Pep Escoda: «Al apretar el disparador, la soledad te impregna»

Es un tarraconense internacional. Ha recibido múltiples premios, ha vivido en París, Nueva York y Miami y expuesto en medio mundo, pero siempre vuelve a la luz del Mediterráneo

20 febrero 2021 08:22 | Actualizado a 20 febrero 2021 10:27
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

El fotógrafo Pep Escoda es uno de los tarraconenses más internacionales. Con más de veinte premios Lux en su haber, ha capturado con su objetivo rostros de celebridades y otros anónimos porque como defiende, «retrato personas, no personajes». También paisajes y arquitectura, de la que ha publicado en más de 150 libros. Con 62 años y treinta «pagando autónomos», este serrallenc forjado en el mar, ha vivido en París, Nueva York o Miami y expuesto en medio mundo, aunque siempre vuelve a casa. En su trayectoria, ha pasado del negativo a la inmediatez del selfie. Se ha adaptado y se ha reconvertido y ya cerca de su jubilación vive la pandemia con calma, en brazos de la filosofía.

Tiene encargos casi cada día.
Son los retratos. El año pasado celebré #PepEscoda30anys y quería hacer una serie de acciones, que la pandemia echó por tierra. Aunque sí pude continuar con los retratos y muchas personas, incluso de una media de 50 años, te dicen que es la primera vez que se los hacen. Me imagino que es por los dispositivos móviles. Tenemos la ventaja de hacernos una foto de cómo queremos que la gente nos vea.

«Que te gastes 12.000 euros en una cámara no quiere decir que hagas una foto mejor. Lo importante es el ojo, el oficio».

¿Se reconocen en ellos?
Les cuesta, pero la experiencia es muy positiva. La figura del retratista se ha perdido y es lo que yo reivindico. Ahora los conceptos han cambiado y es curioso cómo la gente desconoce la fotografía propiamente de estudio.

En su trayectoria ha sido testigo de unos cuantos cambios.
He vivido el cambio de analógico a digital. En mi caso fue progresivo y lo llevé bien. En su momento costó porque para empezar tenías que hacer una inversión bastante importante, con ordenadores. No es que hable de la prehistoria, pero empecé en un estudio con una serie de cámaras, un trípode y una máquina de escribir para hacer facturas. 

«El mar fue la mejor escuela que pude tener. Una sin ventanas, de un azul intenso, que me hizo fuerte y me creó un carácter».

¿Qué es mejor?
No es mejor ni peor. Es una manera de trabajar. Si ahora me encargaran un trabajo en analógico, midiendo con fotómetro, me costaría mucho. Y me ha pasado. De alguna manera, una persona que viene del mundo analógico entiende mejor la fotografía, tiene más experiencia. Es decir, hoy en día hay gente que se dedica a la profesión, que no ha revelado nunca. Una de las políticas que tenemos en el estudio es que aunque hayamos pasado al digital, nuestro tratamiento de imagen, y más cuando trabajamos en blanco y negro, se tiene que parecer lo máximo posible a como lo hacíamos antes. Y esto no deja de ser un hecho diferencial. Aunque en el fondo, analógico o digital es lo de menos. El equipo es necesario, pero crear un relato está en manos de personas.

¿Por qué blanco y negro?
Es un lenguaje. De la misma manera que hablamos catalán o castellano. Depende de los temas, escoges uno u otro. Los retratos, generalmente, me tira más hacerlos en blanco y negro y pienso que la gente también me distingue por ello.

¿En qué fotos ha aguardado más horas hasta tomarla?
En la mayoría. Como fotógrafo sabes cuándo sale el sol y cuándo se esconde. Pero la cámara es un aparato. Que te gastes 12.000 euros en una no quiere decir que hagas una mejor foto. Es absurdo. Hay algo que es muy importante, que es el ojo, el oficio. Eso y saber anticiparte. Por ejemplo, en el retrato se habla de que se roba el alma. No sé si es el alma lo que se roba, pero es que yo también me la dejo. El retrato no deja de ser un diálogo con aquella persona. Lo que sí es cierto es que cuando aprietas el disparador, la soledad te impregna, te sientes muy solo.

¿Por qué?
Puedes estar rodeado de 10, 30 o 40 personas, pero en aquel momento todo depende de ti. Incluso paro la respiración.

