, fue un héroe en la Guerra de Cuba. Reprimió la proclamación de la República catalana el 6 de octubre de 1934. Dos años después fue designado general en jefe de la VI División, con sede en Burgos. Se negó a apoyar el golpe de Estado franquista, fue detenido y fusilado por «adhesión a la rebelión».

Aunque generales golpistas como Queipo de Llano y Cabanellas intercedieron ante Franco, éste no perdonó a Batet que hubiese redactado un informe crítico contra el propio Franco tras el Desastre de Annual (la masacre de soldados españoles a manos de tribus rifeñas del norte de Marruecos). Batet había escrito: «El comandante Franco, del Tercio, tan traído y llevado por su valor, tiene poco de militar (...) Se pasó cuatro meses en la plaza para curarse de enfermedad voluntaria, explotando vergonzosa y descaradamente una enfermedad que no le impedía estar todo el día en bares y círculos».

Pese a que el doctor Battestini salvó la vida a personas perseguidas por los comités revolucionarios durante la Guerra Civil, su ferviente catalanismo le costó la vida. No le sirvió ni la petición de gracia enviada por Josep Cartañà, obispo de Girona, a Francisco Gómez-Jordana, entonces vicepresidente y ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno franquista. El doctor fue fusilado el 22 de abril de 1939. Se dice que fue denunciado por una persona a la que había salvado la vida.

Más venganza. Más odio. En el monumento antes mencionado, hay tres nombres inscritos: Daniel, Josep y Ramon Galià Àlvarez, tres hermanos nacidos en Corbera d’Ebre y fusilados el mismo día (el 16 de noviembre de 1936) en la montaña de la Oliva.

A los tres se les acusó de pertenecer a las patrullas anarquistas que sembraron Tarragona de cadáveres en los primeros meses de la Guerra Civil. Los tres lo negaron con contundencia en un juicio, que, como la inmensa mayoría de los que celebraron Franco y sus secuaces tras la victoria, solo fue un acto de venganza.

Unos y otros mataron y murieron. Se puede morir por una ideología. Nunca matar por ella. Hay que hacer memoria. Memoria que ya se le dedicó a unos durante muchos años. Ahora le toca a los otros. El perdón quizá sea ineludible, pero el olvido es inadmisible. Como se dice en el monumento, «us van prendre la vida, sí, però vàreu morir lliures d’esperit i pensament. Avui els vostres descendents vivim en llibertat i us recordem amb afecte i gratitud».

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