Joan XXIII: ¡Se han colado payasos en el quirófano!

Sonrisas poderosas. Acompañamos a dos miembros de Pallapupas en el Joan XXIII y descubrimos el poder transformador de su presencia

14 noviembre 2019 09:00 | Actualizado a 14 noviembre 2019 12:00
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Estamos en el pequeño vestuario de personal de los quirófanos de Cirugía Mayor Ambulatoria del Hospital Universitari Joan XXIII con Cristina Parera y Marta Renyer. Mientras se ponen los trajes color verde hospital (que les permitirán moverse por el recinto), comienza la transformación. No se trata de mucha cosa, apenas un gorro colorido aquí y una nariz roja allá, y ya está: aparecen las payasas. De ahora en adelante serán las doctoras Gelocatila y Clavícula.

Es martes, y estamos al inicio de la jornada de estas dos actrices y payasas profesionales para la organización Pallapupas. Gemma, auxiliar de enfermería, hace con ellas un repaso de los niños que van a ser operados esta mañana, las edades, la causa... De propina, Gemma se lleva una carantoña de las doctoras. La joven auxiliar suspira: «Es que me las quiero tanto... Todo cambia cuando vienen».

Justo antes de salir a escena, es decir, antes de que se abra la puerta que les separa de la sala de espera, hacen un juego de manos para entrar en calor. Antes ya han estado planeando cuál será el tema que van a desarrollar hoy (la historia cambia cada semana) y han pensado que van a simular un viaje en avión.

El vuelo de la pequeña Camila

Ya en la sala comienzan a preguntar, por su nombre, por la pequeña Camila. La niña, con una corona de princesa, enseguida se entrega al juego. Su madre, que parece casi más sorprendida que ella, reconocería después que justo antes de que llegaran las payasas estaba llorando.

Casi sin darse cuenta, pasan al sitio donde la pequeña debe cambiar su ropa por la bata del quirófano y ponerse un gorro (sin quitarse la corona, eso sí). Mientras el anestesista explica con todo detalle a la madre lo que cabe esperar, cómo puede ser el despertar... Gelocatila y Clavícula están concentradas en hablar con la princesa Camila.

Llega el momento crítico: la niña tiene que separarse de su madre, pero apenas se da cuenta, va de la mano de Clavícula, que la lleva a la siguiente sorpresa. Hay un pequeño coche eléctrico (donado por Vallvé Seguros) que la pequeña Camila tendrá que pilotar hasta dentro del quirófano.

Gelocatila no se separa de ella en ningún momento. Desde fuera, Clavícula, que no puede entrar porque está embarazada, nos explica que este es otro momento delicado. «Los niños siguen el juego, pero no les engañamos en ningún momento», relata.

Dentro, Gelocatila sigue hablando bajito con ella, se están poniendo de acuerdo sobre cómo decorar la cabina del avión: «Rosa flojo... Y con purpurina», es lo último que dice la niña antes de que le haga efecto la anestesia.

Esto da pie a uno de los pocos momentos de pausa con que cuentan las payasas para comentar la situación. Ambas, además de su amplia formación artística, han pasado por una formación específica de payaso de hospital. Esto implica conocer, por ejemplo, cuáles son las normas en cada zona, con cada paciente y en cada procedimiento.

Este es el único hospital de la demarcación donde trabaja Pallapupas. La ONG se financia a través de donaciones de particulares y empresas.

Una bomba en la sala

Vuelta a la carga. Ahora toca liarla un poco en la sala de espera, donde también se encuentran los adultos que aguardan a ser operados y sus acompañantes. Nada más verlas, un niño de unos once años les suelta: «A mí no me gustan los payasos», a lo que Gelocatila le responde: «A mí tampoco».

Un señor mayor, al poco bautizado como ‘bigotitos’, se convierte en el centro del juego. Al principio serio –está esperando a que le llamen–, termina entrando al trapo y dice que hay que tener cuidado, que en la maleta que lleva hay una bomba. A estas alturas todos están entre la risa y el asombro, especialmente el niño al que no le gustan los payasos.

La rueda continúa, Camila sale del quirófano como entró, en el cochecito eléctrico, mientras el que se prepara para el paseo es el pequeño Ilyas. Otro niño que ha salido de la anestesia llora desesperado, las payasas intentan distraerle, pero su trabajo también consiste en saber hasta dónde llegar. «Ahora lo que necesita son los brazos de su madre», señalan.

Dejamos a las payasas cambiándose para ir a ver a los niños que están ingresados. La mañana es intensa, pero el ambiente se ha transformado. Hasta el martes que viene.

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