Operación inédita a una embarazada para salvar a su bebé en Joan XXIII

A la madre se le reabrió la herida de una cesárea anterior y la operaron en la semana 26. Con la intervención, sin precendentes, lograron prolongar el embarazo dos meses más

09 enero 2019 19:20 | Actualizado a 10 enero 2019 08:53
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

Josefina Carrasco atesora en el móvil una foto que resume la intensa historia por la que está pasando. En la imagen aparece la diminuta mano de su hija, Emma Victoria, aferrada a su dedo. Fue su recibimiento cuando fue a visitarla por primera vez, todavía en silla de ruedas, a la UCI neonatal del Hospital Joan XXIII. «Esta niña es una guerrera», resume la madre orgullosa.

Para Josefina y su marido, Amel, el de Emma era el segundo embarazo. Tienen un niño de cinco años, Izan, y estaban a punto de tirar la toalla después de tratamientos de fertilidad y una inseminación in vitro fallida. Las preocupaciones comenzaron en la semana 21 cuando ella comenzó a sufrir fuertes dolores. En el hospital de Santa Tecla, donde controlaban su embarazo, se dieron cuenta de que el problema podría ser una reapertura de la herida de la primera cesárea. «Esoy agradecida, tuve suerte,  sé que no era algo fácil de detectar», explica Carrasco, que también es médico. El problema es que con tan poco tiempo de gestación el embarazo no era viable. La enviaron a hacer reposo absoluto a su casa. En la semana 26 la remitieron al Hospital Universitari Joan XXIII.

Un caso raro

Las obstetras Mónica Ballesteros y Mónica López, que la recibieron en la unidad de Alto Riesgo Obstétrico, ARO, de Joan XXIII, explican que, efectivamente, la reapertura de una cesárea anterior es una complicación muy poco frecuente. La estadística dice que sólo pasa en el 0,3% de los embarazos posteriores. Además, cuando se da, en la práctica totalidad de los casos (el 99%) se produce en las tres últimas semanas, cerca del parto. 

Ambas relatan que nunca se habían encontrado con una situación similar. Normalmente cuando la cicatriz se abre es cuando comienzan las contracciones, el embarazo está llegando al final y el útero está muy dilatado. Carrasco tenía hora en el hospital el 31 de octubre, pero no aguantó, debieron verla el día anterior. Estaba sangrando y en una ecografía encontraron que el agujero en el útero tenía ya tres centímetros.
Para entonces el embarazo estaba en el límite. El feto tenía posibilidades de salir adelante pero, si sobrevivía, su prematuridad extrema aumentaba las probabilidades de que sufriera secuelas importantes. El feto entonces pesaba sólo 800 gramos. «Ser médico, en este caso, fue peor para mí. Pasé por un auténtico calvario porque sabía lo que podía pasar», dice la madre. Además los pediatras también se reunieron con ella y le explicaron lo que cabría esperar.

Esquiar fuera de pistas

Cuenta Mónica Ballesteros que el procedimiento más común habría sido realizar una cesárea y sacar al bebé. Pero la madre les consultó si no habría posibilidad de suturar la herida y continuar con el embarazo.  «Comenzamos a buscar y no encontramos ninguna literatura al respecto. También consultamos el caso al Vall d’Hebron, que es nuestro hospital de referencia y ellos tampoco habían hecho nunca nada parecido», señala.

Cuenta que entonces pusieron el tema en común con el equipo que estaba de guardia, las doctoras de cirugía oncológica Galera y Romero. Hubo que tomar decisiones en poco tiempo pero, de acuerdo con la madre, decidieron entrar a quirófano a observar cómo estaba el agujero.
«Estábamos esquiando fuera de pistas, nunca habíamos hecho nada así, pero empatizamos mucho con la madre y nos tranquilizaba saber que ella era perfectamente consciente de todos los riesgos», cuenta Mónica López.

Así pues, abrieron y comprobaron la dehiscencia (separación del tejido) y suturaron como se habría hecho en una cesárea. Era un reto porque no se sabía cómo reaccionaría el tejido. Pero los cirujanos suturaron la herida «¡Y no sangró!». La madre estaba consciente en el proceso, así que le preguntaron qué hacer y decidió seguir adelante. Cerraron la herida y se quedó ingresada en el hospital. Ni siquiera durante la cirugía la inquieta Emma Victoria paró de moverse.

Como una bomba de relojería

Las horas posteriores fueron críticas, todo el equipo estaba cruzando los dedos. Cuando todo parecía que había pasado, a los tres días de la operación, Carrasco rompió aguas algo que, al final, tampoco impidió que el embarazo siguiera. A partir de allí estuvo unos dos meses ingresada en el hospital con tratamiento para evitar las contracciones. Amel recuerda lo duro de aquellos días. Cada vez que podían iban él y su hijo a cenar y a hacer deberes en el hospital. «Menos mal que la familia nos ayudó mucho», recuerda. Ambos son dominicanos y llevan 11 años viviendo y trabajando en Tarragona y tienen parte de la familia aquí.

Después de semanas «sintiendo que llevas una especie de bomba de relojería dentro», decidieron programar la cesárea pasada la semana 33. Entonces la niña pesaba ya casi dos kilos y las posibilidades de complicación eran mucho menores. «Desde fuera es difícil de entender, pero para un bebé una semana es media vida». Gracias a la operación consiguieron ganar ocho semanas más de tiempo.

La pequeña nació el 18 de diciembre y debió pasar los  primeros días en la UCI neonatal. Actualmente ya se encuentra en el unidad de cuidados intermedios y se espera que pronto le den el alta. Sólo queda que coma un poco más y ya se agarra bien al pecho de la madre.
Las médicos que trabajaron en la intervención tienen intención de publicar el caso en una revista especializada cuando la niña sea dada de alta.

Por lo pronto Emma Victoria descansa tranquila en la cunita cuando no está en los brazos de sus padres en contacto piel con piel. Su hermano no para de preguntar cuándo se la podrán llevar a casa. Carrasco cuenta que «todos me dicen que fui muy valiente, pero yo lo único que hice fue actuar como una madre», declara.

Comentarios
Multimedia Diari