'No me arrepiento de ejercer la eutanasia'

Marcos Hourmann, exdoctor en Móra d’Ebre, es el primer condenado en España por eutanasia. Fue sentenciado en 2009 por la Audiencia de Tarragona por suministrar una sustancia letal a una paciente terminal. Ahora lidera la lucha por la muerte digna

09 mayo 2019 07:59 | Actualizado a 09 mayo 2019 08:24
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¿Qué le ha parecido el caso de Ángel, que ha ayudado a morir a su mujer, enferma de ELA?
Resume un poco todo para mí. Digamos que lo de Ángel termina el espectro en tanto que familia que tiene que esconderse antes de los últimos minutos de los seres que aman para no ser inculpados. Ángel es un antes y un después. 

¿Por qué?
La parte médica está cubierta con los médicos que hemos estado involucrados y castigados. La otra parte es la familia vasca de Maribel, en el marco de las enfermedades crónicas y degenerativas de estados mentales y deteriorativos. Ante una incapacidad absoluta y una voluntad explícita, la familia sigue luchando para que eso se respete. Entre los tres cubren todo el espectro humano de lo que signfica una buena muerte. 

¿Cómo acabó trabajando en el Hospital de Móra d’Ebre?
Ahí voy a través de un contacto. Yo había vuelto de Inglaterra, trabajaba en Valls y un médico que estaba en Móra me dijo si quería hacer guardia. Ahí empezó todo. Yo estaba como médico adjunto de urgencias en el hospital de Valls y conocí a uno que estaba en Móra. El destino me llevó ahí. 

¿Qué recuerda de aquella noche? ¿Cómo sucedió todo?
Yo contacto con la paciente en la fase final de una enfermedad pluripatológica, en un estado súper delicado, donde intento salvarla las primeras cuatro o cinco horas de esa madrugada, hasta que llega un momento en que no hay más viabilidad. Entró en una fase de shock cardiogénico severo. Ya no se podía hacer más nada.

¿Qué pasó entonces?
Le digo a la hija que hay que sedarla. Ella está de acuerdo. Le hago firmar en la historia. A la hora me llama la enfermera diciendo que la paciente seguía ahogándose. La hija me pedía acabar con el sufrimiento de la madre. Me dijo que no podía verla más así. Y ahí ya me olvidé de todo. Me olvidé de la parte médica, porque ya había cumplido, y sin pensar, le dije que si quería terminar ya y me dijo que sí, y le puse el potasio. 

«La paciente me pidió morir dos veces, y la hija también. Ya no se podía hacer nada más»

¿La paciente le pidió morir?
Dos veces. No le hice caso en un primer momento, por supuesto. No le respeté su voluntad. Pensaba que aún podía salvarla... salvarla no es la palabra correcta, es un palabra muy grande que a mí no me entra. Pensé que todavía podíamos luchar un poco más. 

¿Posteriormente se lo pidió la hija o fue una propuesta suya?
Me lo pidió la hija después de sedarla. Primero la hija me dice de acabar el sufrimiento y luego le propongo si quiere que sea ya, nada más. Es una cuestión de tiempo. Me dice que sí y le pongo el potasio, y cuando salgo le digo que ya está. Me solidaricé con las dos. 

¿No hubo ningún momento de reflexión o debate allí?
No había ningún compañero. Solo una enfermera. Además, la reflexión ya estaba hecha. Cuando hay un proceso final de la vida, el consentimiento se ve constantemente cuando estás haciendo algo por alguien. Así lo siento. No hay que ratificarlo, se ratifica legalmente, claro, y de hecho lo ratifico cuando la sedo y le hago firmar. Pero estoy convencido de que no hace falta firmar nada. Hay que firmarlo, obviamente, pero en ese momento de la vida que te pone enfrente, desde mi punto de vista, los consentimientos son menos importantes que ese entendimiento mutuo. Nos entendimos así hasta el día del juicio. 

«Me olvidé de la parte médica. Le dije a la hija si quería terminar ya. Me dijo que sí y le puse el potasio»

¿Qué pasó con la familia?
La familia nunca me acusó. La hija no entendía lo que pasaba. Se dio cuenta después. 

¿Pudo hacer otra cosa? ¿Tenía alternativas?
Las alternativas serían aumentar las dosis de mórficos, seguramente, para que yo no terminara como terminé. Pero ahí entra la convicción de cada uno y el compromiso, y lo que uno es, más allá del conocimiento médico. El conocimiento llegó al límite, yo llegué a él con la paciente y después queda la parte humana. No queda nada más. Cuando ya la ciencia o el conocimiento médico bien aplicado se termina, ¿qué queda? Queda nada más que la humanidad. 

¿Cómo lo ve desde la distancia?
Los seres humanos somos lo que somos de lo que hemos vivido y de lo que te han enseñado. A veces la vida te pone en ese papel de situaciones que no pensaste. Cuando actúo así no estoy pensando en nada. Yo esto no lo pensé. Estoy pensando en un reflejo de esa familia que me inspira darlo todo. En 35 años he vivido como médico muchas circunstancias gravísimas. Esa noche fue un antes y un después. 

¿Se arrepiente?
No estoy arrepentido de haber hecho eso. No me imaginaba que iba a terminar así. Si lo hubiera pensado, por supuesto que no lo hago. Pero eso no significa que mis convicciones no sigan exactamente iguales que esa noche, que haría lo mismo esa noche, con esa misma paciente, con esa misma hija, a esa misma hora.

