Pau Ricomà: «Me ordenaron disparar a los GEOS si entraban»

‘Golpista’ involuntario. Al actual alcalde de Tarragona le tocó hacer la mili en 1981 en Madrid en la División Brunete. Junto a sus compañeros tuvo que ‘apoyar’ el golpe de Estado de Antonio Tejero

22 febrero 2021 19:30 | Actualizado a 03 marzo 2021 13:07
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Hoy se cumplen 40 años del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 que puso en jaque la naciente democracia española. Aquel día, aparte de los guardias civiles comandados por el teniente coronel Antonio Tejero (el de las famosas frases «¡Quieto todo el mundo! ¡Al suelo! ¡Se sienten, coño!»), entraron en el Congreso un grupo de soldados de la División Brunete, entre los que estaba un joven Pau Ricomà, que cumplía el obligatorio servicio militar. Cuatro décadas después Ricomà es alcalde de Tarragona por Esquerra Republicana.

Le tocó la mili en Madrid.

Como ahora la mili no existe, igual ya no se entiende que en esa época había soldados de reemplazo. Los jóvenes pueden pensar que ibas porque querías. No era así. Era obligatorio. A mí me tocó en Madrid y en la División Acorazada Brunete, que tenía varios cuarteles alrededor de Madrid: tanques, caballería, infantería, ingenieros, intendencia...

Le tocó un buen destino.

En el Estado Mayor, en el cuartel de El Pardo. Estaban todos los mandos: generales, coroneles... En la famosa foto de todos los militares juzgados por el 23-F, más de la mitad eran de la Brunete.

¿A qué se dedicaba allí?

Estaba en oficinas, en lo que se denominaba Compañía de Servicios. Nos encargábamos de tramitar todos los expedientes de oficiales y suboficiales por si alguno tenía que hacer un cursillo o cobrar trienios. Era algo así como Recursos Humanos. Como hacer fotocopias era demasiado fácil y nos tenían que tener ocupados, escribíamos a máquina todos los expedientes cada vez.

¿Qué tal ambiente había entre los mandos en los días previos al golpe de Estado?

Había nerviosismo entre los mandos por los atentados (de ETA). Algunas de las víctimas habían pertenecido a la Brunete, la División más valorada en el Ejército.

¿Qué pasaba en su cuartel el 23 de febrero, día de la investidura como presidente de Leopoldo Calvo Sotelo, que iba a sustituir a Adolfo Suárez, quien había dimitido pocos días antes?

El general Torres Rojas, que había sido de la Brunete, celebraba su cumpleaños con un montón de oficiales, mientras que el máximo mando, el general José Juste, estaba fuera de maniobras.

¿Y?

Torres Rojas aprovechó el vacío de poder. Nos hicieron formar a los soldados en el patio y nos dijeron que «España está en peligro» y que tendríamos que actuar. Tiempo después nos montaron en cinco jeeps, pero solo salieron del cuartel los dos primeros. Yo me quedé en el cuartel. Los compañeros que habían salido nos dijeron que habían tomado una emisora de radio y puesto música militar. El resto nos quedamos con unas ‘facilidades’ muy inusuales.

¿Cuáles?

La cantina gratis, para que bebiésemos todo lo que quisiéramos, en un ‘gran espíritu de camaradería’. Tras cenar, nos dejaron que nos fuéramos a dormir, pero nos ordenaron que nos lleváramos a la cama todo el armamento ya preparado por si teníamos que salir del cuartel.

 

«Si los golpistas hubieran tenido perspectiva histórica y hubieran sabido que al final han acabado mandando todo lo que mandan, no se hubiesen molestado en dar el golpe del 23-F»

Y salieron.

Sí. Estábamos confusos. Al salir del cuartel vimos que nos dirigíamos al centro de Madrid. No sabíamos si a apoyar el golpe o a reprimirlo. Hasta que llegamos cerca del Congreso y había una barrera policial. Delante mío le dijeron al conductor del jeep: «acelera y si hace falta los atropellas». Finalmente entramos en el Congreso de los Diputados.

¿Antes de salir ya sabían lo que estaba sucediendo?

Por la radio. Entonces todo el mundo tenía transistores, como hoy móviles. Toda la noche que estuvimos en el Congreso, estuvimos oyendo la radio. Aún así había mucha confusión.

¿Dónde fueron?

Nos llevaron a la sala de prensa, junto al lado de la sala por cuya ventana saldrían luego a la calle los guardias civiles, en esa imagen tan famosa. El capitán Dusmet García-Figueras nos dio una arenga con lo de que «España está en peligro» y en la que aseguró que «todo esto es constitucional y el Rey lo aprueba».

Intentaba ‘convencerles’.

En ese tipo de situaciones, no hace falta que te convenzan. No nos podíamos marchar dijeran lo que dijesen. Nuestros mandos estaban convencidos de que, al haber ido ellos, el Estado Mayor, el resto de cuarteles de la Brunete se sumarían al golpe. Además estaba el coronel Sanmartín.