Tarragona engancha. Nos tenemos que dar cuenta los tarraconenses y los señores que nos mandan, sean del partido que sean. Tarragona es una ciudad magnífica.

¿Mirar fotografías de hace años es doloroso?
Esta pandemia no ha traído nada bueno, pero a mí me ha permitido mirar atrás. No sé si «doloroso» sería la palabra correcta. Como fotógrafo tienes un archivo amplio y te remueve mucho el pasado. Te hace pensar. Te remueve la conciencia y te genera muchas preguntas. 

¿Alguna vez ha roto alguna?
Durante el confinamiento. No lo he hecho por rabia, sino porque tengo demasiadas.

Destruir obra es también característico del artista.
Destruir para construir. Es lo que hacían los dadaístas. Tienes que ser un poco dadá porque en la vida debes aprender a vaciar. Desaprender para aprender. Y querer aprender. Yo, en cada retrato aprendo más porque reflexiono más. Me gusta la filosofía y ahora leo más que antes. Pero soy un nervio, pienso demasiado y me quiero demasiado las fotos. Querer, a veces, hace daño, aunque no sabría vivir sin hacerlo. 

Como fotógrafo tienes un archivo amplio y te remueve mucho el pasado. Te remueve la conciencia y te genera muchas preguntas.

No necesariamente a una persona...
No. Cuando voy a la Arrabassada  me tengo que parar para hacer una foto. Aún me emociona. Luego la comparto en Twitter. Querer, compartir... Es la base del ser humano. Esto, en 30 años te comporta muchas decepciones, pero querer compensa y es necesario. A la gente que tienes al lado, a tu oficio y a ti mismo. Porque si no estás contento contigo mismo, difícilmente lo estarás con los demás. Difícilmente transmitiré lo que quiero, que es generar preguntas. No se tienen que dar respuestas, sino hacer pensar.

Cuando uno es del Serrallo, lo es para siempre...
Nunca se tiene que renunciar al lugar de origen y se tiene que estar agradecido al lugar que te acoge. En este caso, yo soy originario del Serrallo y me han acogido muy bien en la Part Alta. Y estoy muy a gusto. Pero nunca renuncio a mis raíces serrallenques. Fui pescador, el mar a mí me lo ha dado todo y a mi familia. Yo no tuve la suerte de estudiar fotografía, pero pude ir al mar, cosa que me costó entender. Pero al final, demostró que era la mejor escuela que podía tener. Una escuela sin ventanas, de un azul intenso, que me hizo fuerte, que me ha servido mucho para el oficio que estoy haciendo.

¿Cómo?
Te fortalece y te crea un carácter. Un carácter mediterráneo. Yo siempre he reivindicado la cultura mediterránea. Pienso que nunca se ha hecho lo suficiente por ella. 

Si no estás contento contigo mismo, difícilmente lo estarás con los demás. Difícilmente transmitiré lo que quiero, que es generar preguntas. No se tienen que dar respuestas, sino hacer pensar.

Ha vivido en muchos sitios, aunque siempre ha vuelto.
Tarragona engancha. Nos tenemos que dar cuenta los tarraconenses y los señores que nos mandan, sean del partido que sean. Tarragona es una ciudad magnífica, mira qué litoral tenemos. 

¿La valoramos lo suficiente?
Tampoco nos la han hecho valorar. Sí que tenemos una pasarela y playas, pero aún estamos viviendo un poco de espaldas al mar. Un poco, no digo como antes. Que vayas al Balcó a tocar ferro y mires el mar, no quiere decir que vivas de cara a él. Porque el mar, esa inmensidad, se tiene que entender en muchos aspectos, como culturales o arquitectónicos. Y tenemos algunas plazas que de mediterráneas no tienen nada. Nosotros somos mediterráneos y eso lo llevamos dentro. Cuando empecé en Estados Unidos, me fue muy bien la frescura que le daba a las fotos porque en aquel momento, allí eran muy barrocos.

La luz...
Exacto. Que todo fuera más luminoso. La esencia mediterránea es aprovechar más la luz natural. Y Tarragona es un potencial en visitas culturales. Si tuviéramos un poco más de infraestructuras, que no las tenemos, podría llegar a ser un referente, como mínimo, europeo. 
 

Comentarios
Multimedia Diari