Tarragona ya no se fía de la química

El accidente de Iqoxe cambia el chip y despierta a unos vecinos que han perdido confianza en un sector que da prosperidad y dinero: «Nada será igual. Tenemos que exigir mucho más»

19 enero 2020 11:05 | Actualizado a 19 enero 2020 15:17
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«Yo ya no confío, ni en la industria ni en lo que puedan decir sus directivos», asesta Antoni Peco, vecino de La Floresta. Expone un cierto sentir de que algo ha cambiado en los barrios de Ponent y en toda Tarragona con la explosión de Iqoxe. «Habrá un antes y un después. Es un punto de inflexión que debe servir para reflexionar», cuenta Cristina Berrio, presidenta de la Associació de Veïns de El Pilar. 

Con la catástrofe de Iqoxe, la antigua y conocida IQA, pero también con lo sucedido el año pasado en Miasa, parece haberse despedazado también ese pacto tácito que mantenía una convivencia más o menos calmada entre la ciudad y las fábricas. Criticar a la química tenía hasta hace cierto tiempo algo de tabú, porque nadie niega el imbatible bienestar derivado de medio siglo de químicas en la periferia. «Aquí la gente se ha ganado muy bien la vida. Entrar en la química era algo deseado por muchos, porque siempre ha habido buenos sueldos, en comparación con otros sectores», reconoce Antonio García, vecino de Torreforta. Sueldos de, al menos, 2.500 euros mensuales y jubilaciones que rondan los 2.000. Entre los años 60 y 70 fueron alternativas suculentísimas para el futuro poco esperanzador que les esperaba a miles de andaluces o extremeños, pero también de otras regiones de España. «En mi pueblo, en Córdoba, solo tenía dedicarme al campo. Aquí llegué y pronto pude acceder a buen sueldo», cuenta un vecino.

«Pedimos más seguridad»

Las empresas, además, contribuían al crecimiento urbanístico. Los bloques de la propia IQA levantados en la calle Amposta de Torreforta y destinados a empleados son un ejemplo. Todos coinciden en que esto ha sido un toque de atención para exigir, de entrada, más seguridad. «Antiguamente nos invitaban a los vecinos a la fábrica cuando se había incorporado alguna maquinaria nueva y te explicaban qué era y cómo funcionaba. Ahora ya no. No estamos en contra de las fábricas. Queremos más seguridad y mejor información», explica María Dolores Ocaña, responsable de la asociación vecinal La Cuarta de Campclar. «Claro que muchos viven de esto. Lo único que pedimos es trabajar con seguridad y que alguien asuma las responsabilidades de lo ocurrido», dice Ramón López, desde Bonavista. El discurso de entidades ecologistas, pero también la necesidad de un estudio riguroso e independiente de la calidad del aire parecen calar cada vez más en ciertas capas ciudadanas. 

Durante medio siglo las fábricas han dado sueldos de más de 2.500 euros y jubilaciones de 2.000

«Después de mucho tiempo hemos vuelto a tener miedo», admite Alfonso López, presidente de la Federació d’Associacions de Veïns de Tarragona, que incide en la situación de cierta dejadez en la que se ha incurrido: «Desde el atentado del rack, en 1987, no hemos aprendido nada. No ha habido momentos difíciles, más allá de preguntarnos de dónde venía el humo. Nadie ha hecho nada porque no ha habido ninguna gran emergencia. Solo han sido sustos, pero ahora se ha visto que algo falla y algo hay que hacer». 

Antoni Peco insiste en esa línea: «No puede continuar todo igual. Las cosas tienen que cambiar». Sobrevuela la idea, además, de que en este tiempo también han cambiado las condiciones, que la situación ahora es diferente. «Los vecinos dicen que lo veían venir, que se hace poco mantenimiento, que hay gente poco cualificada y que en algunas fábricas hace muchos años que se necesita más inversión», denuncia Peco. 

