«¿Miedo? No, lo tenía claro; era llegar a España o la muerte»

Uno de los menores que participa en el programa de la Laboral relata su odisea y sus ganas de hacerse un futuro en Tarragona

20 noviembre 2018 11:00 | Actualizado a 20 noviembre 2018 11:04
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Akram (nombre ficticio para proteger su identidad) tiene «17 años y dos meses». La precisión llama la atención, pero es que en su caso unos meses son la diferencia a la que se aferra para poder luchar por un futuro en España. Llegó el 1 de julio. Solo. 

Es el del medio de siete hermanos. «Tengo tres por arriba y tres por abajo». Nació en la ciudad de Ksar el Kabir, en el norte de Marruecos, y cuenta que en su país llegó hasta el equivalente de primero de la ESO. Desde muy pronto comenzó a trabajar para ayudar a su padre, panadero, cuando éste enfermó. «Él se despertaba a las cuatro de la madrugada y volvía a las doce de la noche, yo sentía que tenía que ayudarle».

Cuenta que la decisión de venir a España comenzó a rondarle cuando tenía quince años y se dio cuenta de que en Marruecos no tendría oportunidad de ayudar a su familia, en especial a sus hermanos pequeños. Fue así como consiguió que un amigo de su hermano mayor le prestara el dinero para la arriesgada empresa de venir a España. La deuda, los 1.500 euros que el dejaron, sigue vigente. Tendrá que pagarlos cuando comience a trabajar.  

«No sé quién hizo el milagro»

Akram cuenta su historia de corrido, como tratando de pasar por encima de los detalles más dolorosos. Lo hace en un castellano con dificultades pero entendible, a pesar de que sólo lleva poco más de cuatro meses en España.

Subió a la patera en una playa de Tánger. En teoría, la embarcación era para 40 personas, pero subieron unas 50.  

Akram no sabe nadar bien, pero si se le pregunta si tuvo miedo dice que «no; yo lo tenía claro, era España o la muerte». Les tocó un día de mala mar y en el medio de la travesía, de noche, con el violento movimiento, calcula que cayeron de la embarcación unas veinte personas, incluido él. Cree que todas se ahogaron, pero él consiguió llegar hasta la barca y cogerse de la parte del motor. Sufrió heridas en las piernas, pero se salvó. «No sé qué dios hizo el milagro», cuenta.

Llegó a la Línea de la Concepción, en Cádiz. Los tres primeros días los pasó en comisaría con los adultos hasta que le hicieron la radiografía que señalaba que era menor. Luego su familia hizo llegar los papeles que confirmaban su edad. 

Pasados unos días decidió fugarse del centro de acogida y llegar a Barcelona, el destino que se había marcado porque «aquí hay más trabajo». De allí le trajeron a Tarragona; dice que le gusta la ciudad «y la gente es buena». Agradece que las coordinadoras del centro del Complex Educatiu, donde está, son muy rectas. Ellas también están contentas con él, dicen que es muy autoexigente.

Está cursando el programa de cocina en el proyecto piloto que se ha puesto en marcha en Tarragona. Estudia por las mañanas y por las tardes va a un gimnasio municipal. Su prioridad es trabajar, pero sueña con estudiar para ser educador social. Le preguntamos si su madre está contenta; dice que sí. Se emociona. 

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