Tarragona suena a trap, la música de los millenials

La música urbana, una mezcla de rap y reggaetón que habla de sexo, drogas y gangsterismo, arrasa entre millennials a base de 'egotrip' y autotune. En la provincia hay ‘movida’

03 septiembre 2018 08:45 | Actualizado a 03 septiembre 2018 09:14
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Tienen nombres como Malamute, Char Nego, Katagi, Dlete o Zomb91 y forman parte de la cultura trap en Tarragona o, más bien, de lo que se denomina música urbana, una etiqueta más amplia para clasificar a esta ‘movida’ en auge. Antes que nada, hay que poner en antecedentes: el trap, un subgénero ligado al hip hop y al rap y nacido en los 90, vive una eclosión tras pasar de la marginalidad al mainstream a rebufo de algunos nombres mediáticos.  

¿Pero qué es exactamente el trap? Básicamente lo que escuchan los chavales (jovencísimos, desde los 15 hasta los 30) en el parque con el móvil conectado a los altavoces. Es una vía de expresión que bebe del reggaetón, mezclado con el acento andaluz, el ‘spanglish’ o la jerga latina y que relata la vida, a veces cruda, en el extrarradio. «En el trap se habla de drogas, de la realidad de la calle, pero a mí me gusta explicar más la tristeza y ahondar en la denuncia social. Es decir: la gente se droga porque en realidad está triste», explica Katagi, miembro de Sadyans, una banda con chavales de Reus, Cambrils y Bonavista. 

No es el trap una música cómoda, mucho menos para un público adulto que ve, en este caso, cómo la brecha generacional se ha ampliado hasta ser insalvable. Explícito y sin eufemismos, tampoco escapa el género a la polémica. En sus temas cantados se incluye la apología del consumo de drogas, la glamurización del gangsterismo o la cosificación de la mujer, a veces presentada como un trofeo. 

Amor, desamor y ‘egotrip’ 
Hay quien se desmarca de todo eso. «Yo tengo un límite, aunque pueda hacer un tema más salido de tono. Me gusta hablar más del amor o del desamor, o esa reivindicación de que lo mío es mejor. Hay una parte importante de ‘egotrip’. De todas formas, hay gente que usa un personaje, una especie de licencia para explicar algo un poco más fuerte», cuenta Malamute, músico de Reus, que junto a Char Nego, otro exponente del estilo, forman Clandestino. «No me cierro a nada, y eso es la música urbana. No pongo límites en esto, ya suene a trap, a rap, a salsa o incluso a rock», dice Malamute. 

«Es un mundo que está muy de moda. Mucha gente escucha esta música. Yo tengo claro que no hace falta estar vendiendo droga para hacer trap. El trap también es pobreza, tristeza… son muchas sensaciones. En el grupo somos bastante antidrogas y en mis letras nunca denigro a la mujer», se defiende Katagi, de Sadyans.

 

Nombres icónicos –y ya populares– en España como Yung Beef, Bad Gyal, Dellafuente o C. Tangana han jugado a eso, a la vez en que han colaborado a difundir el género, ya casi convertido en tribu. «Hay letras que no me llego a creer, porque no las veo tan reales. Creo que hay mucha pose. El trap es buscarse la vida como puedas. Yo conozco esa vida más marginal y creo que hay que meter algo que tú hayas experimentado, que hayas vivido de cerca», narra Char Nego, otro músico de Reus que está preparando una mixtape. Es otro de los conceptos de este universo y no es más que una recopilación de varias canciones, una especie de EP. 

La otra señal de identidad, no menos controvertida, es el uso y abuso del autotune, un distorsionador de la voz en principio diseñado para ayudar a afinar pero que en este caso ‘robotiza’ y se ha convertido en una marca de la casa. «Siempre va a haber discordia. Tengo pocos temas sin autotune, porque es algo que le da un rollo especial. Te encuentras con mucha gente que no lo entiende, que no termina de asumirlo, que a lo mejor la letra le atrae pero luego lo escuchan y le echa para atrás», asegura Malamute. 

Este reusense de 31 años está colaborando en su próximo disco con Dlete, un dj y productor local que ha conseguido ganarse la vida con la música. «Me dedico a pinchar y luego soy productor musical. Hago tanto trap como rap o incluso música electrónica», explica este dj, que viene de una residencia en un club de Toulouse (Francia), aunque ha pinchado en lugares como Pacha La Pineda o Razzmatazz, en Barcelona. 

Él tiene su particular visión del panorama: «Está bien que toda la música urbana se difunda con nombres que tiran del carro. Quizás un chavalillo de 10 años se pone a escuchar a C. Tangana, porque es lo que le llega, y eso le sirve para empezar a investigar en y descubrir otra cosa. Lo mismo pasó con Eminem. Hubo un boom mundial en el rap y eso nos llevó a interesarnos por otras cosas».

Dlete también sale al paso de las controversias más recurrentes: «Veo bien que te digas que te drogas en tus canciones o que seas un machista. Lo veo bien si eso es real. Si eres un camello y lo quieres decir, dilo, no me parece mal, aunque yo no me voy a sentir identificado con eso. Creo que hay mucho postureo, más de la cuenta». 

Desde Valls, Zomb91, de 27 años, se define como «un rapero que también acabó haciendo trap»: «Una cosa llevó a la otra. Yo empecé en la música a los 15 años porque hacía grafitis. Empecé a grabar maquetas. Quería expresar mi disconformidad con los problemas, denunciar lo que veo mal». 

Zomb91 cree que el trap ha sido la evolución del R&B, el rap y el pop. Considera que la difusión mediática en aumento es un arma de doble filo: «La popularización ha permitido que muchos artistas que eran hasta ahora del mundo underground, también procedentes de la escena latina, han podido sonar en la radio. Pero eso también lleva a que la gente se autocensure porque el objetivo de todos ahora es que te pinchen. Eso está cambiando el género». 

El vallense, que está preparando sus próximos temas, se desmarca también de las acusaciones más comunes al estilo: «Soy bastante transparente. Nunca he estado a favor de esa cosificación de la mujer ni de las drogas. Evidentemente, todos hemos salido de fiesta y hemos estado con mujeres, y lo puedo usar en alguna canción pero no voy a convertir eso en la parte principal de mi música». 

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