Santa Tecla como síntoma de la Tarragona espasmódica

El nuevo éxito de participación demuestra que la ciudad tiene masa crítica para disfrutar de un modelo sostenible de cultura y ocio

25 septiembre 2019 12:30 | Actualizado a 26 septiembre 2019 18:02
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Ayer martes 24 de septiembre concluyó la temporada festiva en Tarragona, tras las celebraciones de Sant Magí en agosto y Santa Tecla en septiembre. El saldo final de estas jornadas muestra aspectos positivos y negativos, aunque para gustos están los colores (en mi caso particular, por ejemplo, no entiendo por qué el nivel acústico de determinados eventos o tradiciones debe sobrepasar sistemáticamente cualquier criterio de racionalidad).

En el apartado positivo, lo más destacable de estas fiestas probablemente sea la enorme implicación de las diferentes entidades en su desarrollo, así como la respuesta masiva del resto de la población que se evidencia todos los años. Por otro lado, en términos generales puede afirmarse que estas celebraciones han discurrido en un ambiente mayoritariamente cívico, sobre todo si las comparamos con otras festividades multitudinarias que a todos nos vienen a la cabeza. Por último, la apertura del protocolo municipal a la ciudadanía, minimizando el tradicional protagonismo de los políticos, puede considerarse un acierto que ha contado con un amplio respaldo popular.

Pero también encontramos varios puntos que pueden considerarse manifiestamente mejorables. Para empezar, seguimos empeñados en proponer un interminable listado de eventos que prioriza la cantidad sobre la calidad. Ciertamente, diseñar un programa de cien páginas resulta ridículo con el presupuesto festivo consignado por el ayuntamiento, salvo que acabemos admitiendo cualquier memez entre sus páginas, una valoración compartida por muchos vecinos.

Por otro lado, la categoría de los principales actos no parece haber estado a la altura de la fiesta mayor de una capital como Tarragona. Concretamente, el nivel medio de las principales propuestas musicales ha sido discutido, y los expertos en fuegos artificiales consideran que el espectáculo del pasado lunes fue muy decepcionante. Pese a todo, el comentario que más se ha repetido por la calles no ha tenido nada que ver con estas cuestiones.

Este año he tenido la suerte de poder acudir al epicentro de las fiestas cada día (bueno, cada noche, lo reconozco) y han sido recurrentes las reflexiones que flotaban en el ambiente, pese a provenir de vecinos con perfiles muy variopintos: ¿Dónde se mete toda esta gente durante el año? ¿Por qué no se reparten estas actividades a lo largo del curso? ¿Cuántas horas faltan para que Tarragona vuelva a ser un muermo?

En efecto, sorprende que una ciudad prácticamente muerta durante el año, estalle de esta forma durante unas pocas semanas del verano. Parece que nos divertimos a toque de corneta: ahora sí toca, ahora no toca. Pero cabe realizar una reflexión en positivo: Tarragona tiene masa crítica de sobra para mantener un nivel notable en cultura y ocio durante todo el año. Ahora corresponde a los expertos analizar qué debe cambiarse para convertir el espasmódico ciclo anual de la ciudad en una realidad sostenible en el tiempo.

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