Los ‘vigilantes’ del bosque

La actividad de los campings los convierte en aliados de la conservación del patrimonio natural desde la Platja Llarga hasta la desembocadura del Gaià

24 febrero 2019 15:27 | Actualizado a 26 febrero 2019 16:55
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Han pasado casi 65 años desde que en 1955 Joan Vidal Figuerola creara el cámping Platja Llarga, el primero en toda la provincia de Tarragona. Se cuenta que en la apertura tuvo que improvisar las sillas para sus primeros clientes, una familia holandesa, porque las que había encargado para el bar no le habían llegado. Cinco años después, en 1960 ya había 18 cámpings, seis de ellos en Tarragona ciudad: Torre de La Móra, L’Arrabassada, el citado Platja Llarga, Las Palmeras, Trillas y Tamarit. En 1990 llegaron a funcionar 80, y hoy se acercan a los 70, siete en el término de la capital tarraconense y varios de ellos reconocidos entre los mejores de Europa. 

En este tiempo el universo del cámping se ha transformado radicalmente. De una alternativa barata a los hoteles se ha pasado al glamping de instalaciones que nada tienen que envidiar a los resorts de lujo. Lo que ha permanecido inalterable es el gusto de los clientes por el contacto con unos parajes naturales espectaculares y únicos, que lógicamente los empresarios se han esforzado por mantener y mejorar. «La clientela del centro y del norte de Europa, desde siempre, busca claramente espacios privilegiados de naturaleza y en contacto con el mar; es nuestro activo principal y nos preocupamos por conservarlo», explica el presidente de la Agrupació de Càmpings Tarragona Ciutat, Agustí Peyra, desde su experiencia al frente de Las Palmeras.

250 nuevos árboles al año
El factor clave para que las 70 hectáreas del área que va desde la Platja Llarga y el Bosc de la Marquesa hasta la desembocadura del Gaià pueda considerarse como una de las zonas mejor conservadas del Mediterráneo español está íntimamente ligada al desarrollo de una actividad económica que necesita grandes espacios verdes que, de otro modo –véase la playa de La Savinosa, por ejemplo-, se hubiesen urbanizado. 

«Hay fotos de los años 40 en los que se ven las parcelas de cultivo… Se aprecia perfectamente cómo se ha ganado masa arbórea, porque nosotros necesitamos sombra», subraya Marc Francesch, vicepresidente de la Agrupació y gerente del Trillas Platja Tamarit. 

 Cada año, equipos propios de jardineros y arboristas especializados en paisaje, plantan más de 250 nuevos árboles. «Hace décadas se plantaba y se podaba de cualquier manera, pero hoy se sigue una línea mucho más profesional, desde una cultura del árbol más evolucionada, con especialistas bien formados que se preocupan por la seguridad, la sombra y la estética, con el mayor respeto posible hacia las especies autóctonas», informa Miguel Oraien, arborista con certificación europea que asesora a Las Palmeras. 

«Hay que recordar –destaca Oraien– que el ‘milagro’ del Bosc de la Marquesa  es fruto de la decisión de una familia con profundo amor a sus raíces de respetarlo y protegerlo». Además de una constante tarea de reforestación, los càmpings se encargan de forma rutinaria de la limpieza del sotobosque y del cuidado del sabinar litoral protegido por el PEIN (Plan de Espacios de Interés Natural) de Catalunya. «No nos ocupamos «reflexiona Peyra» sólo de nuestros recintos; no sería lógico porque nuestros clientes salen a pasear y nos interesa una imagen muy cuidada de todo el entorno».

Conservación de las dunas
Càmpings Tarragona Ciutat, en colaboración con el Col.legi Sant Pau de Tarragona, impulsó el pasado mes de mayo una jornada de voluntariado dedicada a la limpieza del Bosc de la Marquesa dentro del programa Let’s Clean Up Europe. Asimismo ha cooperado también con distintos colectivos ecologistas para la conservación y recuperación de las dunas de la Platja Llarga. 

Esa tutela del patrimonio natural de Tarragona se completa con fuertes inversiones en energías renovables (placas solares, calderas de biomasa, recuperación de aguas pluviales…) y en infraestructuras que mejoran la calidad del entorno. La última de ellas, que sobrepasa los 200.000 euros, ha permitido canalizar las aguas pluviales en el último tramo de la estrecha carretera que llega a la playa de Tamarit, además de crear el acceso de personas con movilidad reducida y los servicios de emergencias. 

«Se trata –sintetiza Marc Francesch- de empresas familiares orientadas al largo plazo, -no a explotar un negocio rápido sin pensar en los efectos de futuro-, y esa filosofía de empresa entraña preocuparse, y mucho, de un activo tan preciado como estas enormes zonas verdes».

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