Negocios de toda la vida: 'En el Museum Cafè se han cocido muchas cosas'

El Museum Cafè, en la Part Alta, cierra después de 27 años. Se despide un trozo del ocio, la noche y la vida pública de Tarragona. 'Valgo más por lo que callo', dice Juan Carlos, el dueño

25 mayo 2017 14:44 | Actualizado a 25 mayo 2017 15:06
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«Dice que llorará cuando cierre, como llora cuando se queda solo con su hijo por las noches. Su hijo se llama Museum Cafè, y es uno de los locales históricos del ocio nocturno en la Part Alta y en toda Tarragona. Juan Carlos Vidal, alias Tiju (por aquella camiseta de Tijuana que llevaba en el instituto), ha sido 27 años el alma de este bar genuino, que ahora cierra las puertas. «Se acaba una etapa de la vida de una persona. Tuve un proyecto, lo llevé a cabo y ahora hay que cerrarlo. Era un proyecto para una ciudad que creo que se lo merecía. Cierro esta puerta pero pronto se abrirán otras», cuenta Juan Carlos, siempre torbellino e inquieto, un huracán que remata con carcajadas algunas de sus respuestas. 

El carpetazo deja a Tarragona sin un pedacito de su historia cultural reciente. El Museum, en el número 5 de la calle Sant Llorenç, ha sido sala de exposiciones y refugio ideal para copas tranquilas, para la fiesta en familia y la complicidad. 

«Vengo de la hostelería. Yo nací en una barra de bar. Mi madre trabajaba en el bar 2000. Cogió el bar La Estrella de la Arrabassada. Allí mi hermano José Antonio y  yo, con ocho años, ya vendíamos helados. Bueno, nos los comíamos», explica Juan Carlos. 

A los 22 años, recogiendo la esencia legendaria del Cafè Poetes, abrió Museum: «Nació con un sentido totalmente cultural». Aquí se han presentado libros, han nacido asociaciones que han usado el bar como local, se han hecho cafés filosóficos, fiestas de Carnaval, Dixieland y hasta parrilladas electrónicas. «El Museum siempre ha estado abierto a todo. Nunca me he negado a nada. Ha sido la única sala de exposiciones que no ha negado a nadie exponer lo que sea», cuenta.

Él luce cierto fetichismo: acumula en su local objetos históricos, de valor emocional incalculable para él pero también para los parroquianos. «El discóbolo es sagrado», dice sobre quizás el icono del lugar, la reproducción de la famosa escultura griega. Cuando desmantele el local, le hará un hueco en su casa. Hay clientes incluso que quieren pujar por quedarse con algunas de estas señas. 

Juan Carlos, o Tiju, baja la persiana para cambiar el chip. «Estoy cansado de no disfrutar de mis amigos. Cierro esta etapa, lloraré, pasaré el luto, pero quiero tomar el sol y comerme una bolsa de pipas en el Balcó del Mediterrani», relata, consciente del bagaje como referentes de la noche, y él menciona a Poetes, Anticuari y al Suau como otros locales insignes. «Por aquí ha pasado todo el mundo», indica.  

Ahí, en esa amplia etiqueta, se incluye la reciente visita del Gran Wyoming, o las antiguas de El Último de la Fila o Alaska, pero Juan Carlos niega el sambenito: «Este no ha sido el bar de los políticos y periodistas. Aquí ha venido mucha gente, y si ha venido es porque se ha sentido a gusto». Lo cierto es que el runrún de la vida pública se ha paseado por aquí. «Se han cocido muchas cosas, más de las que la gente se cree. Valgo más por lo que callo que por lo que digo», bromea. Entretelas políticas, exclusivas periodísticas, farándula, parejas que se han formado entre las mesas y que luego han tenido hijos… Pero siempre una consigna, como en Las Vegas. «Me sé la vida de mucha gente, pero se queda dentro del Museum». Y juega al despiste: «Como decía Oscar Wilde: ‘No hay mayor discreción que la total indiscreción. El mayor indiscreto en este bar he sido yo’». Palabra de Wilde, palabra de Tiju.

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