«A mi propio padre le habría ayudado a morir en vez de sufrir dos años en una silla de ruedas»

Pero no lo haría de nuevo.
Obviamente, hoy si me preguntas si lo volvería a hacer, te diría que no. No soy hipócrita ni mentiroso. Las consecuencias fueron nefastas. No lo volvería a hacer pero no me arrepiento de esa noche. Sobre esas mismas circunstancias no me arrepiento. Desde Marcos, era lo que tenía que hacer. Seguramente otro hubiera actuado diferente, o igual, no lo sé. No es entrar en un juicio de valores de nada. Hablo de mi persona, desde la pura humanidad. Después de 14 años, uno es una recopilación de situaciones que uno vivió. 

¿Hasta qué punto le influyó la experiencia con su padre?
Tuvo mucho que ver. Mi padre es la clave de mi vida, no solamente de eso. La muerte de mi padre fue dolorosa, me ha marcado la vida. Seguramente la hija de la paciente representaba a ese Marcos de 27 años que entendía que el sufrimiento era exagerado. ¿Para qué durar un segundo más?

«¿Quién soy yo para decir ‘Usted viva, ¿eh?’ ¿Uno está obligado a vivir cuando está con una enfermedad incurable?»

¿Hasta qué punto padeció?
A mi propio padre lo hubiera ayudado a morir en vez de sufrir dos años en una silla de ruedas, pero el amor a un padre es tan grande que uno se obnubila. En un momento deseé la muerte de él. En la sedación y la eutanasia el final es el mismo. ¿Hay dolo? ¿Qué pasa cuando no hay nada que hacer? No es ir en contra de lo otro, de la sedación y los paliativos. 

Dice que la diferencia entre la sedación y la eutanasia es sólo una cuestión de tiempo. 
La sedación lo que hace es acelerar el proceso final. A un paciente que se seda nunca se da de alta. Se muere. Dependerá de la dosis, del médico, de ir poco a poco. Los efectos de los derivados mórficos hacen llevar a paro cardiaco. Dependerá de la dosis y de cómo se encara. En la eutanasia el final es inmediato. Los dos efectos terminan igual, se van a morir. El resultado es el mismo. ¿Cuál es la diferencia? Algunos dicen que es el dolo, que cuando uno va con la eutanasia la intención es matar. ¿Cómo se puede decir eso? ¿Como si fuera un asesino armado?

¿Qué le diría a alguien para convencerle?
Aquellos que piden, ante una situación médica irreversible, por la razón que sea: ‘Yo no quiero vivir más’. ¿Quién soy yo para decirle: ¡usted viva, eh!? ¿Por qué tengo que morir cuando ellos quieran? ¿Uno está obligado a vivir cuando está con una enfermedad incurable? Creo que en la vida hay que luchar siempre, pero esto lo pienso yo. Hay gente que puede luchar hasta el final y hay otros que no pueden. Y ante un pedido explícito, está la conciencia de cada uno de hacerlo o no. 

¿Ha tenido contacto con la familia en estos años?
No. Ellos han sido cuidadosos, respetuosos, mantuvieron siempre la intimidad. Son maravillosos. Pensé en acercarme pero luego vi que me estaba metiendo en algo cuando ellos se habían mantenido al margen. La hija de la paciente con su hija, la nieta, estuvieron conmigo, apoyándome, felices porque aunque terminé sentenciado no fui a la cárcel. 

«No me arrepiento pero no lo volvería a hacer. Pagué un precio altísimo. Miseria...»

¿Ha recibido más apoyo o más rechazo del colectivo médico?
Ni apoyo ni no apoyo. No es un reproche, es el humano. El médico es un ser humano como cualquier otro. Caga, mea, llora, ríe, cree en Dios o no, yo qué sé. Nadie puede pedirle que defienda algo en lo que no cree. 

¿No se habla lo suficiente?
Estoy convencido de que en el colegio de médicos hace falta un debate sobre esto. No hay debate. Yo, al menos, no lo veo. No estoy en contra de los que creen en Dios ni mucho menos. Lo respeto. El tema es que cuando alguien no aguanta bien no se nos puede decir que es un acto de violencia machista. Entiendo que la gente no esté de acuerdo, ¿pero que no lo comprenda?

¿Cómo debería ser la ley de la eutanasia?
Lo más restrictiva posible, para que no haya ni un abuso. Yo no veo un debate profesional. Hay mucho congreso. ¿No podemos hablar los médicos de la muerte? No significa convencer a nadie, sino formarnos más a los médicos de encarar cuando alguien te pide ayuda, qué hacemos, ¿no nos toca hablar un poquito? 

«La hija y la nieta estuvieron en el juicio conmigo, apoyándome, felices porque, aunque me condenaron, no iba a la cárcel»

Pero sí que se genera controversia mediática y política. 
El debate no es serio, van apareciendo casos, luego se olvida. Los médicos tenemos que llegar a un consenso. Parece ser que el tema está en la mesa de los políticos y que ha creado un debate. La sociedad va más adelante que los políticos. Se avanza pero no soy muy optimista. 

¿Por qué sería importante tener una ley así?
En la ley que se contempla el médico no está obligado a ejercer la eutanasia. Hay la objeción de conciencia. No porque haya una ley del divorcio estás obligado a divorciarte.  

¿Cree que pagó un precio muy alto por lo que hizo?
Altísimo... miseria. Si te contara todos los detalles... Y con un hijo de ocho meses. Duró muchos años. Me caí no solo en 2005. Un año después del acuerdo en el juicio, otra vez alguien denunció mi caso y me quedé en la calle con 50 años en Inglaterra. 

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