Más allá del bisturi: Así trabaja el servicio de Cirugía Ortopédica y Traumatología del Joan XXIII

Limpiadoras, auxiliares, enfermeras, celadores, administrativas, radiólogos, médicos... forman el engranaje que pone en marcha cada día el servicio de traumatología del Hospital Joan XXIII

19 mayo 2017 16:17 | Actualizado a 24 diciembre 2019 23:20
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7.15 horas. Mientras el personal de limpieza se afana en dejar el suelo brillante, los médicos residentes del servicio de Cirugía Ortopédica y Traumatología del Hospital Joan XXIII celebran una de sus dos reuniones semanales de formación. Son diez –la residencia dura cinco años y son dos por año– y analizan un artículo científico en las dos pantallas de televisión de una amplia sala. Junto a ellos están el jefe del servicio, Ignacio García Forcada, y el médico de guardia.

Los médicos son la ‘estrella’ de Trauma y manejan el bisturí con habilidad, pero son conscientes de que sin la labor de limpiadoras, auxiliares, enfermeras, administrativos, celadores, radiólogos... sería imposible coordinar desde las inesperadas urgencias a las consultas fijadas de antemano pasando por las curas de las personas recién operadas, las radiografías y TACs, los traslados o el inevitable papeleo.

Los pacientes de Trauma ocupan la quinta planta del hospital, compartida con Rehabilitación, Maxilofacial, Neurocirugía y Neurología. García Forcada se mueve por la planta como si fuera su casa. Lleva cerca de treinta años en el JoanXXIII. Ejerce también en la sanidad privada y elogia la pública por su calidad y medios. ¿Y las listas de espera? «Son un problema muy grande», responde escueto.

El cirujano traumatólogo lamenta que, en ocasiones, el trato de los familiares de un paciente al personal médico no es lo suficientemente correcto: «A veces hay desplantes, poco respeto o falta de delicadeza. Los familiares deberían saber que el personal sanitario se desvive por los pacientes. Nosotros pasamos cinco minutos con el paciente, pero el personal auxiliar está en permanente contacto con ellos».

A las 7.50, García Forcada sube a la séptima planta. Allí se ubica la Unitat d’Acollida Prequirúrgica. La mayoría de pacientes que van a ser operados ese día ingresan la misma mañana. Se cambian y guardan la ropa en unas taquillas. Un hombre cuya esposa va a ser operada pasea inquieto. Mira con extrañeza a los dos periodistas que se mueven libreta, boli y cámara en mano.

David Serra, un celador, es el encargado de trasladar las camillas al quirófano. Laura Anguera, la enfermera de esa unidad, acoge a los pacientes. Y trata de tranquilizarlos. ¿Cómo? Con una sonrisa, una atención personalizada, sin prisa y, sobre todo, con información. «La información es básica para que se calmen.Sisaben lo qué va a pasar, colaboran», explica Laura, que recuerda que siempre es bueno que al paciente le acompañe un familiar: «El nivel de ansiedad se reduce». Laura lleva seis años en esta unidad.

El doctor García Forcada apunta que la información que el médico proporciona al paciente ha aumentado exponencialmente. «Antes era mínima. Ahora a veces es tan exhaustiva que el propio paciente te pide que no le expliques tanta cosa», asegura.

A las 8 tiene lugar el ‘morning’, la reunión en la que todo el personal médico se pone al día de los ingresos del día anterior. Las pantallas que tres cuartos de hora antes habían acogido el extracto de un artículo científico, muestran ahora una radiografía.

El turno de noche acaba a esa hora. Las enfermeras y auxiliares que se van explican a las que se incorporan cómo ha ido la noche. Quince minutos después, cuatro auxiliares se toman un breve descanso en el office de la planta. Iuliana, Mar, Eugenia y Merche explican que atienden al paciente en lo que necesite, salvo administrar medicación. «Debemos espabilarlos, que se vuelvan autónomos, que sepan cuidarse ellos mismos», relatan. Hay tantos caracteres como pacientes: «Algunos se quejan por todo. Otros, con peores dolencias, no se quejan», dicen.

Un pequeño cuarto alberga los imprescindibles suministros. Luis viene de Barcelona cada día con el material que se necesita, explica mientas coloca guantes, esponjas, jeringuillas...

Ya son las 8.30. A los médicos les toca un café antes de pasar consulta o atender a los pacientes de la planta. La nueva cafetería del Joan XXIII se lleva elogios por su luminosidad. No falta la inevitable charla futbolística con el responsable del bar, Antonio, un madridista confeso. «¡Qué suerte tuvieron los del Barça (en alusión al partido de vuelta de la semifinal de la Copa del Rey). El Atleti les dio un baño». Aunque Antonio esté en tierra hostil, futbolísticamente hablando, tiene un consuelo: ve mucho blanco (las batas del personal médico).