«Yo ya no confío ni en la industria química ni en lo que puedan decir sus directivos», explica Antoni Peco vecino de La Floresta

En el Nou Centre, como también se conoce a la plaza García Lorca, donde se ubica el piso siniestrado en el que falleció un vecino por el impacto de una placa disparada, se cuentan también algunos relatos de precariedad y prácticas dudosas: falta de personal en la fábrica y producción al límite. El debate es claro: ¿beneficios a cambio de riesgos? «Hay que aprender a convivir con ello», dice Berrio, que defiende a una ciudadanía que «ha sido siempre consciente de lo que tiene alrededor». Peco reclama transparencia y revertir «los recortes que se hicieron en todos los sectores, también en la química», pero va más allá en el discurso: «No estoy de acuerdo con el argumento de que da trabajo. Lleida y Girona no tienen químicas y el paro es menor que aquí. Si no hubiera fábricas, nos dedicaríamos a otra cosa». 

Úrsula Marín, presidenta de la asociación de vecinos progresista de Torreforta, espera que «todo cambie a partir de ahora» con algunos métodos: «Creemos que en casos así más vale prevenir con un confinamiento. No podemos estar casi una hora sin saber. También sería bueno un sistema de SMS y volver a refrescar los protocolos de lo que hay que hacer». Úrsula no cree que el accidente haya mermado la confianza ciudadana: «No creo que la gente desconfíe. Tenemos que convivir con ello y queremos convivir porque da trabajo, las cosas como son. Queremos que todo se haga mejor». 

«Hay que renovar los protocolos de lo que hay que hacer y refrescarlos», dice Úrsula Marín presidenta de la asociación de vecinos progresista de Torreforta

Loli Gutiérrez, presidenta vecinal en Bonavista, lo tiene claro: «Muchas familias comen de las fábricas. Tienen que estar, pero debe haber más control. Esto ha sido muy grave. Pasé mucho miedo». Gutiérrez aseguró que, como líder vecinal, se encargó ella de instar al confinamiento, calle a calle: «Yo le iba diciendo a al gente que se fuera a su casa». Emplaza a mejorar los protocolos y a reforzar los conocimientos de la ciudadanía en caso de emergencia química. 

Todo Ponent, pero también Tarragona, y municipios cercanos como La Canonja, Vila-seca, Constantí, La Pobla de Mafumet o El Morell habitan en esa fina línea de equilibrio. «Mi hijo trabaja en una planta. Esto da mucho empleo, y buen trabajo, pero sabemos que el peligro está. Hay que convivir con él», cuenta Emilia Romero, vecina de Torreforta. 

«Pierdes la confianza»

Sergio García es siempre un testimonio de excepción porque vive en la boca del lobo, en un edificio solitario y aislado, junto a la N-340 y a las puertas del polígono sur. Solo la carretera le separa del enjambre de tuberías y depósitos. Sergio, que habita en el bloque más cercano a la química –afectado por la explosión– responde a una generación muy concreta de Ponent. «Yo he vivido aquí toda la vida. Soy de los que recibían charlas en el colegio sobre los riesgos. Me educaron en esto, en una cultura de la seguridad. Te dicen que hay muchos sistemas de seguridad, que es muy difícil que pase algo. Luego ves que la realidad es otra bien distinta».  Sergio admite que algo ha cambiado: «Cosas así te hacen perder una confianza que antes sí tenías».

«Crecí con el discurso de la seguridad, de que nada podía fallar.  Ahora veo que no es así», explica Sergio García, vecino de La Canonja

Las denuncias de precariedad en el sector, el recelo medioambiental y las dudas acerca de los protocolos seguidos en la actuación posterior a la expansión acaban de hacer el resto. «Cada vez los empleados de la química en general están haciendo más horas extras y van más sobrecargados de trabajo, pero también es verdad que es muy complicado que se produzca una explosión así. Hay muchos sistemas de seguridad, equipos duplicados y hasta triplicados. Tuvieron que fallar muchas cosas, tuvo que ser una cadena de errores», zanja un empleado del sector en Tarragona, a la espera de respuestas, como la propia ciudadanía, que asume que ya nada será igual en ese pacto de la población con la industria y su doble cara de peligro y sustento. 

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