Metáforas para una revolución

Está Piolín, el piedra, papel y tijera, y el Rey, que ahora llega en octubre. La resaca del 1-O deja contradicciones, imágenes curiosas, figuras retóricas y, en mitad de la bronca, algo de humor

08 octubre 2017 16:24 | Actualizado a 17 octubre 2017 12:27
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La revolución está siendo tuiteada, 'taggeada' y también convertida en bulo y en meme a una velocidad endiablada, poco humana. Hay en estas revueltas eternas en las calles algunas estampas contradictorias hasta lo entrañable, que hubieran podido ser viñetas o tuits en sí mismos. Una de ellas se vio ante el Rectorat de la URV, en el final de la marcha estudiantil, y fue casi un oxímoron: anarquistas defendiendo la República. Aunque ellos mismos matizaban: «Creemos que ningún Estado hace libres a las personas, pero la idea de romper España mola». 

No era tanto una renuncia a los ideales como un apuntarse al bombardeo de la vigorosa protesta callejera, que ha ofrecido otros contrastes. Lo decía Oriol Corral, exconcejal de Som Gramenet, en un acto en el Campus Catalunya, interpelando a Rajoy y su gobierno: «Estos tíos son unas máquinas. Hemos visto a anarquistas defendiendo la libertad de convergentes y a Xavier Trias defendiendo la sede de la CUP. Son unas máquinas, van a hacer que vuelvan los Beatles».

También se pudo ver a trabajadores de La Caixa, como en un arrebato radical, cortando el tráfico en Barcelona. Poniéndonos reduccionistas y clasistas: la burguesía catalana más ramplona y los antisistema por un mismo objetivo (y luego dicen que el Procés divide).

En estos días de soflama en la calle he visto a un hombre de Jaén defendiendo la independencia en una manifestación en Tarragona y a otro de Nador, Marruecos, haciendo lo mismo, sin estridencias ni banderas, sólo con su presencia, desmontando mitos y prejuicios, igual que hacían Cristina y Olga, de 16 años cada una. A Olga la besaban de improviso en medio de Lluís Companys porque llevaba a la espalda la rojigualda y de la mano iba con su amiga Cristina, que portaba una estelada como capa. «No quiero la independencia pero tampoco que golpeen a mi pueblo», decía Olga, en comunión y amistad exhibida por las calles durante la manifestación de condena a la violencia del 1-O. Ambas fueron la sensación y se llevaron las fotos. 

Ir a la calle a una concentración es como entrar en Twitter y dejarse fascinar por el ingenio finísimo, que le ha sacado punta a todo un imaginario colectivo que ya es patrimonio de esta revolución: en la Imperial Tarraco había un bombero con un peluche de Piolín que llevaba la boca tapada por un esparadrapo y alguien que, quizás sin saberlo, plantó una metáfora en su cartón reivindicativo: ‘el papel siempre gana a la piedra’, y la alusión al clásico juego infantil. 

Una chica le echó humor a la cosa, y avisó con su pancarta: ‘A mi només em fa callar la mama’. Varios mayores alrededor asintieron en la lucha de sexos: en casa también manda ella. Asimismo, se ha podido ver a los Mossos defendiendo a la Policía Nacional. Sus furgonetas custodiaban el acceso a la comisaría de Tarragona, unos días después del 1-O. 

Lo más grotesco de todo, lo que nos confirma que estamos en una situación de excepcionalidad, el verdadero artículo 155, es ver salir al Rey por la noche y no tener las gambas ni los turrones a mano. Ahí se derrumbó la lógica del espacio tiempo, y alguien –también en Twitter– lo achacó al cambio climático y su insospechado alcance: ver el discurso del Rey en manga corta ya es la prueba definitiva, Donald Trump. 

En estos momentos de contrariedad también se ve que el ser humano es incomprensible. Ahí está ese aficionado a la Roja cuyo pensamiento es ‘Piqué, cabrón, España es tu nación’, y luego añade: ‘Vete a tu país’. El otro día, el Tema, el único hilo de conversación que puebla las terrazas y los hogares (juro que esta semana se encendió la charla en el piso de arriba y el diálogo llegaba hasta mi casa) llegó a una barbacoa de despedida de soltero a la que fui en Constantí.

Entre la carne al fuego había, como siempre, opiniones para todos los gustos, y alguien usó la calle, el epicentro de las protestas que siempre rejuvenecen, para otra metáfora sobre saltarse la ley. «Esto es como cuando eras un chaval. Tu madre te decía que llegaras a las diez de la noche. ¿Qué hacías tú? Pues llegar a las once, y luego un poco más tarde. Tú también desobedecías», le decía un independentista a alguien contrario a la secesión. 

El colmo del poder de esa calle que era de Fraga y ahora es del pueblo es el llamamiento para la no-movilización a cargo de los independentistas. Ha ocurrido, para no tensar la situación, con la marcha de la Policía Nacional del Hotel Gaudí de Reus. Es otra de esas hermosas contrariedades, muy Monty Python: convocatoria para quedarse en casa. 

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