El jefe de Estado Mayor de la División Acorazada Brunete.

Tenía mucha ascendencia entre los militares. Estaba detrás del ‘Colectivo Almendros’, que había escrito artículos incendiarios en el diario ‘Arriba’, que ya no existe. Hablamos de cosas prehistóricas.

¿Se podían mover por el Congreso?

Sí. Algunos compañeros charlaron con los guardias civiles que habían ido con Tejero. Yo me quedé porque me daba angustia salir. Los guardias civiles estaban muy motivados. Esos mismos guardias, cuanto todo el show se acabó, dijeron: «nos han engañado».

¿Pasaron miedo?

Cuando nos aseguraron que iban a venir el resto de unidades de la Brunete nos preocupó mucho, por no decir que nos dio miedo. Nosotros éramos inofensivos porque no teníamos ni entrenamiento ni capacidad. El problema era si venían los tanques, por ejemplo.

Por suerte no fueron. El general Juste volvió a la Brunete e impidió que los tanques saliesen.

Cuando nos enteramos, nos relajamos. Nosotros suponíamos muy poco peligro. Fuimos escuchando por la radio que solo en Valencia habían salido los tanques y que en otros sitios no había nada. Entonces fue como los vasos comunicantes... los mandos intermedios comenzaban a desmoralizarse y los soldados estábamos cada vez más contentos. Mientras tanto, pasaban cosas realmente curiosas.

¿Por ejemplo?

Podíamos salir al patio del Congreso (Ricomà alude al espacio al aire libre que ha salido infinidad de veces en la televisión, donde los políticos hacen declaraciones). Vi como charlaban Ricardo Pardo Zancada (un comandante de la Brunete), Tejero y Camilo Menéndez (capitán de navío). Desde las rejas, nos pasaron varios ejemplares de una edición de madrugada de ‘El País’, que decía «el golpe de Estado, en vías de fracaso». Los soldados nos pasamos el periódico. Los mandos estaban tan desmoralizados que no nos lo incautaron. Imagino que Pardo Zancada, Tejero y Menéndez discutían sobre cómo se iban a rendir.

¿Cómo se rindieron?

No en el Congreso, sino en su cuartel. En el cuartel dijeron a los que se quedaban «no os preocupéis. La próxima vez saldrá bien». Yo pensé... «no tengáis prisa, no corráis, tomadlo con calma, que me quedan solo tres meses de mili, que no me vuelva a pillar».

¿Se enteró del discurso del Rey en que condenaba el golpe de Estado?

Sí, pero como siempre hablan entre líneas, no estaba seguro de qué quería decir. Nos quedamos todos con escepticismo. En esa situación nos convenía tener un cierto control emocional.

«Los golpes de estado se hacen hoy a través de los aparatos judiciales» 

¿En qué sentido?

Yo ya soy poco emotivo, pero tenía compañeros que lo estaban pasando fatal. Un amigo de Barcelona, un par de años menor, estaba muy asustado. Le hice bromas para animarle y eso hizo que yo estuviera más distendido.

A pesar de esa tranquilidad, ¿hubo algún momento en que temió enfrentarse a tiros si alguien entraba en el Congreso?

Hubo un momento crítico. Hacia las 5 de la madrugada, me ordenaron que hiciera guardia en la cafetería y que impidiera que entraran los GEO por la ventana. Me solté la correa del subfusil y lo cogí de una manera que si entraban los GEO, levantaría las manos enseguida. No tenía ningunas ganas de enfrentarme a los GEO ni defender posiciones.

Aquel año Juan Carlos I salvó la democracia con su mensaje. Ahora está en Abu Dabi tras las polémicas informaciones sobre su fortuna. ¿Qué le parece ese cambio tan radical?

Si los golpistas hubieran tenido perspectiva histórica y hubieran sabido que al final han acabado mandando todo lo que mandan, no se hubieran molestado en dar el golpe de Estado.

Recientemente salió a la luz una polémica carta de unos militares retirados.

Hay mitos que caen. Nos explicaron que Narcís Serra desmontó ciertas cosas cuando era ministro de Defensa, que los militares españoles se habían modernizado porque tenían relación con la OTAN, que la cultura franquista del ejército había desaparecido... Nos lo quisimos creer, pero es mentira. La parte más preocupante no son los militares viejos.

¿Cuál es?

Hay actitudes de militares jóvenes en las academias que asustan.

La derecha y la ultraderecha acusan a los independentistas de ser «golpistas».

No tiene ningún sentido. Un golpe de estado es intentar tomar el poder por las armas.

La ultraderecha ha entrado en el Parlament y es la tercera fuerza en el Congreso. ¿Está en peligro la democracia? ¿Cree posible otro golpe de estado?

No les hace falta por el control que tienen de determinados aspectos de la Administración. Antes el golpe de Estado tenía que ser forzosamente militar. Ahora se hace a través del sistema judicial. Mientras sigan instalados en el poder, el golpe es innecesario.

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