Tarragona importa religiosos

La crisis de vocaciones también afecta a Tarragona. Dos comunidades se hallan integradas exclusivamente por religiosos extranjeros: unos, llegados de Brasil; los otros, de India

30 julio 2017 17:25 | Actualizado a 30 julio 2017 17:29
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La fe está en crisis por estos lares. Por ello algunas iglesias han recurrido a comunidades extranjeras para llevar adelante sus actividades parroquiales. Son los casos de la Esglèsia del Carme, en la calle Assalt, donde todos los padres son de la India, o el de la Esglèsia Sant Antoni de Pàdua, de la comunidad de los capuchinos, en que todos los consagrados son de Brasil. 

En la comunidad de los carmelitas, el prior, el padre Lean Jude, cree que «hace 40 años que en Europa es difícil encontrar fe en la familia; los padres ya no quieren enviar a los niños a la iglesia, prefieren otros oficios, como médicos o abogados».

Antes de que llegara el prior y los otros padres que forman la comunidad, se encontraba solo a cargo del convento y la capilla de la Verge del Carme el padre Pere Martorell, pero falleció. Y así es como llegó el padre Jude a Tarragona, después de haber pasado cuatro años en Italia. Jude insiste en que hay crisis en toda Europa y que en Asia o Sudamérica hay más vocaciones.

El carmelita admite alegre que la comunidad local les recibió «muy contenta» y que los carmelitas «hacen muy buena formación con la gente». Jude afirma que «las personas van con devoción a la Virgen del Carmen y asegura que su iglesia se llena». Pero se llena sobre todo de gente mayor. Reconoce que tal vez ello se deba a que no hacen actividades parroquiales que impliquen a gente joven, como comuniones y bautizos, pero lo que sí hacen es «guiar a la gente a meditar y orar». 

El prior explica que como no había suficientes padres en la ciudad tuvieron que llamarles a ellos, pero esa no es la opinión del sacerdote Norbert Miracle, decano del Seminari Interdiocesà. Miracle asegura que los curas que vienen de otros países no lo hacen porque aquí falte gente, sino que «son ellos los que piden venir». O al menos eso afirma respecto a la comunidad brasileña de los capuchinos, en la Rambla Nova. Pero ellos mismo no están de acuerdo.

Evangelizar en la calle

La comunidad brasileña de los capuchinos está a cargo de la iglesia desde junio de 2015, invitados por monseñor Jaume Pujol, arzobispo de Tarragona. Los capuchinos que había anteriormente se marcharon a Barcelona y la iglesia quedó vacía. 

El consagrado José, administrador de la Esglèsia Sant Antoni de Pàdua, entiende su centro como «un lugar de evangelización y para hacer actividades de misión». Asegura que su carisma radica en «poner el foco en los jóvenes y las familias». Un elemento curioso que posee esta iglesia es que hacen evangelización en la calle. Dentro de la iglesia hacen una actividad cantando y alabando y un equipo de dos sale a la calle para invitar a la gente a unirse a ellos. 

En la comunidad son un total de cinco personas, cuatro consagrados y un cura, quien oficia las misas. José tiene una forma muy peculiar de explicar sus inicios en la ciudad. Dice que en Brasil comenzaron «porque los europeos nos llevaron la fe» y ahora que hay falta de vocaciones aquí él lo ve «como una retribución». Dice que la falta de fe no es un problema europeo, sino mundial. 

‘Hablar el idioma que hablan los fieles es muy importante, pero el desafío es saber cómo piensan’

Al preguntarles cómo les ha acogido la ciudad de Tarragona, aseguran que «viene mucha gente, sobre todo en fin de semana», y especifican que son una comunidad grande de catalanes, así como personas de otras zonas del Estado y latinoamericanos.

Para José, lo prioritario al llegar a un lugar diferente es aprender el idioma. Por ello, «aprendemos tanto catalán como castellano para acercarnos a las personas». Según él, «hablar el idioma que la persona habla es muy importante. Pero el mayor desafío no es el idioma, la comida o el clima; es la mentalidad. El mayor desafío es entender cómo piensa un europeo».

A pesar de ello, asegura que las personas del Estado español y los brasileños se parecen «en la alegría, en las ganas de vivir y en la simplicidad».

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