«El equipo médico habitual», como lo define con sorna histórica García Forcada, está compuesto por 14 personas del staff (ocho mujeres y seis hombres) y diez residentes (seis mujeres y cuatro hombres). Las doctoras ganan casi por goleada a sus compañeros masculinos. «Ha cambiado de una forma impresionante –dice García Forcada con una sonrisa–. Antes Trauma era una especialidad 100% de hombres».

Ha sido un café rápido. A las 8.45 el jefe de Traumatología del Joan XXIII pasa consulta. Entra una pareja de avanzada edad, Ángela y Senén. «Doctor, vengo por la rodilla», explica Ángela. García Forcada no puede evitar la broma: «¿Por cuál? Tenemos dos».

En el pasillo, Lluís Micó espera a las puertas de la sala de curas. Tienen que extraerle las grapas tras una operación para implantarle una prótesis de cadera. Es la primera vez que sale a la calle tras la intervención. Susana y Maite, las dos enfermeras, le atienden mientras charlan con él para que se relaje. En una pared de la sala, un par de dibujos de algún paciente agradecido dan el contrapunto a un decorado de vendas, yodo, gasas...

En la quinta planta, Merche, la administrativa, atiende llamadas y maneja el ordenador. Es la mano derecha del personal médico. En solo dos minutos le da un kleenek a una doctora para que ésta se limpie las gafas, le entrega papel de impresora a un médico y apunta la cita a la que debe acudir un paciente. Son mil imprescindibles tareas: hablar con otros hospitales, facilitar informes de alta a los médicos, entregarles los listados de quirófanos, escanear documentos que todavía se redactan en papel...

La vida transcurre con normalidad en la quinta planta. Se cambian las sábanas, médicos y enfermeras pasan consulta... Álex, uno de los pacientes ingresados, camina renqueante por el pasillo, muleta en mano. Es el principio de la recuperación.

En la planta baja, a las 10.10, el servicio de Urgencias está aparentemente tranquilo. La doctora Silvia Uruén, supervisora de todo el servicio, explica que hay cinco niveles de urgencia: parada respiratoria (1), emergencia (2), urgencia (3), menos urgente (4) y no urgente (5). Aparte existe el PPT, el código con que el SEM (Sistema d’Emergències Mèdiques) informa al hospital de que lleva a un paciente con politraumatismo. Los PPT y los niveles 1 y 2 tienen absoluta prioridad y pasan directamente al box de críticos. El nivel 3, a la consulta de trauma. A los 4 y 5 les toca esperar para ser atendidos.

La doctora Indira Sánchez y una estudiante de Medicina, Gloria, están en la consulta. Sánchez enumera el paciente tipo, según el día –con las salvedades correspondientes, claro–: en verano más turistas, a partir de las 4 niños que han salido del colegio con algún problema físico, los domingos algún que otro deportista, marchosos que vuelven de la juerga del sábado noche o niños que se han caído mientras jugaban en el parque infantil...

Cerca de los boxes, está el servicio de Radiología. Ana y Marta, dos doctoras radiólogas, observan al detalle un TAC cervical.

Ya son las 11, los quirófanos está a pleno rendimiento, bajo la atenta mirada de la supervisora, Carmen Ramírez. El paciente es recibido por el anestesista y una enfermera, se comprueba su identificación y se le prepara a nivel físico y emocional: «Hay que mostrarle empatía», dice Ramírez.

Los cirujan@s se han cambiado en una estrecha sala y se han colocado ropa estéril, además de lavarse las manos a conciencia. La higiene es clave. En uno de los quirófanos, el equipo especialista en artroscopias –los doctores Iván Córcoles, Beatriz Vallejo y Eduardo González y la anestesista Ana Fuentes– intervienen el hombro izquierdo a un paciente.

El hombre se irá a casa poco después. Es lo que se denomina Cirugía Mayor Ambulatoria (CMA). Sólo quedan ingresados en planta los pacientes que requieren una mayor recuperación.

12 h. Luis y Miguel, celadores, disfrutan de un pastel con el que les ha obsequiado un paciente. Su trato directo con las personas ingresadas, como el de las auxiliares y enfermeras, crea un vínculo especial con los pacientes de larga estancia.

Veinte minutos después, Helena, una de las enfermeras de planta, toma la tensión a Heliodora, a la que han sustituido una prótesis de cadera que llevaba desde hace dos décadas. Acompañada por su hija, explica que «estoy bien de ánimo. Llevo ya aquí 18 días y estoy esperando para ir al sociosanitario. Me tratan muy bien. Me lo tomo con paciencia. Nunca la pierdo. Es un don».

Helena y sus compañeras (la supervisora María de la Cabeza García, la veterana Pilar, Celia, Victoria, Begoña, Raquel, Noelia, Mapi...) tratan con mimo a sus pacientes. Como todo el personal médico. Es cuestión de vocación. Una vocación que hay que cuidar. Con respeto. Sin recortes, sean del Gobierno o del Govern.

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