Tarragona: la muerte de un kiosco

Urbanismo. El actual alcalde, Pau Ricomà, dejará como legado haber permitido la desaparición de un símbolo de Tarragona

02 octubre 2021 20:20 | Actualizado a 03 octubre 2021 06:22
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La muerte del kiosco. No es el título de una novela cutre ni el de una infumable película de la tarde de los sábados. Pero podría ser ambas cosas protagonizadas por ‘expertos’ empecinados en sus urbanísticos legajos o con unos jefes políticos que olvidan la historia. No. Es el legado que dejará nuestro actual alcalde, Pau Ricomà.

Tarragona ha tenido solo cuatro alcaldes en los últimos 42 años (desde las primeras elecciones municipales democráticas del 3 de abril de 1979). Y, al menos hasta ahora, el que va a dejar una más paupérrima herencia es Ricomà. Le conozco desde hace años (cuando Pau era sindicalista en la extinta Caixa Tarragona) y le tengo aprecio y respeto personal, pero su gestión deja mucho, demasiado, que desear. Lástima.

El socialista Josep Maria Recasens apostó por los barrios y les devolvió la dignidad que merecían y merecen.

El convergente Joan Miquel Nadal supo elevar la autoestima de los tarraconenses frente a nuestros vecinos de Reus. Impulsó el urbanismo de Tarragona, con la prolongación de la Rambla y la llegada de El Corte Inglés, entre otros hitos. Eso sí, no olvidemos el fiasco del parking Jaume I que horadó las arcas municipales.

A su sucesor, el socialista Josep Fèlix Ballesteros, se le tildó de demasiado bonachón. Todo periodista, político, comerciante, vecino... con el que hablé me decía «Pep Fèlix me cae muy bien, pero...». Peros aparte, Ballesteros colocó a Tarragona en el mapa internacional gracias a los cuestionados Juegos del Mediterráneos. Más allá de la buena (o mala) fama que supusieron a Tarragona, hay un legado palpable: el polideportivo de Campclar.

¿Y Ricomà? Llegó a la alcaldía sin ganar las elecciones. Como en su día Nadal, que accedió por primera vez al poder gracias a una moción de censura. Es la democracia. No hay problema, claro, pero Ricomà no fue la opción mayoritaria de los tarraconenses. ¿Y qué ha hecho hasta ahora? Aparte de afrontar la pandemia de coronavirus (que ya es mucho), habilitar una playa para perros en el Miracle. ¿Algo más?

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(Me disculpará el lector pero estoy pensando)... (sigo pensando)... Es que es muy complicado encontrar algo...

¡Ya! Dejar que los patinetes se apoderen de la ciudad, no hacer (casi) nada para evitar los botellones y, a ver qué más... ¡Exacto! permitir que el kiosco de la Plaça Imperial Tarraco sea eliminado para construir un carril bici. La idea cuenta con el beneplácito del todopoderoso concejal de Territori Xavier Puig y del edil de este-sillón-es-mío-y-no-lo-dejo-pase-lo que-pase (perdón, quiero decir de Patrimonio), Hermán Pinedo.

El 8 de octubre será el día en que muera un pedazo de historia de Tarragona y se derribe, si el sentido común no lo impide, el kiosco. Será el triunfo de los modernetes patineteadictos frente a la inmensa mayoría de los tarraconenses que ama y quiere conservar sus tradiciones ya sean festivas o físicas como el kiosco.

No hace falta decirlo, pero para dejarlo claro lo especifico: no se trata de cometer la más mínima irregularidad urbanística sino de adaptar una buena idea (una movilidad más ecológica) a la realidad, no al revés. Pero como dijo Groucho Marx, «la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnostico falso, y aplicar después los remedios equivocados».

Aún confío en que quien haya dibujado el plano del carril bici lo modifique ligeramente y esquive el kiosco. ¿Tan complicado es mover el carril bici apenas unos metros? Si se quiere, se puede. Otra cosa es empecinarse en cargarse el kiosco. ¿Por qué?

Mientras tanto, a la espera de que se produzca el milagro y los políticos tengan un poco (un poquito, nada más) de sensibilidad y no se guíen por sus filias bici-carrilísticas, sugiero formas de convencer al gobierno municipal para que salven el kiosco. Un poco de humor en tan dolorosa e injusta pérdida no va mal.

1.- Argumento para todo el ejecutivo local. Declarar al entorno del kiosco zona botellonera. Así se hará la vista gorda. Aunque moleste a los vecinos.

2.- Argumento para ERC. Instalar junto al kiosco una mesa, al estilo de aquellas de la Cruz Roja a cuyo lado las señoras pedían con una huchita, pero no para solicitar colaboración pecunaria, no. Le podríamos colocar un cartelito que ponga «mesa de diálogo». Así seguro que nuestro alcalde republicano bendeciría y respetaría el kiosco y su mesa.

3.- Argumento para Junts (o como se autodenominen esta semana). Instalar una placa en el kiosco que rece: «Aquí estuvo Puigdemont». Aunque no sea verdad. Igual cuela. Por cierto, ¿por qué Didac Nadal, que tanto presume de defender el comercio local, no apoya a un establecimiento con medio siglo de antigüedad?

4a.- Argumento para Hermán Pinedo. Rodear el kiosco de un trozo de muralla. No importa que esté agujerada por los anclajes de un andamio. A ver si así Pinedo se identifica con la chapuza.

4b.- Otro argumento para Pinedo. Instalar una tele que emita en bucle aquella legendaria escena de ‘Verano Azul’ en la que los chavales cantan «del barco de Chanquete no nos moverán». Seguro que Hermán la tararea: «del cargo no me moverán».

5.- Argumento para la CUP. En un kiosco se compran periódicos y revistas. Sirven para hacer unas cosas tan antisistema y revolucionarias como leer en papel y no en el móvil e informarte fuera de las redes sociales.

En fin, ‘humor’ aparte, dejar morir el kiosco es un crimen. Sí. No llamo a nadie criminal, ojo, sino aludo a la segunda acepción de la RAE para definir crimen: «Acción indebida o reprensible».

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