Los tarraconenses del Fairy en Madrid

Una treintena de tarraconenses se han turnado para estar presentes en Madrid todos y cada uno de los días del juicio y multiplicar los actos reivindicativos

13 junio 2019 07:39 | Actualizado a 14 junio 2019 12:47
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Cruzar una y otra vez durante tres horas y media por la mañana y otras tantas por la tarde la calle Génova de Madrid, en el punto más cercano al Tribunal Supremo. Llevar urnas y depositar en ellas las denuncias que han recibido. Protegerse de la lluvia con unos enormes paraguas amarillos. Imprimir cartelones en protesta por la condena contra los acusados de agredir a unos guardias civiles de paisano en Alsasua. Mostrar a los policías una caja vacía de botellas de Fairy, ese producto de limpieza que hizo famoso el exdelegado del Gobierno en Catalunya, Enric Millo durante su declaración ante el Tribunal Supremo.

Son algunas de las acciones reivindicativas que, incansablemente, han llevado a cabo una treintena de tarraconenses desde el martes 12 de febrero hasta ayer mismo, todos y cada uno de los días en que el Tribunal Supremo ha celebrado la vista oral contra el Procés.

Son integrantes de ‘El Silenci’, un irreductible grupo de independentistas que también se concentran ante el Palacio de Justicia de Tarragona y que en su día se acercaron a la prisión de Mas Enric, cuando la expresidenta del Parlament Carme Forcadell estuvo encarcelada a la espera de juicio.

La mayoría de los que se han desplazado a Madrid son jubilados, pero también hay trabajadores que han utilizado días disponibles para mostrar su solidaridad con los líderes independentistas.

La estancia de cuatro meses ha sido posible gracias a que un miembro de la entidad Madrileños por el Derecho a Decidir les ha prestado un piso en el barrio de Lavapiés para poder dormir. Comían de menú en alguno de los numerosos restaurantes del entorno del Supremo. Desayunaban y cenaban en el piso. 

Habitualmente las sesiones del juicio eran de martes a jueves. De ahí que los tarraconenses viajasen a la capital estatal en tren el lunes por la tarde y volviesen a Tarragona el mismo jueves. Se han tenido que pagar los gastos casi en su totalidad, aunque han contado con la aportación de simpatizantes. 

Pastrana es la cabeza visible del grupo y el que más días ha pasado en Madrid. Sólo ha faltado en apenas media docena de jornadas del juicio. Incluso pudo entrar como público el día en que declararon los policías que habían intervenido las urnas en el IES Tarragona el 1 de octubre de 2017.

El grupo acudía cada mañana a la calle Génova, un poco más abajo de la sede del PP, enfrente de la Audiencia Nacional y a escasos metros de la Plaza Villa de París, donde se sitúa la sede del Supremo. Es decir en pleno corazón del poder político y judicial.

Los tarraconenses se plantaban allí y comenzaban a cruzar la calle de un lado a otro, mañana y tarde, mientras duraba la vista. Tenían que soportar los pitidos de los coches y en alguna ocasión la Policía les impidió andar porque «ustedes no son transeúntes».

Solo paraban de 12 a 12.30 h. y de 17 a 17.30 para hacer «el silenci». Media hora de estricto silencio, solo mostrando las pancartas y aguantando con estoicismo insultos como «gilipollas», «hijos de...», «golpistas», «payasos»... Insultos y ‘recomendaciones’ como «id a trabajar» o «largaos a vuestro país». No todo fueron insultos. También había gente amable, explica Carme Vega, como «una señora que nos dedicaba palabras cariñosas y un señor que iba con un rosario y nos decía cada día que rezaba por nosotros».

Pastrana ha tenido algún que otro enfrentamiento verbal con la policía. Cuando le recriminó a un inspector que no hacía nada ante los constante insultos, éste le dijo que «estamos en nuestra casa». Pastrana insistió en la razón de ese «comportamiento chulesco».  El agente, siempre según Pastrana, le replicó que «soy chulo como el Liverpool».

Pastrana ha recibido ya cuatro denuncias, una por no comunicar previamente que se iban a concentrar ante el Supremo y otras tres por desobediencia. 

Otro de los compañeros de Pastrana, Anton Gurí, resume su periplo con amargura: «Estábamos en territorio hostil. Eso desgasta mucho. Es muy duro. Una cosa era el barrio de Lavapiés, del Madrid auténtico, con gente cosmopolita. Y otra cosa el barrio de Salamanca, un núcleo del poder. La gente te miraba mal. No tenían voluntad de comprensión sino que se creían en posesión de la verdad absoluta».

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