Más de la mitad del empleo destruido en Tarragona es de jóvenes

El 54% de los contratos que se perdieron en abril en la provincia son de menores de 35. El desempleo juvenil por la Covid-19 sube más que el global y deja, como ya pasó en 2008, a una generación muy tocada

28 mayo 2020 18:00 | Actualizado a 29 mayo 2020 06:32
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Ana Recio, cambrilense de 20 años, ha visto cómo se caían sus planes más inmediatos. «No sé cómo voy a pagar los 1.200 euros de mi matrícula», explica ella, alumna de un ciclo de arte en Tarragona, que se sufragaba los estudios con lo que ganaba a media jornada durante prácticamente todo el año en la hostelería. «Me iban llamando para refuerzos de fines de semana y cuando empezó el estado de alarma me quedé sin trabajo. He estado buscando algo temporal, incluso por internet, pero no hay manera», cuenta ella. No tiene derecho a paro y pocos ahorros. Los 700 euros al mes de media que solía ganar le servían para cursar los estudios y asumir los gastos domésticos en una casa en la que vive con su pareja, que también está buscando trabajo. «Me va ayudando la familia. Por suerte, no tenemos que pagar hipoteca ni alquiler, pero iba a irme a vivir a Barcelona y esto me lo ha truncado todo. Tenemos en casa cero ingresos», admite.

Ana busca un empleo a jornada completa para tener ingresos y seguir costeándose sus estudios. «Acepto trabajos de dependienta, empleo en pequeños negocios, de cajera, reponedora, camarera o en atención al cliente», explica.

Silmith es otra de las damnificadas por la situación. Tiene 25 años y ha trabajado desde los 17 en la hostelería. Era una niña cuando estalló la crisis inmobiliaria que se prolongó de 2008 a 2013 con especial virulencia. Ahora, 12 años después, llega una nueva recesión, esta vez por una pandemia. «Suelo empezar la temporada en Semana Santa y estar hasta diciembre, pero este año no me han llamado», explica ella, vecina de Salou, con experiencia en pizzerías, bares y restaurantes, precisamente los negocios más afectados por el cierre forzoso, obligados a aplicar ERTE en primera instancia y después a dejar de contratar a ese personal indispensable para afrontar la temporada en la Costa Daurada.

Silmith sigue esperando a que la reactivación de los negocios pueda permitirle acceder al trabajo al que se ha dedicado siempre. «Estoy muy preocupada, como todos los jóvenes. Cobro la ayuda, pero me la han bajado. Vivo con mi pareja y él también está buscando trabajo. Tenemos que pagar el alquiler y cuesta salir adelante en esta situación», añade Silmith.

Los primeros rostros que deja esta crisis son de jóvenes, un colectivo especialmente agraviado por la destrucción del empleo derivada de la Covid-19. Los datos de marzo, un mes afectado apenas por la segunda quincena, ya mostraban la tendencia: el paro registrado entre los que tenían 25 y 29 años subía un 16% en el Camp de Tarragona, bastante más que la media (6,4%).

Más abultada era la diferencia en las Terres de l’Ebre, con un incremento del 20% en esa franja, superando con creces a una media del 5,2% en ese territorio. El balance del mes de abril, plenamente influido por la pandemia, va en esa línea, no solo en el indicador del desempleo sino en el de contratos, otro baremo para testar la situación del mercado laboral. De los 30.862 contratos hechos en Tarragona en abril de 2019 se ha pasado a los 10.134 del mismo mes en 2020. De esos 20.278 empleos destruidos de un año a otro, más de la mitad (11.183) son de personas menores de 35 años, con especial incidencia en la franja de 20 a 24 (3.961 contratos menos), según los datos de la Generalitat. Es el 54%.

Atrapados entre dos crisis

La crisis financiera golpeó especialmente a los jóvenes, que ahora vislumbran un nuevo frenazo a sus ansias de progresión. Ya hay quien habla de los ‘millenials’ como de una generación entre dos crisis. «Desde 2008 hemos visto que la precarización del trabajo afectó sobre todo a la gente muy formada, y ya no digamos a los poco o nada formados. Cada vez los trabajos exigen una especialización o una tecnificación mayor. La pandemia puede generar una brecha social entre los que están formados y tienen determinadas capacidades y los que no», explica Rafael Muñoz, economista del gabinete de estudios de la CEPTA.

No solo afecta al paro, sino a la devaluación de los salarios. «Los jóvenes ya saben que van a vivir con unas retribuciones muy distintas a las de sus padres, y con el mismo nivel de trabajo, además de una competitividad brutal. Se pide trabajar en equipo pero también ser muy productivos, ser siempre los mejores», añade Muñoz.

Un informe de la Generalitat, en base al balance de la última EPA, establece que «el colectivo de jóvenes está siendo especialmente afectado por la paralización económica, sobre todo aquellos que ya trabajaban con unas condiciones menos estables, con contratos temporales y a tiempo parcial». El virus ha venido a detonar la progresión de mejora. La afiliación de jóvenes catalanes de 16 a 29 años a la Seguridad Social crecía con más fuerza que la total, pero en marzo la situación se invirtió: ambos indicadores caían pero la afiliación juvenil lo hacía de forma más acusada: el -2,6% frente al -0,3% del total.

Otro indicador ilustrador: entre abril del año pasado y este, el paro de los menores de 25 años en la provincia se disparó un 39%, superando al de los mayores de esa edad, que se quedó en un 28%. En Catalunya, respecto a finales de 2019, la afiliación juvenil a la Seguridad Social cayó con más intensidad (un 10,1%) que la total (3,9%). Es por eso que el descenso de la afiliación juvenil llega a suponer el 47,7% de la caída total, por encima del peso que le corresponde a ese colectivo. Y eso teniendo en cuenta solo el cómputo de marzo.

La fragilidad irrumpe en el peor instante posible y amenaza con afectar no solo a los veinteañeros sino a los de más allá. Los chicos que salieron al mercado laboral entre 2008 y 2013, en plena depresión, viven este inesperado hundimiento cuando podrían estabilizarse en sus puestos, e incluso ascender. «Habrá gente que se quedará atrás. Está claro que la formación será la clave y nunca va a ser suficiente. Cuanto más formados y más habilidades, mejor, y no en el sentido de un abuso de la formación, sino enfocándose en aquello que pide el mercado. Creo que hay que moverse rápido y no conformarse. El ingreso mínimo vital puede ser un salvavidas pero, no puede cronificarse», aporta Rafael Muñoz.

Ana Recio resume la situación: «Nuestra familia no puede estar costeándonos todo. Nuestros padres también están en paro. Pagamos las matrículas con becas y con lo que trabajamos. Es incierto saber lo que va a pasar y cómo lo vamos a hacer ahora, dónde nos vamos a meter. Esto nos ha derrumbado todos los planes y va a ser complicado poder hacerlos de nuevo».

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