¿Qué pasa con el Port?

Dos meses sin presidente. Josep Andreu sigue en el cargo pese a que presentó su dimisión a principios de junio. La comparación con Barcelona deja en evidencia al Govern  

23 agosto 2018 09:20 | Actualizado a 23 agosto 2018 09:24
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Reconozco que no fue hasta hace pocos días que tuve la oportunidad de pasar por la nueva pasarela del Miracle, que tras años de reivindicaciones al fin ha logrado lo que hacía más de un siglo que se reclamaba: unir el Balcó del Mediterrani con la playa. Se trata de una obra de máxima importancia, ya que permite acercar el litoral al centro de la ciudad en un trayecto que, a pie, puede hacerse en menos de diez minutos.

Hace algunas semanas tuve la suerte de visitar Gijón. Paseando por su paseo marítimo, las comparaciones con Tarragona fueron inevitables, ya que la localidad asturiana sí que vive de cara al mar, con una gran actividad económica, lúdica y gastronómica que se concentra en ese entorno. Estoy seguro de que la puesta en marcha de la pasarela puede ser un primer paso para ir en la misma linea. 

A día de hoy, sin embargo, se trata de una obra que luce solo a medias. Estoy convencido de que la construcción tomará una mayor relevancia cuando la reforma del paseo sea una realidad y, especialmente, cuando se rehabilite y se transforme el mamotreto del Miracle. Perdón, quería decir la plataforma. Cosas del subconsciente... Será entonces cuando la ciudad tendrá en marcha su fachada marítima a low cost (tomo la frase prestada de la compañera de redacción Núria Riu), en una rehabilitación que está a años luz de la millonada que suponía la propuesta de o bien soterrar las vías del tren o bien desviarlas por el norte de la ciudad. A veces, las opciones más sencillas son también las mejores.  

No sería de justicia negar que el mérito de la transformación que se está llevando a cabo en el frente marítimo ha sido, en gran parte, por la buena relación que han mantenido el Port y el Ayuntamiento de Tarragona a lo largo de los últimos años, con Josep Fèlix Ballesteros (PSC) y Josep Andreu (exCDC) al frente. Esta colaboración, que es la misma que el PDeCAT mantiene en la Diputació de Tarragona y el Consell Comarcal del Tarragonès con los socialistas, ha hecho realidad una inversión de más de tres millones de euros, que se espera que sea una realidad en 2019. 

Pese a todo ello, el Govern ha optado por prescindir de Andreu, quien no se ha afiliado al PDeCAT y que durante todo el procés ha  mantenido una actitud fría con la vía unilateral. Por ello, y después de semanas de rumores, finalmente el presidente de la Autoritat Portuària presentó su dimisión el pasado 6 de junio. Lo hizo siguiendo la célebre frase del periodista José María García, quien siempre dijo que se fue de Televisión Española «cinco minutos antes de que me echaran». 

Todo hacía presagiar que la decisión de la Generalitat de forzar y aceptar el adiós de Andreu era porqué había una alternativa solvente. Pese a ello, han pasado más de dos meses y medio y lo cierto es que Andreu sigue ejerciendo sine die hasta que haya un relevo. Se trata de una situación que me parece sorprendente y lamentable, ya que el Port de Tarragona es uno de los grandes motores económicos de todo el territorio. Improvisar en según qué administraciones me parece contraproducente y, lo más grave, es que hace perder credibilidad al ejecutivo de Quim Torra. 

Además, la situación es aún más evidente si se compara con el Port de Barcelona, donde Mercè Conesa tomó el mando el pasado 1 de julio cuando sustituyó a Sixte Cambra. Una vez más, las comparaciones son odiosas. 

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