Sonsoles Ónega: «Vivir consiste en caerse y levantarse de nuevo»

La periodista presenta Mil besos prohibidos, una novela llena de sensibilidad y contrastes en la que el pasado vuelve a abrir las heridas de sus protagonistas para reconducir su destino

03 julio 2020 12:45 | Actualizado a 03 julio 2020 13:43
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Sonsoles Ónega (Madrid, 1977) es periodista y escritora. En CNN+ y Cuatro hizo crónica de tribunales y desde 2008 hasta 2018 fue la corresponsal parlamentaria de Informativos Tele5. Desde junio de 2018 presenta el programa Ya es mediodía en Tele5. Y este verano se ha puesto al frente del reality show La casa fuerte. Autora de cinco novelas, Mil besos prohibidos (Editorial Planeta) es su última obra. Una inolvidable historia de amor entre una mujer marcada por la pérdida y un sacerdote en crisis.

El título va acorde con los tiempos ¿ha retomado los besos tras el confinamiento?
He recuperado algún beso prohibido y furtivo a mi abuela de 94 años… Pero con mascarilla, aunque no saben igual. Y los necesarios achuchones a mis hijos. 

¿Los ha echado de menos?
Mucho. Soy besucona y de abrazar. Así que me sigue costando mucho esta nueva normalidad. Qué poco me gusta el título que le han puesto a nuestras vidas post Covid.

¿Es cierto que ‘Mil besos prohibidos’ refleja sus inquietudes?
Es mi novela más personal. He volcado preocupaciones y reflexiones sobre los tiempos que nos ha tocado vivir. También recupero una historia de amor interrumpido que siempre me había rondado.

El reseteo que hemos hecho debería servirnos para mejorar todo eso que se ha demostrado falible


¿El amor de juventud no se puede borrar?
Queda anclado en la memoria. No necesariamente nos tiene que perseguir de manera obsesiva, pero todos recordamos esa primera vez. 

¿Tiene alguno?
Me acuerdo del primer novio, si es que se le podía llamar novio, y de esas primeras emociones. Y me acuerdo también de que yo creía, con toda la ingenuidad de la juventud, que no habría ninguno más después de él.

Doña Rosalía pierde la memoria. Está además en un centro de ancianos. Una imagen que es inevitable relacionar con esta pandemia.
Sin duda. Las residencias, un escenario importante en la novela, no estaban en el punto de mira y con la pandemia han adquirido una dimensión inadvertida hasta ahora. Ojalá todo esto sirva para cuestionarse si están del todo preparadas para ofrecer a nuestros mayores un hogar.

 
¿Deberíamos poder decidir el final de nuestra vida?
Creo que es una asignatura pendiente y que también ha llegado el momento de asumir el compromiso de legislarlo. Sería importante que se hiciera desde el consenso e incorporando todos los matices ideológicos que existen. 

¿Cree que tras la Covid-19 se valorarán más las cosas importantes?
Ojalá así fuera. El reseteo que hemos hecho debería servirnos para mejorar todo eso que se ha demostrado falible. Desde la manera en la que cuidamos a nuestros mayores, hasta la preparación de los hospitales y de los profesionales de la sanidad para hacer frente a una tragedia de estas magnitudes.

¿Han cambiado sus prioridades?
Me ha cambiado la percepción del futuro. Siempre he creído que debemos aprovechar al máximo cada minuto de nuestra vida, pero ahora pienso que además no podemos creernos las promesas de longevidad que nos habíamos hecho como generación. 

Creo que el poder decidir el final de nuestra vida es una asignatura pendiente. Y que también ha llegado el momento de asumir el compromiso de legislarlo
 

Costanza y Mauro luchan contra sus propias pasiones. ¿Actuamos por  nosotros mismos o como la sociedad impone?
La sociedad impone sus reglas. Eso es así, pero al final debemos actuar como nosotros sintamos. Si no, estaríamos todos cortados por el mismo patrón de lo establecido. La vida sería monocolor. Un aburrimiento.

Ha escogido usted un sacerdote ¿Deberían poder compartir su vida con otra persona, enamorarse?
He escogido un personaje que ha contraído matrimonio con Dios y no hay, en principio, nada más sólido. Hasta que ocurre lo inesperado… La irrupción de un amor no resuelto agrieta su fe. Las normas de la Iglesia son las que son y el sacerdote que se ordena lo hace libremente, así que es una elección, no una obligación. 

¿Cree en las segundas oportunidades?
Absolutamente. Es más, todo el mundo debería tener derecho a ellas. En eso consiste vivir, en caerse y levantarse de nuevo. En equivocarse. Y en aprender de los errores. 

La literatura tiene un compromiso con su tiempo y el periodismo ejerce de notaría abierta las 24 horas


No se ha podido zafar de su faceta de periodista.
No puedo ni quiero. Al revés. La literatura tiene un compromiso con su tiempo. El periodismo ejerce de notaría abierta veinticuatro horas y los libros, además, nos permiten recrear todo eso que no cabe en una crónica. 

Tiene para todos. Iglesia, crítica política y social, ¿Hacia dónde deberíamos ir como sociedad?
Deberíamos exigir consenso. Reivindicarlo en las calles y en las plazas. Sería la primera en sumarme a una manifestación que lo pidiera. No creo que el ciudadano penalizara el acuerdo. Al revés, sería un buen antídoto contra la peligrosa desafección.

¿Escritora o presentadora?
Las dos parcelas se complementan y me complementan. Estoy enamorada de lo que hago en casa, cuando me encierro a escribir, y en la tele cuando arrancamos Ya es Mediodía. 

Ojalá la pandemia sirva para cuestionarse si las residencias están del todo preparadas para ofrecer a nuestros mayores un hogar

¿Volvería a las crónicas parlamentarias con las que empezó?
Si tuviera que hacerlo, lo haría con agrado porque me marché del Congreso sin pedirlo así que volvería si me lo pidieran.

Pasa de la actualidad a un reality, ¿Qué le atrae de ‘La casa fuerte’?
La oportunidad de explorar un formato nuevo, distinto y del que espero aprender desde el primer día hasta el último. 

¿Participaría en uno?
(Risas) No me veo. 

¿Por qué cree que enganchan tanto?
Porque entretienen y porque permiten al espectador desconectar de sus problemas y de su rutina. 

Si tuviera una caja fuerte repleta de dinero, ¿en qué lo utilizaría?
Firmaría un documento para que mis hijos dispusieran de él cuando cumplieran dieciocho años. ¡Qué tranquilidad me daría!

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