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Scan City Tarraco. Pseudoproyectos. Comienzan a aparecer con la llegada de las elecciones, como Tabacalera 2.0 y el derribo del jardín vertical

19 marzo 2019 06:52 | Actualizado a 19 marzo 2019 06:56
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Hoy, en política, los votos se suman con la libretita de los subvencionados y  patrocinados y la suma de todos los que andan agarrados al sistema con encargos. Antes se le llamaba chupar del bote. Una a una, la suma de cada una de estas cositas es lo que se llama estadística de votantes o intención de voto o voto cautivo. Luego, hay que perseguirla puerta a puerta para refrendar en las urnas esta fidelidad preconcebida. Malogradamente se le llama persuasión, en lugar de seducción y convicción.

Ya no hay política soñadora. Ya no hay un viaje para la ciudadanía. Ya no hay una trayectoria llamada futuro. No hay un largo plazo. Solo existe la inmediatez. Hay un fin para los políticos y para conseguirlo, parece que casi todo vale. En esta ciudad, en política, ya ni se plantean los sueños frente al electorado. Son más bonitas las realidades inmediatas, a modo de tuit, o modo de gran hermano. Se acude a las nuevas tecnologías para saber lo que quiere el votante en el minuto 33, pero no importa lo que necesite una ciudad desde hace años ni a lo que aspira. 

Predominantemente hoy, una gran parte de la sociedad que más que del bienestar se llama del bienvivir pide fiesta. Pide mamadeta y petardos u otros festejos de resultado inmediato: léase paellas populares o barbacoas solidarias o fiestecillas a la fresca. Se cumple que, a más ruido, comilonas y folklore, más votantes.

Ya cerca de elecciones municipales, empiezan a correr pseudoproyectos para esta ciudad. No alcanzan la categoría de sueño porque no tienen ni la talla de mala pesadilla, como la Tabacalera 2.0. Y por ende, aparecen otros sueños de talla corta, derribando jardines verticales que han costado unos 3,3 millones y que el Consistorio no ha querido ni sabido mantener. Y esperen. Habrá más falsos sueños si cabe, y más engañosos, explicados sin ilusión. Yo diría que incluso, se explicaran con incredulidad propia. Y es que en el frenesí del todo vale, no ha hecho más que empezar.

Hace poco, ya ha irrumpido en nuestras mentes el gran proyecto de la pasarela. Ya me manifesté en su día por su desacierto. Pero el suma y sigue es ahora el paseo marítimo. Yo diría ‘mar-y-timo’. No sé si culpar al Ayuntamiento o a la Autoritat Portuària, o a los dos. Pero no me cabe duda de que el tiempo caerá implacable.

«Paseo timoso»
Se me ocurre decir, no sin pensar, que extrañamente ni se sometió a exposición pública en la ciudad. No poco raro. No poco expresivo de que algunos hacen en esta ciudad lo que les place. Y por ello, hoy podemos presumir de un paseo timoso, tramposo, de cemento y cuatro impresentables árboles condenados a muerte por su escasa envergadura e inadecuada disposición. Árboles de todo a cien; ideas de todo a cien (y es de suponer que no son adquiridos en IKEA).

Ahora presumiremos, como presumimos en su día del jardín vertical más grande de Europa), del paseo marítimo más grande del Mediterráneo, el más pavimentado y con menos sombra del mundo. Y por supuesto, sin gusto arquitectónico ni ingenieril. ¿A quién se le ocurre colocar las bicicletas del lado del paseo y no al lado de la valla de Renfe? ¿Por qué no se colocaron muchos árboles densos a modo de barrera del lado de la valla de Renfe, separando los ciclistas de la calzada. Así se hubieran tapado las vías de tren y amortiguado paisajísticamente otras vergüenzas.  Ni diseño. Ni acierto. Ni gloria. Otro paso más en el oscuro pasado de este paseo, con una plataforma que parece llegada del más allá en el 2000, con una pasarela inadecuada que no merece la ciudad en 2018 y con un paseo en 2019 que ha acabado con todas mis ilusiones urbanísticas para una buena temporada. Y es que esta ciudad demuestra que no tiene buenos urbanistas. Triste asistencia a un espectáculo en que me gustaría encontrar a críticos arquitectos e ingenieros reclamando que haya una verdadera proyección internacional de esta ciudad con adecuados gestos arquitectónicos y urbanísticos.

Siento verdadera tristeza como ciudadano llegado a esta ciudad el fin de siglo XX. Entristece la forma en que la poca iniciativa social permite a una determinada clase dirigente de esta ciudad despojarla y destrozarla, proyecto a proyecto, sin ningún control. No se puede hacer y deshacer una ciudad sin antes diseñarla. Y no es con un POUM, que es una herramienta de materialización de una ciudad, sino con las verdaderas ideas de desarrollo de la misma. 

No se puede desmontar algo que ha costado 3,3 millones con fondos europeos para tirarlo a la basura. Y aún así, sigo creyendo que esta ciudad puede emerger. Sigo pensando que esta ciudad puede prosperar y conseguir amarse y respetarse a así misma. Y quizás por ello mi ardua crítica, incluso agresiva y dura es para reclamar un «basta ya» de lo mismo y de los mismos.

Tristeza
Tal vez el legado de Ballesteros sea una anilla olímpica y un mercado de cuyos costes me abstendré de hablar. Quizás, lo más triste en política es regresar a casa una vez concluida una etapa y tener la certeza de que tu ciudad, tu gente, te va a olvidar porque nunca te ha tomado en serio. Debe ser triste pensar que no has tenido al lado o no has sabido escoger a los mejores para la mejor tarea, sino a los que van encima del carro, simplemente porque forman parte del equipo de los aplausos.

Siempre defenderé la dicotomía entre la política y la materialización de la misma. Mientras la política necesita grandes oradores y maestros de la palabra, la materialización de la política necesita grandes técnicos. Y esta ciudad no los ha tenido.

Como he dicho en pequeños círculos, esta por mi querida ciudad, tiene la ocasión pronto de entregar el voto a otros garantes si es que los hay. Pero a mi modo de ver, no se puede hacer política en una ciudad trazando una línea divisoria entre la zona donde invierto (Ponent) y la zona de la que me olvido (Llevant) e irse a casa tan tranquilamente como si no hubiera pasado nada.

¡Que los Dioses nos protejan!
 

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