Tarragona ninguneada

Sin trenes en la costa ni AVE ‘low cost’. Con químicas y nucleares. La lista de agravios de la provincia es larga. Las causas son falta de unidad, poca visión global y escaso poder político

25 enero 2020 19:00 | Actualizado a 27 enero 2020 11:29
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Aquella clásica reivindicación de Teruel Existe, que prosperó hasta el punto de ser decisiva en la configuración (por fin) de un Gobierno en España, ponía los focos en una provincia maltratada. Tarragona también comparte ese sentir, al menos según las opiniones manifestadas por buena parte de los agentes económicos y sociales locales.

La pérdida de servicios en estaciones costeras, a raíz de la reciente entrada en funcionamiento del Corredor, es el último agravio de una larga lista acumulada en los últimos años. «No se está ejerciendo como territorio toda la potencialidad de la demarcación. No capitalizamos este poder», explica Joan Llort, secretario general de UGT en las comarcas tarraconenses.

Llort, como otros, es muy crítico, y no tarda en asumir culpabilidades: «Planificamos las cosas a corto plazo y no tenemos la visión de programar las cosas con una mirada larga». El responsable sindical pone un ejemplo: «Cuando hablamos del Camp de Tarragona, parece que solo nos centremos en el Baix Camp y en el Tarragonès, y nos olvidamos de las otras cuatro comarcas. Nos miramos demasiado el ombligo, no sabemos ir unidos y trabajar hacia el futuro».

Tarragona se sume así en un lamento constante por las oportunidades perdidas pero también por la baja autoestima. A eso se añade la sensación, también recurrente, de ser el vertedero de Catalunya a nivel industrial, un discurso reflotado estos días tras la explosión de Iqoxe, que ha reabierto el debate sobre el futuro de la petroquímica y sobre la gestión de los protocolos de emergencias. No ayuda tampoco cobijar a las tres centrales nucleares que funcionan en Catalunya.

La batalla Tarragona-Reus

Bajo ese magma, subyacen factores como la ausencia de un relato unitario y ambicioso o ese ultralocalismo demostrado en las llamadas ‘batallas de campanar’. La histórica pugna Tarragona-Reus o esa ubicación en tierra de nadie de la estación del AVE del Camp de Tarragona –una localización que a todos disgusta– son claros ejemplos. Es la misma estación que, de momento, no va a disfrutar de los trenes ‘low cost’ de alta velocidad desplegados por Renfe. El esperado servicio, que en abril se pone en marcha con el trayecto Barcelona-Madrid, pasa de largo en la provincia.

El sentimiento de menosprecio ha abundado también estos días. «No sabemos querer el propio territorio y tenemos las consecuencias. Un aeropuerto infrautilizado, redes viarias que piden más comunicación interna y entre capitales de comarca», dice Joan Llort. Mercè Puig, su homóloga en CCOO, concreta un poco más en lo que falla: «No hemos sido capaces de hacer escuchar las reivindicaciones. Falla algo a nivel de administración pública. Creo que los políticos del territorio lo intentan, quieren poner de su parte, pero a veces llegan tarde. Se ponen a ello cuando las cosas ya se han aprobado en Barcelona o en Madrid».

Desde la patronal, Josep Antoni Belmonte, presidente de la Cepta, hace un diagnóstico peculiar: «Tarragona es una plaza especial, es un fenómeno extraño. No hay manera de que salgamos adelante». Luego intenta arrojar más luz y apunta una de las claves: «Lo que está claro es que los representantes políticos de Tarragona mandan poco, porque mandan las centrales. Si no, algunas de las cosas que pasan no sucederían».

De la misma opinión es Diego Reyes, presidente de la asociación de promotores inmobiliarios del Tarragonès: «Eso del área metropolitana es una mentira. Todo se piensa para Barcelona y Tarragona es una olvidada en ese sentido, en muchas inversiones. Como los políticos dependen de sus partidos, no hay autonomía política, así que calla todo el mundo. No hay una defensa activa». Para algunos, falta un lobby territorial con intereses conjuntos y suficiente potencia, además de liderazgos con visión.

Reyes denuncia «una hipocresía de dirigentes que opinan políticamente lo que les beneficia en cada momento, sin mirar a largo plazo», y añade, como crítica: «Históricamente, en el gallinero hay mucha voz que habla y poca que manda. Estamos dirigidos por la política de más alto nivel. Los políticos de aquí no nos defienden adecuadamente y pasa lo que pasa. Hacen falta unos dirigentes más autónomos. Lo que nos lastra desde siempre es la obediencia al partido».

Parecida reflexión ofrece Jordi Ciuraneta, presidente de la patronal Pimec en Tarragona: «Creo que lo bueno y lo malo de lo que nos pasa es culpa nuestra, de la sociedad en general». Para Ciuraneta, la situación de agravio es clara: «Nos estamos quedando atrás. La segunda área metropolitana no se merece esto». ¿Por qué sucede? Ciuraneta responde con una teoría: «Me da la sensación de que hay demasiado sucursalismo, desde el mundo político y asociativo. Hay que pensar si queremos ser sede o sucursal. Tengo la impresión de que no hay un proyecto como región. Falta una organización clara con un plan». Ciuraneta, como otros, cree que el origen de los desequilibrios respecto a otras regiones hay que buscarlo en la propia casa: «Hay que entonar el ‘mea culpa’. Nos quejamos de que los políticos no nos representan bien. Yo creo que salen de la sociedad y son un reflejo de nosotros». Resume todas estas cuitas en una cuestión. «Tenemos que vehicular todas estas fuerzas, que sí están. Hay que proyectarse pero, sobre todo, hay que preguntarse qué queremos ser», dice en alusión a esa falta de relato o discurso.

«¿Qué hemos hecho mal?»

Llort aboga por fomentar una proyección a largo plazo y asumir responsabilidades: «Lo de la pérdida de los trenes de la costa ya se sabía desde hace tiempo que pasaría. Ahora nos lamentamos, pero habrá que preguntarse qué hemos hecho mal nosotros y luego buscar soluciones. Si tenemos una estación que no está en el centro, ¿por qué no mejoramos la comunicación con lanzaderas?».

Hay visiones, sin embargo, que son más esperanzadoras. «Yo no soy tan pesimista, creo que sí se están consiguiendo cosas. Quizás hace un tiempo sí que fue así, pero ahora no», diagnostica Laura Roigé, presidenta de la Cambra de Comerç de Tarragona. Desde la cámara de Reus, su presidente, Jordi Just, es contundente al hablar de «desbarajuste ferroviario» y reclaman «que nos tengan en cuenta en materia de infraestructuras».

Just, como otras voces, reclama una unidad que parece no ejercerse, también desde el punto de vista ferroviario: «Es una vergüenza lo que pasa con los trenes. En el Camp de Tarragona, por ejemplo, pedimos la estación intermodal. Que la hagan donde quieran, pero que la hagan. ¿Han pensado en la rentabilidad económica que tendría?». Just cree que «es de sentido común trabajar todos a una», precisamente una de las carencias. En ello también coinciden los expertos. «No hay visión del entorno; o, más bien, mucha miopía, que hace solo ver y preocuparse por lo que se encuentra delante y solo cuando se topa con ello», cuenta Josep Oliveras, catedrático emérito y profesor de geografía en la URV. Oliveras zanja: «Aquí lo que hay es una aglomeración urbana, sin coordinación ni autoridad ni competencias. Hablar de área metropolitana es hablar en abstracto, sin contenido real».

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