Tarrconenses en Bruselas: Bufanda amarilla, frío en los pies y el encanto de la Grand Place

Los autobuses salieron de Tarragona el día anterior de la manifestación. Algunos apostaron por la comodidad y viajaron en avión. Otros en autocaravana y, los más valientes, en moto

07 diciembre 2017 21:06 | Actualizado a 07 diciembre 2017 22:16
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Bufanda amarilla, lazo en el corazón y la bandera independentista colgada en la espalda, estilo superhéroe. Este era el uniforme de las 45.000 personas –según la policía belga–, que este mediodía invadieron, con alta dosis de civismo, el corazón de Europa. 

Los autobuses salieron de Tarragona el día anterior de la manifestación. Algunos apostaron por la comodidad y viajaron en avión. Otros en autocaravana y, los más valientes, en moto. A las once y media de la mañana de ayer, todos tenían una cita: una manifestación para pedir la libertad de Oriol Junqueras, Joaquim Forn, Jordi Cuixart y Jordi Sánchez y para exigir que «Europa despierte ante la represión del gobierno estatal», explica Ricard Garcia, un tarraconense que acababa de llegar a Bruselas, después de casi 20 horas de autobús. Garcia quería ir al lavabo y a tomar un café. Pero no se podía. Las colas en los lavabos de los bares era infinita.

Las gralles se hicieron notar enseguida. Que si L’estaca, que si Els Segadors y algunos temas más. La convocatoria era en el Parc Du Cinquantenaire. Por allí paseaban Carles Puigdemont, su mujer y sus hijas. Los asistentes parecían hooligans y el presidente cesado, el cantante o futbolista de moda.

Las banderas independentistas no paraban de ondear y algunos de los cánticos más escuchados era. «Puigdemont, nuestro presidente» y «Libertad, presos políticos». Y todo esto, acompañado de un frío que no dio ni un tiempo muerto.  Paseó por algunas calles de la ciudad. Como anécdota, en un punto del recorrido, desde un balcón, saludaban unas seis personas con banderas españolas y bailando al ritmo de los más reconocidos pasodobles. Cogió de improviso a los manifestantes independentistas, que les respondieron con la canción «Passi-ho bé». Lo más sorprendente es que, a parte de ese grupo, nadie se asomaba por los balcones. Ni tampoco se veía un solo coche. Grupos de timbales, gegants y castellers se sumaron a la marcha.

Llegó el momento de los parlamentos. Y empezaron los organizadores de la manifestación, los responsables de la ANC y Òmnium Cultural. A continuación, llegó el turno de algunos eurodiputados y otros representantes europeos sensibilizados con el procés. Cuando la gente ya no se notaba los pies del frío que hacía, los consellers cesados y exiliados en Bruselas dijeron lo que les salió del corazón, sobretodo, Toni Comín, quien acusó, al Estado español de «tener miedo» y de ser «un gobierno franquista». 

Por su parte, la secretaria general de ERC, Marta Rovira, leyó unas palabras escritas por Oriol Junqueras desde prisión y aprovechó para llevar a cabo un discurso electoral, a pocos días del 21-D. Los presentes seguían ganando la partida al frío. Pero no por mucho tiempo. 

Unas jóvenes de Falset se abrazaban y lloraban. «Nos sentimos impotentes ante esta situación. Necesitamos que Europa actúe, que se posicione. Si no lo hacen, son cómplices del Estado español», decía una. La otra aseguraba que habían pasado muchas horas en autobús. Les dolía todo. «Pero ha valido la pena», decían.

Puigdemont pide ayuda

De repente, Puigdemont, luciendo bufanda amarilla también, tenía la palabra. Su discurso se basó en pedir ayuda a Europa y a explicar como Catalunya, «trabaja para hacer una Europa mejor». Apeló directamente a Junker. Y el público le ovacionó. Algunas actuaciones musicales, de Carles Belda o Mònica Català, pusieron el ritmo a una mañana gris. Otra vez L’estaca y Els Segadors se adueñaron del momento. 

A partir de las cinco de la tarde y a escasos metros del punto neurálgico de la manifestación, la Grand Place fue testigo de los gritos espontáneos de «independencia». Bruselas ayer estaba llena de catalanes, como Neus, quien iba repartiendo bolsitas llenas de carquinyolis, que llevaban una postal con un escrito. «Ayudarnos. Necesitamos que nos comprendáis», ponía en la nota. También Pau y Carme, una pareja de 80 años, de un pueblo de la Conca de Barberà, quien aseguraban que «hemos venido hasta aquí porque tenemos la responsabilidad de luchar por el futuro de nuestros nietos», decían. 

Y así, de amarillo y con el paraguas abierto para protegerse de la lluvia, los manifestantes cantaron el último Segadors de la jornada, mientras dejaban atrás el encanto de la Grand Place de Bruselas.

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